3.
La información en las Gramáticas del español
¿Qué
dicen las Gramáticas, en general, acerca del leísmo? Según se
estableció en el Cronograma de trabajo, se verán las Gramáticas
españolas, las americanas y las uruguayas. Se seguirá un orden
cronológico, a fin de observar la posible evolución de los
pensamientos en las consideraciones que se realicen.
3.1.
Las primeras gramáticas en España y en América.
Si
bien el fenómeno es antiguo, en la Gramática
de la RAE de 1771 no se lo describe. Aparentemente, aunque
existiera, no se consideró oportuno estudiarlo. La Academia comenta
lo siguiente:
“La
terminacion les
se usa bien quando no termina en este pronombre la accion del verbo,
y quando termina en él se usa bien de la terminacion los:
v.g. en estos exemplos: hiciéronles mucho perjuicio: dixéronles
palabras afrentosas: contáronles cosas inciertas: en el primer
exemplo termina la accion del verbo hacer, en el nombre perjuicio: en
el segundo termina la accion del verbo decir, en el nombre palabras:
en el tercero termina la accion del verbo contar, en el nombre cosas.
Y si se dice: acusáronlos del robo: pusiéronlos en la carcel:
visitáronlos en su casa: en estos exemplos termina la accion de los
verbos acusar, poner, visitar, en el pronombre los.”
La
RAE opta por describir el fenómeno estándar, y se deja de lado el
fenómeno leísta, que si existía, no respondía a los cánones
etimológicos.
Lo
mismo había hecho Antonio de Nebrija en su Gramática de 1492: solo
describía los casos etimológicos.
Sin
embargo, Gonzalo Correas detalla esta particularidad del castellano.
Es el año 1625, y se lee en su Arte
de la lengua española
lo siguiente: “Digo
pues de los rrelativos le,
la, lo,
que el masculino le
tienen dos plurales, les
para
dativo solamente y los
para acusativo más frecuente i algunas vezes para dativo: i le,
les, los es
masculino, la,
las femenino,
lo
neutro”. (Capítulo XXXIII)
Más
de doscientos años después1,
Bello registra le
para el masculino acusativo, conviviendo con lo.
Y lo representa de esta forma (#901):
En
la tercera persona, género masculino
|
|
Singular
|
Plural
|
Acusativo,
le
o lo,
a él.
|
los
(a veces les),
a ellos.
|
Dativo,
le,
a él.
|
les,
a ellos.
|
En
la tercera persona, género femenino
|
|
Singular
|
Plural
|
Acusativo,
la,
a ella.
|
las,
a ellas.
|
Dativo,
le
o la,
a ella.
|
les
o las,
a ellas.
|
En
la tercera persona, género neutro
|
|
Singular
|
|
Acusativo,
lo.
|
|
Dativo,
le,
a ello.
|
El
caso acusativo bajo la forma del dativo es más frecuente en el
singular que en el plural en su significado de acusativo. No
obstante, Bello confirma el plural, por la frecuencia de uso: “…[la
forma] les
ocurre con tanta frecuencia en escritores célebres de todas las
épocas, que sería demasiada severidad condenarla”. #929.
Un
simple comentario respecto de las palabras de Bello: el hecho de que
no condene formas porque “ocurre con tanta frecuencia”. Una vez
más, se muestra la perspicacia e inteligencia de este ilustre
gramático americano. Este criterio de aceptabilidad será el que
Rufino Cuervo avale, y luego el Diccionario
Panhispánico de Dudas
en el siglo XX.
Por
último, le da crédito a Vicente Salvá en lo que respecta al
pronombre le
acusativo:
“La que a mí me parece aproximarse algo al mejor uso es la de don
Vicente Salvá: le
representa más bien las personas o los entes personificados; lo
las cosas. Se dice de un campo, que lo cultivan de un edificio que lo
destruyó la avenida, de un ladrón que le prendieron, del mar
embravecido por la tempestad, que los marineros le temen.” (#928)
A
este criterio semántico-referencial por el que se justifica la
reasignación de caso para le,
Rufino
Cuervo, en las notas a la Gramática
de Bello parece querer sumar otras justificaciones psico y
sociolingüísticas, morfosintácticas y etimológicas. Aunque afirma
que no ha escuchado les
por los
en
los americanos, no niega el uso de le
en singular. En sus observaciones se comienzan a ver los comentarios
que luego se leerán en las demás gramáticas. Asegura Cuervo que
cuando el sujeto es inanimado, “con más frecuencia nos
representamos las personas como capaces de recibir daño o provecho o
interesarse en la acción, que no meramente pasivas o inertes. (…)
… como si no admitiéramos en las cosas la misma manera de obrar
que en las personas, ni diéramos por igual el efecto de la acción
en unas y en otras.” Prudentes intuiciones que seguirán estando en
la mente de los hablantes hasta nuestros días.
En
Disquisiciones
sobre la filología castellana,
realiza un estudio etimológico de las formas pronominales le,
la, lo
y sus plurales y describe fundamentos sociológicos para la elección
de la forma le
por parte de los castellanos. La Corte de Castilla fue un centro
político y literario, y se constituyó en la norma de cultura de las
provincias. Por ese motivo, escritores que hubieran residido por
algún tiempo en la Corte llevaron consigo esa forma de prestigio.
“Muy natural es pues que el le
haya adquirido por estas circunstancias cierto aire de cultura y
elegancia que le ha granjeado crédito para el lenguaje
literario,…”.2
A
pesar de todas estas justificaciones, observa Cuervo que en los
propios castellanos hay a veces inconsecuencias, y de ellas surge el
uso etimológico de lo.
En
el Uruguay del siglo XIX, Faustino Laso,
en
su Gramática
de la lengua castellana, advierte
que la forma le
es acusativo masculino y a la vez dativo. Siguiendo las
recomendaciones académicas, recomienda usar lo
(página
96).
Sin
embargo, las ejemplificaciones en la sección de Sintaxis de la misma
Gramática
… se nutren de variados ejemplos que muestran cómo las
inconstancias se manifestaban aún en las mismas gramáticas que
recomendaban usos preferenciales; en la siguiente cita, surgen
seriados un caso de leísmo y otro caso de uso de la forma
etimológica, como explicación ejemplar de la anteposición o
posposición del pronombre:
“En los tiempos compuestos se
posponen los pronombres, según el modo,
al
verbo auxiliar haber;
así, se dirá: largo tiempo le
habíamos aguardado, ó habíamosle aguardado; los habían de haber
aprehendido, ó habíanlos
de haber aprehendido, ó habían de haberlos
aprehendido.”
(pág. 284)
Luego
de ella, no se recuerda al lector lo que se había dicho respecto de
la recomendación académica de no emplear le
por lo.
3.2.
Las gramáticas en el siglo XX
3.2.1.
La primera mitad del siglo
En
el Uruguay de 1910, Francisco Gámez Marín escribía en su Gramática
Razonada
de corte benotista que “las formas me,
te, nos, os, le
pueden ser dativos, acusativos o ablativos, pues es imposible decidir
el empleo propio y adecuado de la forma” (página 73 de Analogía).
Si
bien aparece también en la sección de Sintaxis
la posibilidad del acusativo le
para el masculino, no hay ejemplos en ningún caso de construcciones
de este tipo. Esta parquedad en sus comentarios puede deberse a un
deseo de estar atento al uso y de no ser prescriptivo, como lo eran
las gramáticas de esos años. En el breve comentario citado, el
considerar que no hay manera de “decidir el empleo propio y
adecuado” justifica sobradamente su discreción. Constata un hecho,
no lo condena ni lo justifica, se mantiene neutral, simple observador
del fenómeno.
Un
poco más tarde en el siglo, Rodolfo Lenz (1944) decía que “el
pueblo de América no confunde nunca los casos dativo y acusativo de
tercera persona”. Tal vez estas observaciones de Lenz provengan más
del deber ser que de la realidad de su época y de la región, porque
hasta la realidad actual está en contradicción con sus palabras.
Otra posibilidad es que haya tenido en cuenta intuiciones sobre la
frecuencia de las mayorías. En ese caso, la palabra “nunca”,
para describir un fenómeno de tendencias en su continente, no parece
ser la forma más acertada de hacerlo.
Amado
Alonso y Pedro Henríquez Ureña, unos años antes, indicaban
regiones geográficas en las que el uso era “puramente literario”
y por imitación al prestigio intelectual de la zona castellana:
“Fuera
de Castilla, particularmente en Navarra, en Andalucía y en casi toda
América, la lengua hablada emplea exclusivamente lo,
la
en el complemento directo y reserva le
para el indirecto; pero la importancia de Castilla ha sido causa de
que, por imitación, se emplee en la lengua literaria de todas partes
le
como complemento directo para designar persona del sexo masculino y
causa de que se llegue a considerar –equivocadamente- que le
es la forma preferible y lo
poco correcta o a lo menos algo tosca.”3
Se
vuelven a leer, en estas palabras, las apreciaciones de Cuervo
respecto de esta realidad del fenómeno leísta en términos
generales: esto es, se interpreta que si América es leísta, lo es
por los mismos motivos que España.
En
1938, en el Uruguay, Adolfo Berro García, en el Curso
práctico de Idioma Español
destinado a la enseñanza de la lengua en niveles primarios y
medios, comenta el fenómeno leísta, para promover criterios
normativos: “Lo,
acusativo, puede ser sustituido por le;
pero convendría, como afirma la Academia, que usáramos siempre lo
para el acusativo.” (página 301).
A
pesar de esta recomendación, se leen en el manual ejemplos con le:
¡Cuánto
años han pasado sin verle!
¿Qué
médico le
asiste en su enfermedad?
Viéndole
dispuesto a todo, creyó prudente refrenar su ira.
La
inestabilidad entre el uso y las recomendaciones normativas se
observa desde más cerca aún. En un ejercicio en el que deben los
alumnos ubicar el pronombre que aparecerá entre paréntesis, se leen
las siguientes propuestas:
A
los primeros resplandores del amanecer, vinieron a buscar. (Le)
Al
aproximar con paso leve, reconoció y estrechó entre sus brazos.
(Se, lo, lo)
Más
allá de la indiscutible idoneidad académica del autor, se observa
que la evidente inestabilidad en el uso trae consigo poca resistencia
al leísmo, aún en los expertos. Nuevamente, tal y como se había
leído en la Gramática…
de Faustino Laso, a pesar de las recomendaciones académicas
aconsejadas, el propio manual presenta a los estudiantes propuestas
ejemplares con fenómenos leístas, en las que no se observa la
normativa recomendada.
Salvador
Fernández Ramírez, inaugurando la década del 50 en España,
manifiesta también su posición respecto del fenómeno leísta. Lo
describe (#105) como un fenómeno antiguo y que aparece en los
primeros monumentos literarios. Menciona los estudios de Cuervo y sus
investigaciones al respecto, y realiza un comentario que se podría
considerar bastante descriptivo de la realidad aparentemente no
leísta de algunas regiones de habla hispana: “El
uso etimológico predominante, nunca exclusivo, lo encontramos en
autores andaluces o de otros territorios no leístas o que no
conocen la forma le”.
A
partir de sus propias investigaciones, Salvador Fernández opina que
no hay, en los territorios en que se habla castellano, un uso
exclusivamente etimológico, por lo tanto el fenómeno del leísmo
existe, de una forma predominante o no, en todas las regiones. Esta
es una aserción lo suficientemente seria como para ser tenida en
cuenta, en tanto procede de un lingüista e investigador
minuciosamente riguroso.
“Esta
preferencia por la mención personal –dice Salvador Fernández- no
es solamente un precepto de Salvá más o menos arbitrario apoyado
nada más que en la tendencia de algunos escritores, como parecía
pensar Cuervo, sino una norma inducida por él de la observación y
del instinto.”
El
recuento que realiza Salvador Fernández es mayoritario para le
frente a lo
personal (este último es menos de la mitad); por ese motivo es que
opina que lo dicho por Salvá para el siglo XIX, se ha transformado
en el siglo XX en “instinto lingüístico”. Esto es, el leísmo
existe como una realidad en el mundo hispano-hablante, más allá de
cualquier objeción normativa.
A
continuación, realiza Salvador Fernández una rigurosa clasificación
de los verbos que permiten estas construcciones. Entre ellos, verbos
de percepción como oír,
ver, mirar
tienen un índice máximo de frecuencia, tanto en la lengua literaria
como en el habla común.
Ya
se verá qué resultados surgen de la investigación que realizamos,
y si se observa algún cambio en esta situación, en el Uruguay,
específicamente, y más de cincuenta años después.
Salvador
Fernández realiza la siguiente clasificación. Por un lado, dos de
estos verbos (oír y ver) admiten acusativos neutros y de persona.
Junto con ellos, hay otros en similar situación sintáctica, y son
avisar,
conocer, guardar, (en
la fórmula Dios
le guarde), perdonar, querer, recibir, recordar, temer.
Por
otro lado, el verbo mirar
excluye el acusativo neutro, junto con abofetear,
abrazar, acariciar, asustar, besar, compadecer, convencer, convidar,
desesperar, despertar, distraer, escuchar, invitar, mortificar,
saludar, salvar, tratar.
Como consecuencia, la exigencia de un acusativo de persona, animado,
convierte a estos verbos en aptos para el uso leísta.
Estas
apreciaciones, muy detalladas, serias y rigurosas, muestran una
agudeza y un instinto de observación de los fenómenos lingüísticos
difíciles de superar, aún hoy, con los avances que han tenido las
diferentes corrientes lingüísticas.
Además
observa largas series de verbos que poseen, en muchos casos, régimen
exclusivamente personal: complacer,
esperar, informar, llamar, obedecer, odiar, ofender, seguir, servir.
El verbo llamar,
con el sentido de denominar, también se suma a este recuento, con la
peculiaridad de que la forma le
sirve además para entidades de referencia neutra.
Otra
de sus observaciones se vincula a la presencia del infinitivo: cuando
el verbo que introduce el infinitivo es un verbo de voluntad
(aconsejar,
consentir, dejar, hacer, impedir, mandar, mover, obligar, ordenar,
permitir)
las cifras que Salvador Fernández encuentra para le
son mayores que para lo.
Leyendo
estos comentarios, y viendo algunos de nuestros resultados, da la
impresión de que está todo dicho y no hay nada más que aportar,
porque muchos casos de nuestro propio recuento son similares a la
realidad que Salvador Fernández describe.
La
diferencia reside en la región sobre la que se realiza el recuento.
Salvador Fernández hablaba del leísmo en las zonas leístas, de
preferencias peninsulares, y no hacía distinciones de región. En
nuestro caso intentaremos describir este fenómeno en el Uruguay, un
área geográfica que, en el decir de los expertos, se creía lejos
de este uso. Posiblemente no exista la misma frecuencia en los casos
de leísmo, pero sí es posible que en muchos tipos de verbos se
realicen recuentos de pronombres le
para el acusativo.
Es
casi seguro también, que se confirmen para el Uruguay algunos de
estos empleos leístas detallados por Salvador Fernández, y en ese
caso se intentará realizar una reclasificación de los tipos de
verbo según criterios semánticos, sintácticos y pragmáticos. En
suma, se intentará trascender todo instinto.
3.2.2.
La segunda mitad del siglo XX
Se
han revisado varias gramáticas uruguayas de la segunda mitad del
siglo XX y no surge de ellas ninguna mención al leísmo; no se lo
explica como una realidad, ni se intenta determinar la normativa del
uso pronominal objetivo.
La
Gramática
elemental de la lengua nacional
de Hugo Delmonte, el libro de texto de Idioma Español para segundo
nivel de Celia Mieres, el libro de texto de Piccardo y Larrobla para
Idioma Español, no hacen mención del leísmo como posibilidad.
De
ello puede deducirse que por lo menos en las percepciones de los
autores no era necesario realizar observaciones, porque tal vez no se
utilizara corrientemente. Esta es solo una posibilidad, que, dado que
no hay registros de lengua oral de esos años, no es posible
confirmar. De cualquier forma, esta posibilidad puede considerarse
remota, en tanto en la actualidad, como se verá, existen fenómenos
leístas en la lengua oral y en la escrita, y no se lo explica, ni
tampoco se lo combate.
El
uso del pronombre le
para
el acusativo, al parecer, ha pasado a formar parte de una opción
regular en la lengua, pero nos seguimos ateniendo a las descripciones
etimológicas en los libros de texto, por lo tanto, no habría
necesidad de explicarlo demasiado, en tanto en el Uruguay no se lo
siente como un fenómeno frecuente.
Sin
embargo, a finales del siglo XX, nuevamente surge el leísmo como
tema de discusión. En el Diccionario
Panhispánico de Dudas
(DPD)
se lo describe, y anteriormente se lo describía en la Gramática
Descriptiva,
en el artículo redactado por Inés Fernández.
Obviamente,
la opción de le
para el acusativo vuelve a ser tema, en el entendido de que es un
comportamiento prototípico del español, tanto peninsular como
americano, este último con algunas restricciones.
1 En el mismo siglo, unos años antes de la última reedición de la Gramática Castellana de Bello, Rasmus Rask, en su Gramática española según un nuevo plan (1824), indicaba en # 179: “ En la tercera persona, masculino del acusativo, parece haber libre elección entre las formas lo y le, sin embargo, le quizá se usa más, ante todo al hablar de una persona del sexo masculino; p. ej.: le conozco, le veo, , en cambio lo se usa más al hablar de un objeto cuyo nombre es masculino; así p. ej.: tómalo (el libro).
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