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jueves, 28 de julio de 2016

Investigación sobre leísmo en el Uruguay 2° parte

3. La información en las Gramáticas del español

¿Qué dicen las Gramáticas, en general, acerca del leísmo? Según se estableció en el Cronograma de trabajo, se verán las Gramáticas españolas, las americanas y las uruguayas. Se seguirá un orden cronológico, a fin de observar la posible evolución de los pensamientos en las consideraciones que se realicen.

3.1. Las primeras gramáticas en España y en América.
Si bien el fenómeno es antiguo, en la Gramática de la RAE de 1771 no se lo describe. Aparentemente, aunque existiera, no se consideró oportuno estudiarlo. La Academia comenta lo siguiente:
La terminacion les se usa bien quando no termina en este pronombre la accion del verbo, y quando termina en él se usa bien de la terminacion los: v.g. en estos exemplos: hiciéronles mucho perjuicio: dixéronles palabras afrentosas: contáronles cosas inciertas: en el primer exemplo termina la accion del verbo hacer, en el nombre perjuicio: en el segundo termina la accion del verbo decir, en el nombre palabras: en el tercero termina la accion del verbo contar, en el nombre cosas. Y si se dice: acusáronlos del robo: pusiéronlos en la carcel: visitáronlos en su casa: en estos exemplos termina la accion de los verbos acusar, poner, visitar, en el pronombre los.”
La RAE opta por describir el fenómeno estándar, y se deja de lado el fenómeno leísta, que si existía, no respondía a los cánones etimológicos.
Lo mismo había hecho Antonio de Nebrija en su Gramática de 1492: solo describía los casos etimológicos.
Sin embargo, Gonzalo Correas detalla esta particularidad del castellano. Es el año 1625, y se lee en su Arte de la lengua española lo siguiente: “Digo pues de los rrelativos le, la, lo, que el masculino le tienen dos plurales, les para dativo solamente y los para acusativo más frecuente i algunas vezes para dativo: i le, les, los es masculino, la, las femenino, lo neutro”. (Capítulo XXXIII)
Más de doscientos años después1, Bello registra le para el masculino acusativo, conviviendo con lo. Y lo representa de esta forma (#901):


En la tercera persona, género masculino
Singular
Plural
Acusativo, le o lo, a él.
los (a veces les), a ellos.
Dativo, le, a él.
les, a ellos.
En la tercera persona, género femenino
Singular
Plural
Acusativo, la, a ella.
las, a ellas.
Dativo, le o la, a ella.
les o las, a ellas.
En la tercera persona, género neutro
Singular
Acusativo, lo.
Dativo, le, a ello.


El caso acusativo bajo la forma del dativo es más frecuente en el singular que en el plural en su significado de acusativo. No obstante, Bello confirma el plural, por la frecuencia de uso: “…[la forma] les ocurre con tanta frecuencia en escritores célebres de todas las épocas, que sería demasiada severidad condenarla”. #929.
Un simple comentario respecto de las palabras de Bello: el hecho de que no condene formas porque “ocurre con tanta frecuencia”. Una vez más, se muestra la perspicacia e inteligencia de este ilustre gramático americano. Este criterio de aceptabilidad será el que Rufino Cuervo avale, y luego el Diccionario Panhispánico de Dudas en el siglo XX.
Por último, le da crédito a Vicente Salvá en lo que respecta al pronombre le acusativo: “La que a mí me parece aproximarse algo al mejor uso es la de don Vicente Salvá: le representa más bien las personas o los entes personificados; lo las cosas. Se dice de un campo, que lo cultivan de un edificio que lo destruyó la avenida, de un ladrón que le prendieron, del mar embravecido por la tempestad, que los marineros le temen.” (#928)
A este criterio semántico-referencial por el que se justifica la reasignación de caso para le, Rufino Cuervo, en las notas a la Gramática de Bello parece querer sumar otras justificaciones psico y sociolingüísticas, morfosintácticas y etimológicas. Aunque afirma que no ha escuchado les por los en los americanos, no niega el uso de le en singular. En sus observaciones se comienzan a ver los comentarios que luego se leerán en las demás gramáticas. Asegura Cuervo que cuando el sujeto es inanimado, “con más frecuencia nos representamos las personas como capaces de recibir daño o provecho o interesarse en la acción, que no meramente pasivas o inertes. (…) … como si no admitiéramos en las cosas la misma manera de obrar que en las personas, ni diéramos por igual el efecto de la acción en unas y en otras.” Prudentes intuiciones que seguirán estando en la mente de los hablantes hasta nuestros días.
En Disquisiciones sobre la filología castellana, realiza un estudio etimológico de las formas pronominales le, la, lo y sus plurales y describe fundamentos sociológicos para la elección de la forma le por parte de los castellanos. La Corte de Castilla fue un centro político y literario, y se constituyó en la norma de cultura de las provincias. Por ese motivo, escritores que hubieran residido por algún tiempo en la Corte llevaron consigo esa forma de prestigio. “Muy natural es pues que el le haya adquirido por estas circunstancias cierto aire de cultura y elegancia que le ha granjeado crédito para el lenguaje literario,…”.2
A pesar de todas estas justificaciones, observa Cuervo que en los propios castellanos hay a veces inconsecuencias, y de ellas surge el uso etimológico de lo.
En el Uruguay del siglo XIX, Faustino Laso, en su Gramática de la lengua castellana, advierte que la forma le es acusativo masculino y a la vez dativo. Siguiendo las recomendaciones académicas, recomienda usar lo (página 96).
Sin embargo, las ejemplificaciones en la sección de Sintaxis de la misma Gramática … se nutren de variados ejemplos que muestran cómo las inconstancias se manifestaban aún en las mismas gramáticas que recomendaban usos preferenciales; en la siguiente cita, surgen seriados un caso de leísmo y otro caso de uso de la forma etimológica, como explicación ejemplar de la anteposición o posposición del pronombre:
En los tiempos compuestos se posponen los pronombres, según el modo,
al verbo auxiliar haber; así, se dirá: largo tiempo le habíamos aguardado, ó habíamosle aguardado; los habían de haber aprehendido, ó habíanlos de haber aprehendido, ó habían de haberlos aprehendido.” (pág. 284)
Luego de ella, no se recuerda al lector lo que se había dicho respecto de la recomendación académica de no emplear le por lo.

3.2. Las gramáticas en el siglo XX
3.2.1. La primera mitad del siglo
En el Uruguay de 1910, Francisco Gámez Marín escribía en su Gramática Razonada de corte benotista que “las formas me, te, nos, os, le pueden ser dativos, acusativos o ablativos, pues es imposible decidir el empleo propio y adecuado de la forma” (página 73 de Analogía). Si bien aparece también en la sección de Sintaxis la posibilidad del acusativo le para el masculino, no hay ejemplos en ningún caso de construcciones de este tipo. Esta parquedad en sus comentarios puede deberse a un deseo de estar atento al uso y de no ser prescriptivo, como lo eran las gramáticas de esos años. En el breve comentario citado, el considerar que no hay manera de “decidir el empleo propio y adecuado” justifica sobradamente su discreción. Constata un hecho, no lo condena ni lo justifica, se mantiene neutral, simple observador del fenómeno.
Un poco más tarde en el siglo, Rodolfo Lenz (1944) decía que “el pueblo de América no confunde nunca los casos dativo y acusativo de tercera persona”. Tal vez estas observaciones de Lenz provengan más del deber ser que de la realidad de su época y de la región, porque hasta la realidad actual está en contradicción con sus palabras. Otra posibilidad es que haya tenido en cuenta intuiciones sobre la frecuencia de las mayorías. En ese caso, la palabra “nunca”, para describir un fenómeno de tendencias en su continente, no parece ser la forma más acertada de hacerlo.
Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, unos años antes, indicaban regiones geográficas en las que el uso era “puramente literario” y por imitación al prestigio intelectual de la zona castellana:
Fuera de Castilla, particularmente en Navarra, en Andalucía y en casi toda América, la lengua hablada emplea exclusivamente lo, la en el complemento directo y reserva le para el indirecto; pero la importancia de Castilla ha sido causa de que, por imitación, se emplee en la lengua literaria de todas partes le como complemento directo para designar persona del sexo masculino y causa de que se llegue a considerar –equivocadamente- que le es la forma preferible y lo poco correcta o a lo menos algo tosca.”3
Se vuelven a leer, en estas palabras, las apreciaciones de Cuervo respecto de esta realidad del fenómeno leísta en términos generales: esto es, se interpreta que si América es leísta, lo es por los mismos motivos que España.
En 1938, en el Uruguay, Adolfo Berro García, en el Curso práctico de Idioma Español destinado a la enseñanza de la lengua en niveles primarios y medios, comenta el fenómeno leísta, para promover criterios normativos: “Lo, acusativo, puede ser sustituido por le; pero convendría, como afirma la Academia, que usáramos siempre lo para el acusativo.” (página 301).
A pesar de esta recomendación, se leen en el manual ejemplos con le:
¡Cuánto años han pasado sin verle!
¿Qué médico le asiste en su enfermedad?
Viéndole dispuesto a todo, creyó prudente refrenar su ira.
La inestabilidad entre el uso y las recomendaciones normativas se observa desde más cerca aún. En un ejercicio en el que deben los alumnos ubicar el pronombre que aparecerá entre paréntesis, se leen las siguientes propuestas:
A los primeros resplandores del amanecer, vinieron a buscar. (Le)
Al aproximar con paso leve, reconoció y estrechó entre sus brazos. (Se, lo, lo)
Más allá de la indiscutible idoneidad académica del autor, se observa que la evidente inestabilidad en el uso trae consigo poca resistencia al leísmo, aún en los expertos. Nuevamente, tal y como se había leído en la Gramática… de Faustino Laso, a pesar de las recomendaciones académicas aconsejadas, el propio manual presenta a los estudiantes propuestas ejemplares con fenómenos leístas, en las que no se observa la normativa recomendada.
Salvador Fernández Ramírez, inaugurando la década del 50 en España, manifiesta también su posición respecto del fenómeno leísta. Lo describe (#105) como un fenómeno antiguo y que aparece en los primeros monumentos literarios. Menciona los estudios de Cuervo y sus investigaciones al respecto, y realiza un comentario que se podría considerar bastante descriptivo de la realidad aparentemente no leísta de algunas regiones de habla hispana: “El uso etimológico predominante, nunca exclusivo, lo encontramos en autores andaluces o de otros territorios no leístas o que no conocen la forma le”.
A partir de sus propias investigaciones, Salvador Fernández opina que no hay, en los territorios en que se habla castellano, un uso exclusivamente etimológico, por lo tanto el fenómeno del leísmo existe, de una forma predominante o no, en todas las regiones. Esta es una aserción lo suficientemente seria como para ser tenida en cuenta, en tanto procede de un lingüista e investigador minuciosamente riguroso.
“Esta preferencia por la mención personal –dice Salvador Fernández- no es solamente un precepto de Salvá más o menos arbitrario apoyado nada más que en la tendencia de algunos escritores, como parecía pensar Cuervo, sino una norma inducida por él de la observación y del instinto.”
El recuento que realiza Salvador Fernández es mayoritario para le frente a lo personal (este último es menos de la mitad); por ese motivo es que opina que lo dicho por Salvá para el siglo XIX, se ha transformado en el siglo XX en “instinto lingüístico”. Esto es, el leísmo existe como una realidad en el mundo hispano-hablante, más allá de cualquier objeción normativa.
A continuación, realiza Salvador Fernández una rigurosa clasificación de los verbos que permiten estas construcciones. Entre ellos, verbos de percepción como oír, ver, mirar tienen un índice máximo de frecuencia, tanto en la lengua literaria como en el habla común.
Ya se verá qué resultados surgen de la investigación que realizamos, y si se observa algún cambio en esta situación, en el Uruguay, específicamente, y más de cincuenta años después.
Salvador Fernández realiza la siguiente clasificación. Por un lado, dos de estos verbos (oír y ver) admiten acusativos neutros y de persona. Junto con ellos, hay otros en similar situación sintáctica, y son avisar, conocer, guardar, (en la fórmula Dios le guarde), perdonar, querer, recibir, recordar, temer.
Por otro lado, el verbo mirar excluye el acusativo neutro, junto con abofetear, abrazar, acariciar, asustar, besar, compadecer, convencer, convidar, desesperar, despertar, distraer, escuchar, invitar, mortificar, saludar, salvar, tratar. Como consecuencia, la exigencia de un acusativo de persona, animado, convierte a estos verbos en aptos para el uso leísta.
Estas apreciaciones, muy detalladas, serias y rigurosas, muestran una agudeza y un instinto de observación de los fenómenos lingüísticos difíciles de superar, aún hoy, con los avances que han tenido las diferentes corrientes lingüísticas.
Además observa largas series de verbos que poseen, en muchos casos, régimen exclusivamente personal: complacer, esperar, informar, llamar, obedecer, odiar, ofender, seguir, servir. El verbo llamar, con el sentido de denominar, también se suma a este recuento, con la peculiaridad de que la forma le sirve además para entidades de referencia neutra.
Otra de sus observaciones se vincula a la presencia del infinitivo: cuando el verbo que introduce el infinitivo es un verbo de voluntad (aconsejar, consentir, dejar, hacer, impedir, mandar, mover, obligar, ordenar, permitir) las cifras que Salvador Fernández encuentra para le son mayores que para lo.
Leyendo estos comentarios, y viendo algunos de nuestros resultados, da la impresión de que está todo dicho y no hay nada más que aportar, porque muchos casos de nuestro propio recuento son similares a la realidad que Salvador Fernández describe.
La diferencia reside en la región sobre la que se realiza el recuento. Salvador Fernández hablaba del leísmo en las zonas leístas, de preferencias peninsulares, y no hacía distinciones de región. En nuestro caso intentaremos describir este fenómeno en el Uruguay, un área geográfica que, en el decir de los expertos, se creía lejos de este uso. Posiblemente no exista la misma frecuencia en los casos de leísmo, pero sí es posible que en muchos tipos de verbos se realicen recuentos de pronombres le para el acusativo.
Es casi seguro también, que se confirmen para el Uruguay algunos de estos empleos leístas detallados por Salvador Fernández, y en ese caso se intentará realizar una reclasificación de los tipos de verbo según criterios semánticos, sintácticos y pragmáticos. En suma, se intentará trascender todo instinto.


3.2.2. La segunda mitad del siglo XX

Se han revisado varias gramáticas uruguayas de la segunda mitad del siglo XX y no surge de ellas ninguna mención al leísmo; no se lo explica como una realidad, ni se intenta determinar la normativa del uso pronominal objetivo.
La Gramática elemental de la lengua nacional de Hugo Delmonte, el libro de texto de Idioma Español para segundo nivel de Celia Mieres, el libro de texto de Piccardo y Larrobla para Idioma Español, no hacen mención del leísmo como posibilidad.
De ello puede deducirse que por lo menos en las percepciones de los autores no era necesario realizar observaciones, porque tal vez no se utilizara corrientemente. Esta es solo una posibilidad, que, dado que no hay registros de lengua oral de esos años, no es posible confirmar. De cualquier forma, esta posibilidad puede considerarse remota, en tanto en la actualidad, como se verá, existen fenómenos leístas en la lengua oral y en la escrita, y no se lo explica, ni tampoco se lo combate.
El uso del pronombre le para el acusativo, al parecer, ha pasado a formar parte de una opción regular en la lengua, pero nos seguimos ateniendo a las descripciones etimológicas en los libros de texto, por lo tanto, no habría necesidad de explicarlo demasiado, en tanto en el Uruguay no se lo siente como un fenómeno frecuente.
Sin embargo, a finales del siglo XX, nuevamente surge el leísmo como tema de discusión. En el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD) se lo describe, y anteriormente se lo describía en la Gramática Descriptiva, en el artículo redactado por Inés Fernández.
Obviamente, la opción de le para el acusativo vuelve a ser tema, en el entendido de que es un comportamiento prototípico del español, tanto peninsular como americano, este último con algunas restricciones.



1 En el mismo siglo, unos años antes de la última reedición de la Gramática Castellana de Bello, Rasmus Rask, en su Gramática española según un nuevo plan (1824), indicaba en # 179: “ En la tercera persona, masculino del acusativo, parece haber libre elección entre las formas lo y le, sin embargo, le quizá se usa más, ante todo al hablar de una persona del sexo masculino; p. ej.: le conozco, le veo, , en cambio lo se usa más al hablar de un objeto cuyo nombre es masculino; así p. ej.: tómalo (el libro).
2 En Romania, XXIV, 1895. 95-113, 219-263

3 # 106, segundo tomo.

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