Introducción
El
desarrollo de la lengua escrita en un aprendiz es y ha sido objeto de
muchas investigaciones, hipótesis de trabajo, argumentaciones,
explicaciones, descripciones a lo largo de la segunda mitad del siglo
XX y en lo que va del siglo XXI.
¿Se
plantean las didácticas correctas para el aprendizaje de la lectura
y escritura? ¿Responde el niño a las propuestas didácticas de
forma aceptable? ¿Avanza en los aprendizajes, interpreta eficazmente
el código escrito? Si no lo hace, ¿el motivo puede ser por la
naturaleza misma del código o es responsable el modelo de
aprendizaje promovido desde la escuela?
Preguntas
de este estilo fueron planteadas en los últimos sesenta o setenta
años, y múltiples (tal vez interminables) investigaciones surgieron
para contestarlas. Puede decirse que se han encontrado respuestas a
algunas de ellas, pero en la mayoría de los casos se han planteado
controversias de las que ha resultado difícil salir exitoso.
En
los últimos veinte años, la preocupación del docente se ha
extendido de la escuela y el Ciclo Básico al egreso del Bachillerato
y al ingreso al tercer nivel: los estudiantes no logran egresar de la
educación media con un dominio aceptable de su lengua escrita, no
solo en la elaboración de un escrito, sino en la comprensión de ese
escrito.
Razones
como estas son las que han provocado gran interés en maestros y
docentes de Lengua por encontrar respuestas y explicaciones al
problema y buscar formas de revertirlo.
La
lengua escrita es un código en sí mismo, con un sistema gráfico,
una sintaxis, un léxico y una organización temática particular,
que debe necesariamente aprenderse.
La ortografía integra este código, como el componente normativo,
que no permite libertades en el aprendiz y en el usuario. Se trata de
un deber ser que merece un estudio especial, en tanto
es la capa visible del producto escrito.
En
este trabajo, pues, se buscará una posible respuesta a los procesos
que realizan los niños en la escuela, referidos a lo ortográfico.
¿Cómo
procesan la ortografía? ¿Cuándo se dan cuenta
de que la ortografía debe respetarse? Es decir, ¿cuándo y cómo
conceptualizan la norma ortográfica? ¿Asocian lo ortográfico a lo
fonológico? ¿La morfología es atendida como herramienta en este
proceso? Se buscarán respuestas a estas preguntas, y a otras que
subyacen en ellas.
1ª
parte
La
lengua escrita, la escritura, la grafémica, la ortografía
Lengua
escrita, escritura y ortografía no solo no son sinónimos, sino que
refieren a aspectos diferentes de una misma realidad, el código
escrito. Entender este código como lengua
supone entenderlo como una forma del lenguaje, que –organizado en
forma sistemática– comunica a través de la notación de símbolos
gráficos, formantes de palabras que trasmiten significados. Se
incluyen en la lengua escrita todos los aspectos morfológicos,
sintácticos, organizacionales y ortográficos.
Escritura
es un término que se utiliza para referir al soporte de esa lengua
escrita. En el DRAE en línea aparece como significado de escritura
esta segunda acepción:
“2.
f.
Sistema de signos utilizado para escribir. Escritura
alfabética, silábica, ideográfica, jeroglífica.”, que
será la que utilizaremos en este trabajo, en el que se hablará
mucho de los signos gráficos.
Por
grafémica se entiende el estudio sistemático del sistema gráfico.
En este análisis inherente estrictamente a la lengua escrita, se
presentan todos los grafemas y dígrafos de una lengua en particular,
atendiendo a las oposiciones de significado que los pares mínimos
poseen, de la misma manera que Trubetzkoy lo hizo para la fonología.
Se puede observar un análisis de este tipo en los estudios sobre
ortografía que Lidia Contreras (1994) realiza, de los cuales
tomaremos algún aspecto en este trabajo.
Por
último, ortografía es el aspecto normativo de ese soporte gráfico.
En la última publicación sobre ortografía de la Real Academia
Española se la define como “el conjunto de normas que determinan
el valor y correcto uso de los constituyentes del sistema de
escritura de una lengua”. Y se agrega: “es asimismo convencional,
puesto que no existe una relación forzosa entre esos constituyentes
y el valor que tienen asignado”. (2010: 22)
Nuestra
escritura es alfabética, es decir, fonológica. El alfabeto que se
presenta en todo manual de ortografía responde a la serie de
grafemas que serán los elegidos para representar los fonemas de
nuestra lengua. Pero no hay escritura que sostenga biunívocamente la
relación fonema–grafema.
Justamente
por esa condición del sistema gráfico, la ortografía surge como
una necesidad incuestionable. Si cada fonema tuviera uno y solo un
grafema que lo transcribiera, la única norma posible sería respetar
esa notación perfecta y no equivocarse. Pero al no haber una
relación perfecta entre fonema y grafema, la ortografía entra en
acción estableciendo pautas que permitan al usuario hacerse cargo de
estos desajustes y escribir acertadamente.
Aprender
a escribir en la escuela
El
aprendizaje de la lengua escrita en la escuela atiende a una serie de
parámetros secuenciados, que comienzan en la etapa inicial. Los
niños están culturalmente sumergidos en la lengua escrita desde que
nacen, en tanto nuestra sociedad los bombardea con símbolos gráficos
que poseen significados. Si los significados son interpretados por
los adultos, es natural que los niños puedan sentirse inclinados a
interpretarlos también.
Los
teóricos que atienden al aprendizaje de la lengua escrita observan
etapas en este aprendizaje. En tanto nuestra escritura es fonológica
o alfabética, el aprendizaje de sus signos gráficos se realiza a
partir de la relación de cada fonema con un grafema. Es decir, la
escritura se aprende a través de la materia fónica oral.
Emilia
Ferreiro (1997) explica que el niño
fonetiza el aprendizaje de la escritura y visualiza su
aprendizaje en etapas: de una primera etapa en la que los símbolos
representan sílabas, el niño empieza a descubrir algunos grafemas
como representación de fonemas; se trata de un período intermedio,
silábico–alfabético; por fin, el niño llega a una etapa
alfabética, en la que se descubre que a cada grafema le corresponde
un fonema.
En
este proceso, –entendido como psicogénesis de la escritura– se
observa cómo el aprendiz construye su propio aprendizaje . Pero, al
decir de Ferreiro,
“Lo
más importante no es discutir sobre las etiquetas ni discutir sobre
si las etapas son tres, cuatro o seis; lo más importante, creo, es
entender ese desarrollo como un proceso y no como una serie de etapas
que se seguirían unas a otras casi automáticamente”.
(op.cit.:164)
Fonema
y grafema se relacionan, no solo en la esencia de nuestra escritura,
sino en el acceso que nuestros alumnos tienen a esa escritura.
Aprenderla supone para el niño formularse hipótesis fonológicas
que terminan asignando a cada grafema un fonema. La crisis deviene
cuando el niño descubre que hay “letras difíciles”, porque no
son notación de un único fonema. El problema ortográfico surge en
esa etapa. A la vez el alumno va descubriendo que nuestro sistema
gráfico posee relaciones que no son biunívocas con el sistema
fónico y descubre también que hay un código ortográfico que debe
ser respetado.
Hay
investigaciones sobre algunos de los procesos ortográficos que
realizan los niños en la escuela, que se presentarán en este
trabajo, pero nos centraremos en la investigación que realizamos en
cinco escuelas de Maldonado, buscando respuestas a estos procesos en
el presente de nuestro país.
Las
escuelas elegidas son la 106 y 56 de Maldonado, las dos de tiempo
completo; el Instituto Uruguayo–Argentino de Punta del Este; las
escuelas 37 y 52 de Piriápolis. La realidad socio–económico–cultural
de los alumnos que concurren a estas escuelas es diferente: desde
padres sin trabajo, a padres trabajadores zafrales, a familias
trabajadoras asentadas en el lugar desde generaciones, a familias
pudientes. Se cubre así un panorama general abarcador de la
realidad de un departamento, que busca encontrar una media sobre la
que observar este proceso en acción.
¿Cómo
conceptualiza el niño?
Estamos
todos de acuerdo con que la ortografía tiene un carácter
esencialmente normativo. No somos libres, debemos obedecer. En los
procesos de adquisición de la lengua escrita se suman diversas
complejidades que tienen que ver con la misma naturaleza del carácter
notacional de los signos gráficos por un lado y del carácter
normativo, preceptivo de esa notación por otro. En algún momento de
la adquisición de la lengua escrita, el niño debe enfrentarse a la
realidad de que la ortografía manda.
Para
poder entender estos procesos ortográficos es necesario observar
primero cómo piensa el niño, cómo aprende, cómo recibe la
información y cómo la organiza; en suma, cómo conceptualiza.
La
memorización y conexión de las palabras no lleva directamente a la
formación de conceptos. Vygotsky (1995:86) se inclina a
pensar que el niño piensa de forma
sincrética. La
interacción con el adulto lo ayuda a alcanzar un nivel conceptual
más propio de un pensamiento desarrollado en el que los esquemas
cognitivos serán seleccionados, reducidos y adaptados.
Al
decir de Piaget (2008:189) entre
el sujeto y los objetos que procura conocer hay una dialéctica que
consiste en acercarse al objeto mediante aproximaciones sucesivas y
progresivas, en tanto se suscitan nuevos problemas con cada nuevo
conocimiento.
Al
estudiar la lógica del niño, Piaget (1968:154) describe como
esquema lo percibido por el
niño al leer una palabra; el esquema es llamado también la
“Gestaltqualität” (cualidad configurativa) de los objetos. Cada
palabra tiene su esquema,
que sustituye la percepción del detalle y es por eso que se las
llama expresiones sincréticas. Esta percepción excluye el análisis,
pero implica que es más rica que él. Toda actividad del pensamiento
posee dos momentos, que Piaget llama funciones.
La función explicadora es el momento centrífugo, durante el
cual el pensamiento tiende hacia el mundo exterior; la función
implicadora es el momento centrípeto, durante el cual el pensamiento
tiende al análisis de las intenciones mismas de sus conexiones.
(ibíd:206)
Es
un proceso que comienza en la tierna infancia, pero las funciones
intelectuales que forman la base psicológica del proceso de
la formación de conceptos termina de desarrollarse en la pubertad.
(Vygotsky, op.cit.:123 y ss). Se trata de una actividad muy compleja
en la que intervienen todas las funciones intelectuales básicas, por
tanto no se reduce a atención, imágenes o juicio, simplemente.
Por
otra parte, sin el uso de un signo o palabra todas estas funciones
intelectuales son insuficientes. La palabra es su “instrumento
funcional”. Atendiendo a esta realidad, la investigación de
Vygotsky (op.cit.:127) se fundamenta en tres fases básicas, cada
una de ellas dividida en estadios.
-
En el primer estadio la palabra y su significado denotan un vasto conglomerado sincrético de objetos individuales que se han fundido en una imagen en su mente. En tanto sincrética, se trata de una imagen inestable.
-
El niño se basa en una impresión casual para mezclar diversos elementos en una imagen indiferenciada. Llama a esta fase pensamiento por complejos, en los que los objetos individuales se unen en la mente del niño por sus impresiones subjetivas y por los vínculos que realmente existen con esos objetos. En esta fase los complejos equivalen funcionalmente a verdaderos conceptos, al agrupar objetos que están relacionados entre sí.
En
esta etapa, el niño superó su egocentrismo, no confunde sus
impresiones con las cosas mismas. El pensamiento por complejos es
ya “un pensamiento coherente y objetivo” (ibídem). Las reglas
que forman los componentes son no abstractas y lógicas, sino
concretas y empíricas.
-
El primer tipo de pensamiento complejo se llama asociativo (op.cit.:129) entre el objeto y otros bloques.
-
El segundo tipo de pensamiento complejo combina objetos e impresiones complejas en colecciones. La agrupación obedece a algún rasgo que los diferencia entre sí y los iguala al mismo tiempo. El niño realiza una asociación por contrastes, por una cooperación funcional.
-
Luego del pensamiento por complejos surge el pensamiento en cadena, que consiste en una integración secuencial de significados. Puede el niño estar seleccionando triángulos amarillos y seguir pasando a triángulos, pero azules, ver un cuadrado azul y seguir coleccionando cuadrados, pero de otro color.
La
función principal de estos complejos es establecer vínculos y
relaciones, para establecer las bases de una generalización
posterior. Aunque el concepto desarrollado presupone algo más que
unificación. Para formar un concepto generalizado es necesario
abstraer y generalizar elementos, en un proceso de síntesis y
análisis que se presuponen mutuamente.
Se
verá –a través de la investigación realizada para este trabajo–
cómo el pensamiento por complejos, su configuración en
asociaciones, en colecciones, en cadenas, se aplica a los procesos
cognitivos que llevan a estructurar el aprendizaje de la escritura
normativa del castellano–español. Por su característica de
convencional y arbitraria, por sus complejos signos gráficos que no
son siempre unívocos respecto de los signos fonológicos, es
necesario que la ortografía del castellano, además de ser procesada
cognitivamente por cada niño en su aprendizaje, se enseñe; es
decir, que haya intervención del docente también, respetando cada
etapa de los procesos cognitivos de los alumnos.
Aprender
supone construir cada vez más complejas estructuras cognitivas,
elaborar una representación del contenido a aprender, atribuir
significado a lo que se aprende en la medida en que los nuevos
conocimientos son integrados a los existentes por medio de
relaciones, modificaciones, coordinaciones. Son los “nuevos
problemas” en la dialéctica de Piaget (2008).
Dentro
de los modelos piagetianos cognitivo–constructivistas, el alumno
deberá, en lo que nos compete respecto de lo ortográfico,
comprender los conceptos, aprender a elaborar un cambio conceptual
reestructurando los conocimientos previos, internalizar los
procedimientos y las técnicas, las secuencias de acciones
rutinarias, las estrategias para poder utilizar los aprendizajes de
manera discriminativa y eficaz, y por último aprender a controlar y
regular sus propios aprendizajes. (Guerrero Barona, 2006:104)
Existe
también en este proceso que nos ocupa, algo de aprendizaje vicario;
se trata de un híbrido conductista–cognitivo; conductista porque
se buscan resultados, y cognitivo porque parte de la observación
para procesar conocimientos, a la que se suma la elaboración propia
que consiste en la jerarquización, atención, retención,
motivación, producción. Se da en todos los contextos en donde haya
interacción y comunicación humana, no solo en la escuela. (Gerrero
Barona, op.cit.:130).
La
psicología cognitiva y las teorías del procesamiento de la
información consideran al aprendiz como un procesador activo de la
información, recuperando información y almacenándola. Un verdadero
gestor de actividades, a diferencia de la concepción conductista,
que lo vislumbraba como alguien pasivo.
El
aprendiz pasa por tres fases: en la primera, registra la
información, en la segunda la codifica, y la almacena; en la
tercera, ejecuta la salida de esa información almacenada. La mente
es vista como un sistema de representaciones computacionales que
construye y manipula símbolos (Guerrero Barona, op.cit.:140).
La
memoria también tiene sus tiempos de procesamiento. De la memoria
sensorial se pasa a la de corto plazo y luego a la de largo plazo.
También entran en juego la memoria de largo plazo episódica –los
hechos ocurridos– y la semántica –el conocimiento de hechos o
conceptos en general–.
Los
conceptos genéricos en la memoria y los conocimientos de muy
diversos tipos en diferentes niveles de abstracción son
representados y estructurados en esquemas, que
permiten jerarquizar en la memoria los datos acumulados. (Rumelhart,
1980, apud Gerrero Barona: 141). Al organizarse serial y
jerárquicamente, se pueden asumir otros conocimientos con nuevas
estructuras. Los esquemas permiten aportar datos para comprender la
idea, el concepto, recuperan información ya almacenada y la
reinterpretan para adoptar nuevas estructuras de conocimiento.
El
aprendizaje que nos ocupa, el de la ortografía, se procesa de esta
forma: la información ingresa, sea por lo fonológico o por lo
ortográfico, se contrasta, se realizan asociaciones que permiten
procesarla y se jerarquiza. A medida que siga ingresando información,
vuelve a procesarse de la misma forma. La memoria corto plazo y la
memoria largo plazo juegan un rol preponderante en este juego de
jerarquías y aprendizajes.
La
ortografía en el ámbito del aprendizaje de la lengua escrita
Para
trasmitir un mensaje escrito, un individuo debe conocer cómo se
organiza y manipula el sistema grafemático de su lengua; por esta
razón, la actividad ortográfica –entendida como una competencia–
integra las actividades comunicativa, lingüística y cognitiva.
Las
áreas de competencia gramatical, discursiva, sociolingüística y
estratégica integran la competencia comunicativa, entendida como un
conjunto de conocimientos conscientes e inconscientes, y de
habilidades automatizadas o no, que los usuarios deberían poseer y
actualizar para comunicarse. (Canale, 1983, apud Pujol, 1999:25). La
competencia gramatical se refiere a un conocimiento, consciente o no,
del código lingüístico y a las habilidades necesarias para usarlo
en la comprensión y en la producción de enunciados bien formados.
La competencia ortográfica, como una subclase de la competencia
gramatical, se concreta en el uso correcto y normativo del código
grafemático de la lengua para representar gráficamente un mensaje.
(Pujol, op.cit.: 23)
Hay
procesos cognitivos intrínsecos al desarrollo del niño, que emergen
varios años antes de iniciarse la alfabetización escolar y se
transforman en metacognitivos, activados por la construcción de los
aprendizajes de la lengua escrita. Se suele hablar de “literalidad
emergente” con dos procesos que interactúan entre sí. Uno es el
lenguaje oral y los textos donde se aprende a leer; son los procesos
outside-in:
el mundo y toda la información sobre él llega al niño a través de
múltiples canales y medios.
El
otro proceso es el componente formado por el desarrollo
neuropsicológico cognitivo de las habilidades necesarias para
decodificar las palabras; se trata de los procesos inside-out.
El mundo, lo que está fuera del niño, es recibido por él para ser
finalmente comprendido e internalizado. (Bravo
Valdivieso, 2000:49–68)
Escribir
–actividad inside-out– es una actividad compleja que
implica planificación, textualización, revisión, todos realizados
en simultáneo, y esto trae consigo grados de dificultad. La memoria
juega en este proceso un rol importante, porque es a la que se
recurre para archivar la información necesaria para seguir
avanzando.
¿Cómo
opera el niño en la escuela al aprender a escribir? ¿Cómo
planifica, textualiza y revisa? Siguiendo a Gabarró, (2002:5), a
los ocho años se guía por la fonética de las palabras; es la
etapa de una escritura fonética. Desde los ocho hasta los doce, se
va almacenando el vocabulario básico que les sirve para su vida
escolar y corriente. A partir de los doce siguen ampliando el
vocabulario básico e introducen aspectos gramaticales que tienen
relación directa con la ortografía. Recordemos que Vygotsky
consideraba que es la edad en la que comienzan a desarrollarse los
pensamientos abstractos, y la gramática se interpreta mejor junto
con ellos.
En
algún momento del período de escolarización, el niño llega a “la
edad de las convenciones” (Bravo Valdivieso, op.cit.) en la que
asumirá su conciencia ortográfica. Este proceso cognitivo se
relaciona directamente con la convicción de que en la escritura hay
un aspecto, más allá de la condición multirreferencial de algunos
grafemas, que debe interpretarse desde lo prescriptivo.
La
ortografía y la conciencia ortográfica
-
La construcción de la conceptualización
Las
ideas piagetianas y vygotskianas se ven plasmadas en el modelo
constructivista de Emilia Ferreiro, para quien lo real existe fuera
del sujeto pero es preciso reconstruirlo para conquistarlo. El
término escritura, para esta investigadora, no solo debe
aplicarse a la producción de marcas gráficas, sino también a su
interpretación. Por ello, no solo los avances deben
considerarse en el aprendizaje, sino que también los retrocesos
deben ser respetados como tales:
“Algo
muy importante y poco comprendido es que un proceso constructivo
involucra procesos de reconstrucción y que los procesos de
coordinación, de integración, de diferenciación, etc., también
son procesos constructivos.” (Ferreiro, 1997: 158)
Es
conveniente, en este sentido, trabajar intensamente con la lógica
del error; los niños pueden equivocarse porque sobregeneralizan, o
porque necesitan diferenciar, o enlazar elementos que consideran
semejantes.
La
conceptualización del niño abarca tres características de la
escritura: la linealidad, la arbitrariedad y la interpretabilidad.
Emilia Ferreiro considera varias etapas en el proceso de construcción
de la escritura; en una primera etapa, la de la fonetización –el
atribuir un grafema a cada fonema–, el niño comienza por una
período silábico, seguido luego por uno silábico-alfabético y
finalmente aborda el alfabético.
“Lo
más importante no es discutir sobre las etiquetas ni discutir sobre
si las etapas son tres, cuatro o seis; lo más importante, creo, es
entender ese desarrollo como un proceso y no como una serie de
etapas que se seguirían unas a otras casi automáticamente”.
(Ferreiro, op.cit.,1997:164)
En
la etapa alfabética se construye también, paso a paso, el concepto
de normatividad. Aquí entra en juego la ortografía, con la
separación de palabras, la diferenciación entre mayúsculas y
minúsculas, los signos de puntuación, y el descubrimiento de que no
todo es tan sencillo como lo pensaban, porque hay grafemas que
representan más de un fonema y fonemas que se escriben con más de
un grafema.
En
el primer período de alfabetización la duda ortográfica se
convierte en un buen parámetro para medir cómo conceptualiza el
niño su ortografía y habría que recurrir a ella más a menudo, en
su opinión. Por ejemplo, es legítimo y razonable dudar si una
palabra se escribe con h
o no al comenzar en vocal, pero no al comenzar por consonante;
también es legítimo dudar entre b
y v pero
no lo es dudar frente a todas las letras en cada palabra.
“En
particular, es preciso una larga experiencia como lector para poder
anticipar la forma ortográfica de palabras de baja frecuencia y
anticipar separaciones entre palabras.” (Ferreiro, 1993:36)
Jorge
Vaca (1983) llama ortografía
alfabética
a la etapa en que se empiezan a comprender los efectos de lo
normativo en la escritura. La hipótesis ortográfica implica que la
escritura además de ser entendida como transcripción del habla, no
es totalmente fonológica. (Jorge Vaca, 1983:23)
Vaca
habla de tres niveles, correspondientes a diferentes hipótesis
ortográficas. En el primer nivel prevalecen dudas y desconocimiento,
con justificaciones fonéticas. Es el nivel de ortografía
alfabética.
El
segundo nivel es el de la ortografía lexical, el de las
consideraciones semánticas, pero aún prevalecen las fonéticas y
por lo tanto, las dudas. La normativa ortográfica surge como
justificación.
En
cambio, el tercer nivel posee predominio de consideraciones
semánticas y la normativa ortográfica como justificación, pero
también surgen consideraciones sintácticas. Se trata de una
transición hacia la ortografía normativa. (op.cit.: 23–32)
Los
niños investigados por Planas (1994) progresan en el manejo de la
escritura priorizando los aspectos semánticos por sobre los
fonéticos “suenan iguales, pero tienen distinto significado”.
Desde 2º a 7º grado en Argentina progresan en su conciencia
ortográfica manifestando que no se puede escribir de cualquier
manera, que cada palabra tiene una forma correcta y las otras son
incorrectas, que la forma correcta es siempre la misma.
Los
datos de las investigaciones realizadas por Planas y Vaca muestran lo
mismo que la investigación de Carbonell de Grompone en nuestro país
(1980): los niños al terminar el nivel primario aún no han llegado
a dominar totalmente las convenciones ortográficas, y este proceso
continúa durante los años de escolaridad media.
-
El multialmacén
Todos
solemos considerar que la ortografía se focaliza en lo visual. En la
memoria, los lectores poseen dos caminos para la información
gráfica, que les permiten identificar palabras desde las fuentes
escritas. Uno es el que se dirige hacia el lexicón, lo que Ehri
(1987) llama “almacén”
(store). El almacén
de palabras contiene la ortografía de cada palabra asociada con las
pronunciaciones y con los significados. El otro camino es el
reconocimiento de grafemas, aún en palabras no conocidas, que se
logra mediante la analogía con palabras ya integradas al almacén.
Al
decir de Bosman y Van Orden (1997), la lectura “entra por el ojo”
y su maduración es asimétrica respecto de la maduración
ortográfica, que además de entrar por el ojo, entra por el oído.
La competencia fonológica y la ortográfica están altamente
correlacionadas. (op.cit:2). Es común, para estas investigadoras,
encontrar niños cuya competencia lectora está en un nivel
aceptable, aunque la ortografía no posea rangos iguales. La
ocurrencia de errores fonéticamente correctos (que en inglés son
mucho más frecuentes que en español) del estilo –en español–
de sielo, se
explican por la ruta fonética. Una palabra impresa activa el nodo
semántico y el fonológico, y los dos activan el ortográfico. El
buen ortógrafo, por otra parte, deberá poseer conciencia
fonológica, conciencia sintáctica y conocimiento de los grafemas.
La
ruta ortográfica también permite, en muchos casos, ir directamente
al significado y un buen lector puede, a través de ella, comprender
un texto. Luego del reconocimiento ortográfico, se entra
directamente al léxico. Otros usuarios, en cambio, llegan al nodo
semántico a partir de la fonologización de lo escrito. Primero
opera el reconocimiento fonológico, luego el léxico. (Ehri,
op.cit.:56)
Los
estudios realizados para el inglés por Uta Frith (1978) muestran que
alumnos con mala ortografía pueden ir directamente al significado
aunque no oralicen bien el texto, del mismo modo que lo hacen los
que sí tienen buena ortografía y buena oralización. Los niños que
oralizan bien en
la lectura son los que aprenden a integrar el componente fonológico
y el semántico, pero el componente visual–ortográfico también se
presenta en este desarrollo. Se integra más frecuentemente este
componente para una lengua escrita como la del inglés, que no se
acerca a la escritura fonológica como lo hace el castellano.
Los
niños de la muestra en nuestra investigación pueden tomar
cualquiera de los dos caminos para llegar a comprender, pero veremos
cómo la ruta fonológica predomina en la producción escrita del
texto que se les propuso redactar.
Una
vez que los niños comienzan el aprendizaje del lenguaje escrito,
esto opera como retroalimentación para que se desarrollen destrezas
cognitivas más complejas y estrategias lectoras más avanzadas.
El
almacenamiento en la memoria se da de una forma organizada y
jerarquizada. Supongamos que se reconoce, se establece o se recupera
la forma gráfica de las palabras, ya sea en forma manuscrita o en el
procesador de texto de una computadora. Para las teorías
multialmacén, esta forma gráfica es almacenada en una memoria
intermedia, denominada almacén grafémico, en donde se preserva esta
forma gráfica mientras se ponen en marcha los procesos para su
escritura. Los alógrafos o formas diferentes que pueden representar
a cada letra –minúscula, mayúscula o cursiva– se guardan a
largo plazo en el almacén alográfico.
En
un proceso de escritura, el siguiente paso es traducir en el campo
lingüístico los alógrafos en movimientos musculares de la mano
para representarlo gráficamente. De lo que es llamado el almacén de
patrones, se recupera el patrón motor necesario para imprimir ese
alógrafo, que indicará los movimientos a seguir para dejarlo
escrito en el medio que sea. A través de estas teorías, se explica
también el hecho de que los patrones para el teclado y para la
escritura manuscrita responden a distintos almacenes. Según Escoriza
y Boj (1997, apud Pujol op.cit.:77) la escritura manuscrita surge de
la correlación del ojo y de la mano, mediante coordinación
viso-motora, incluyendo procesos perceptivo-visuales y procesos
psicomotores necesariamente coordinados automatizados y ubicados en
la memoria implícita. Se trata de esquemas motores –programas
motores abstractos formados a largo plazo– que articulan una
determinada clase de movimientos., mediante los cuales se ejecutará
el código grafémico.
-
La agenda viso–espacial y la memoria de trabajo
Manso
y Ballesteros (2003:388–394)
intentan explicar a través de la agenda viso-espacial cómo
se incrementa el lexicón ortográfico desde 2º a 5º año escolar.
Su trabajo se basa en el modelo de memoria de trabajo de Baddeley y
Hitch (1974) y el de doble ruta de Goodman y Caramazza (1986).
Tanto
la ruta fonológica como la ruta ortográfica incorporan información
sobre el sistema gráfico que se almacena en algún nivel. Este
proceso se pone en marcha a través de la memoria de trabajo, que es
el sistema cognitivo encargado de manipular y almacenar temporalmente
la información necesaria para realizar tareas complejas, comprensión
del lenguaje o un razonamiento. (Baddeley, 2002).
La
información se almacena transitoriamente en el ejecutivo central,
mientras la agenda viso-espacial manipula las imágenes y la
información verbal. El bucle fonológico es considerado el
responsable directo de los errores ortográficos de carácter
fonológico. Baddeley considera que el almacén fonológico procesa y
retiene la información oral durante uno o dos segundos, mientras se
procesan los contenidos informativos que se asimilan mediante los
otros mecanismos. La comprensión de textos, el cálculo mental, son
especialidad de la agenda viso-espacial.
La
memoria de trabajo está fuertemente implicada en el aprendizaje de
la ortografía. Los modelos de doble ruta explican que en el
aprendizaje y en la producción ortográfica se utilizan dos vías
que pueden funcionar conectadas o disociadas. La información sobre
los fonemas de una palabra se almacenan en el módulo fonológico,
mientras que la información sobre las letras se guarda en el módulo
ortográfico-visual. Estas dos rutas del cerebro, con cierto margen
de independencia, son el recorrido para aprender y ejecutar la
ortografía. La ruta visual es también llamada ruta léxica o ruta
directa. El papel atribuido a esta ruta visual permite explicar más
completamente la escritura de palabras para la que no basta con el
conocimiento de las reglas de correspondencia fonema-grafema o
viceversa. Un déficit en esta ruta impediría la escritura correcta
de palabras con fonemas que tienen dos o más grafemas posibles para
señalarlos. Se verá cómo nuestros niños investigados poseen mayor
número de errores en estos grafemas, a lo largo de los tres niveles
estudiados.
En
efecto, el procesador fonológico no alcanza para procesar palabras
con este tipo de dificultades. El módulo ortográfico-visual
constituiría el almacén de las palabras cuya ortografía ha sido ya
aprendida, módulo que se conectaría automática y directamente con
los almacenes semánticos y fonológicos. La ortografía de la
palabra podría producirse, entonces, a partir del módulo
ortográfico-visual a través de la pronunciación, o directamente a
partir de la interpretación del significado, sin mediar la
oralización del término leído. En consecuencia, el proceso
ortográfico consiste en el procesamiento y uso de la información
fonológica y visual, y la codificación y decodificación necesarias
ocurren en algún módulo de la memoria a corto o largo plazo. Allí
se produce la transformación de la información gráfico-fonológica.
Manso
y Ballesteros (2003) aseguran que la longitud y frecuencia de una
palabra incide en su valoración ortográfica para la formación del
lexicón ortográfico y su traspaso a la memoria a largo plazo. En
efecto, en la investigación que se presentará en este trabajo, se
verá cómo la frecuencia de algunas palabras puede llegar a incidir
en su valoración ortográfica.
-
La construcción de la puntuación
El
sistema grafemático se organiza en torno a los grafemas, lo cual
parece obvio. ¿La puntuación integra la ortografía? Esta pregunta
no se contestará en este trabajo. Se la considerará incluida dentro
de la ortografía, atendiendo a que en los manuales sobre ortografía
de la Real Academia Española aparece explicada y normativizada.
Ahora
bien, los niños que están aprendiendo a ortografiar no la entienden
como participante del sistema alfabético. Uno de los principios
básicos de cualquier sistema alfabético es hacer corresponder las
series de grafías similares a secuencias sonoras similares. Por
falta de un esquema interpretativo que las haga analizables, los
niños no observan las marcas gráficas que acompañan a las letras,
es decir, no atienden a la puntuación. Llegan a nombrar esas marcas
gráficas sin concebirlas como parte del sistema de escritura, que es
fonográfico. Emilia Ferreiro (1996:156) considera que “de hecho,
no forman parte del sistema fonográfico, de modo que tienen razón”.
Las
marcas de la puntuación constituyen un sistema a la vez homogéneo
y heterogéneo. Es homogéneo en tanto conjunto de marcas definido
por la negativa, porque acompañan a las letras sin ser letras. Es
heterogéneo porque algunas de esas marcas tienen una relación más
estrecha con elementos suprasegmentales o paralingüísticos
(exclamación, interrogación, con marcas de puntuación en la
escritura).
La
puntuación, en tanto marcas escritas de una enunciación, delimita
fronteras de diversa índole: enunciados, enunciados citados,
pensamientos, citas de distinto tipo, aclaraciones, comentarios,
incisos, informaciones parentéticas, entre otras. En este sentido,
es un conjunto de instrucciones para el lector. De la misma forma que
con los otros aspectos de la escritura, los niños van desarrollando
procesos que avanzan y retroceden, pero finalmente las marcas de la
puntuación van apareciendo en sus textos. (Ferreiro, 1996)
Por
esta razón, se incluyen observaciones sobre la puntuación en esta
investigación. En el proceso de delimitar sus ideas escritas, los
niños experimentan –también con la puntuación– sus avances y
retrocesos. Al principio, en primer año, las ideas surgen sin ser
delimitadas, porque fluyen al mismo tiempo las palabras y el
pensamiento. Luego, cuando los aprendizajes se van asentando, cuando
la exposición a la lengua escrita es mayor, la puntuación va
surgiendo, aportando matices a los textos, y es el soporte de muchas
interpretaciones del mundo en el niño escribiente.
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