5.
Algunas explicaciones sobre la naturaleza semántica de los verbos.
5.1.Acción
afectadora.
En
los verbos de acción afectadora, el resultado de la acción supone
la modificación de una entidad ya existente con anterioridad a la
acción. Esta entidad que termina siendo modificada es la que aparece
referida con el pronombre le,
y es un ser animado. En un enunciado como “Su lucidez le
abandonaba, no atinando con las palabras”1,
el verbo refiere a una acción que termina afectando al objeto
directo que, bajo la forma le,
es
un ser animado. El sujeto, a pesar de ser sujeto de un verbo de
acción, no es animado, pero adopta en los textos ciertas
características animadas, en tanto es el responsable del acto.
Obsérvense
los ejemplos, la
lucidez le abandona,
la
cara
(no la persona) le
acecha, los frutos le alfombraban, su corazón le arrastra,…
En una estricta representación de la realidad, son
las
personas quienes poseen lucidez,
cara,
corazón;
y en estos enunciados, estas personas son las entidades reales
poseídas por la lucidez
(un estado de ánimo), la cara
(una parte de su propio cuerpo), su corazón
(también un órgano vital de su propio cuerpo). Se toma la parte por
el todo, y se convierte esa entidad poseída, el real sujeto animado
con voluntad propia, en una especie de sujeto animado sin voluntad
propia, que es afectado por una acción realizada por su propio
estado de ánimo, o una parte de su cuerpo. En estos casos le
es el paciente, en tanto la entidad animada referida es afectada por
una entidad que parece controlarla, aunque este sujeto controlador
en cuestión esté oculto detrás de una figura de dicción: la parte
por el todo. No se nombra, en este caso, a las personas responsables
de afectar, en el caso de que las haya. Pero lo interesante de esta
construcción es el efecto perlocutivo que se logra: una imagen de
ajenidad del propio cuerpo. La persona afectada puede ser otra
entidad, o puede ser la misma entidad, que es quien posee lucidez,
corazón, (las personas se afectan a sí mismas, pero en las figuras
de dicción elegidas son el otro, el afectado).
Hay
otros verbos que también suponen acción afectadora, pero tienen
sujetos animados y un objeto directo le,
que también es paciente: Yo
le ayudo, Ellos… le condujeron a su choza.
En acciones afectadoras de este tipo, la resolución es menos
compleja, en tanto no existe esa figura de ajenidad. El le
parece surgir como consecuencia de la referencia masculina del
objeto, explicación que ya es habitual en las gramáticas. Sería
este un ejemplo del leísmo convencional, del tipo peninsular.
Obsérvese que los autores de estas construcciones son Florencio
Sánchez, E. Acevedo Díaz y José E. Rodó, todos ellos de finales
del siglo XIX prinicipios del siglo XX. No se observan estas
construcciones en la segunda mitad del siglo XX.
5.2.
Verbos de acción, ilocutivos y de no acción, de estado perceptivo,
afectivo, cognitivo.
La
opción de le
con verbos ilocutivos parece responder al mismo esquema de paciente,
entidad afectada por el controlador. No
podemos atenderle, Yo le apuré para que me dijera el secreto, … se
les alienta a ejercitarse sobre los objetos externos, su conciencia
no le acusa, … le aconsejaron limitarse a un certificado de
defunción, entre
otros. En todos ellos, el verbo refiere una acción realizada por una
entidad que ejerce el control, aunque a veces no es todo lo animada
que debería, como su
conciencia.
En este último caso, otra vez la parte por el todo, en aras de
explicar un acto que la persona efectúa sobre sí misma.
Los
verbos de estado perceptivo, en cambio, no son de acción. Por lo
tanto, la entidad que funciona como sujeto no es agente. En los casos
de estados afectivos como les
amo,
la forma le
es recipiente del estado afectivo de un ser animado.
Sucede
lo mismo con los estados cognitivos: Su
novia, que le
conocía bien,.., en
los que el sujeto es un ser animado, y el le
es un recipiente de lo percibido por la entidad animada que funciona
como sujeto sintáctico de la oración.
En
los casos de estados perceptivos, el sujeto sintáctico ni siquiera
deberá ser una entidad, sino que puede ser una oración subordinada
que resuma el hecho o el estado que provoca ese otro estado en la
entidad animada: le
amargaba y le
asombraba que las suyas fueran manos que no tocaban.
Puede
decirse, en un primer análisis de los ejemplos, que los sujetos
sintácticos, sean de verbos de acción, o de verbos de no acción,
pueden ser animados o no. No existe un parámetro común al respecto.
No obstante, en todos los casos, la forma le
es afectada, es recipiente o es paciente de lo expresado por la
referencia verbal. Es a
quien:
a quien conocen, a quien abandonan, a quien afectan, a quien aman, a
quien alfombran (en una perfecta personificación de sujeto y de
objeto), a quien asombran. Es, por lo tanto, siempre y de cualquier
forma, persona o ser animado afectado.
5.3.
Otro aspecto de la “persona afectada”: Un cuento de Quiroga.
La
lectura de estos fragmentos de un cuento de Horacio Quiroga escrito a
principios del siglo XX puede resultar ejemplificadora para observar
cómo se percibe el le
en tanto portador de esa recepción o pasividad de lo referido por el
verbo.
En
él, un matrimonio está angustiado por la muerte cercana de su
perro, animal que de tanto compartir la vida con ellos, se transformó
en una especial compañía, a pesar de que el matrimonio vivía en un
medio rural y la relación de los habitantes del medio rural con los
perros no es tan estrecha como en las ciudades.
El
narrador, adoptando una modalidad narrativa en la que se vincula con
los sentimientos de los personajes y narra desde los afectos de
ellos, muestra a través de los pronombres de objeto bajo la forma le
los sentimientos que este matrimonio siente por el animal moribundo:
un cariño tan especial que hace que ellos terminen dándole
sepultura, a pesar de que en el medio rural no se entierre a los
perros cuando mueren.
Obsérvese
cómo, en los fragmentos citados, cuando el animal se percibe como
animal, surge el objeto directo lo.
En cambio, cuando tanto en las palabras del narrador como en las
palabras de los personajes el animal es sentido como parte de su vida
y receptor de sus afectos, surge le
para referirlo. Es una curiosa muestra de cómo el pronombre le,
también en el Uruguay, se utiliza para referir personas, y por lo
tanto, existe pérdida de la diferenciación de caso.
Mucho
le
querían; y si a un perro así no se quiere, ¿a quién se va a tener
cariño en este mundo?
(…)
Una
mañana Emilio le
llamó y no pudo levantarse. Hizo un esfuerzo, alzó la cabeza a
todos lados, desorientada, y la dejó caer gimiendo. Lo
llevaron en seguida a la cocina.
(…)
Aunque
viéndole
envejecer y acercarse a una muerte injusta para el noble amigo,
estuvieron todo el día preocupados. Cuando de noche fueron a verle,
estaba peor.
Se
estremecía sin cesar, y no pudieron abrirle
la boca. En cuclillas a su lado, le
miraban sin apartar la vista, esperando verle
morir de un momento a otro.
(…)
¿Para
qué quererle
así si al otro día habrían de tirarle
en el monte, como a una cosa que no se quiere más?
-A
los perros no se los
debe enterrar. Son buenos, sí, uno los
quiere, pero no enterrarlos.
(…)
Pero
al fin sus miradas se encontraron y ella le
miró con ojos suplicantes.
(…)
El
cavó mientras ella le
alumbraba. Colocáronle
de costado, apisonaron cuidadosamente la tierra, y se volvieron en
silencio, con los ojos llenos de lágrimas.
H.
Quiroga.
Almas Cándidas. Publicado en La Nación, Buenos Aires,
año 111, N° 166, noviembre 2, 1905
5.
Algunas explicaciones sobre la naturaleza semántica de los verbos.
5.1.Acción
afectadora.
En
los verbos de acción afectadora, el resultado de la acción supone
la modificación de una entidad ya existente con anterioridad a la
acción. Esta entidad que termina siendo modificada es la que aparece
referida con el pronombre le,
y es un ser animado. En un enunciado como “Su lucidez le
abandonaba, no atinando con las palabras”1,
el verbo refiere a una acción que termina afectando al objeto
directo que, bajo la forma le,
es
un ser animado. El sujeto, a pesar de ser sujeto de un verbo de
acción, no es animado, pero adopta en los textos ciertas
características animadas, en tanto es el responsable del acto.
Obsérvense
los ejemplos, la
lucidez le abandona,
la
cara
(no la persona) le
acecha, los frutos le alfombraban, su corazón le arrastra,…
En una estricta representación de la realidad, son
las
personas quienes poseen lucidez,
cara,
corazón;
y en estos enunciados, estas personas son las entidades reales
poseídas por la lucidez
(un estado de ánimo), la cara
(una parte de su propio cuerpo), su corazón
(también un órgano vital de su propio cuerpo). Se toma la parte por
el todo, y se convierte esa entidad poseída, el real sujeto animado
con voluntad propia, en una especie de sujeto animado sin voluntad
propia, que es afectado por una acción realizada por su propio
estado de ánimo, o una parte de su cuerpo. En estos casos le
es el paciente, en tanto la entidad animada referida es afectada por
una entidad que parece controlarla, aunque este sujeto controlador
en cuestión esté oculto detrás de una figura de dicción: la parte
por el todo. No se nombra, en este caso, a las personas responsables
de afectar, en el caso de que las haya. Pero lo interesante de esta
construcción es el efecto perlocutivo que se logra: una imagen de
ajenidad del propio cuerpo. La persona afectada puede ser otra
entidad, o puede ser la misma entidad, que es quien posee lucidez,
corazón, (las personas se afectan a sí mismas, pero en las figuras
de dicción elegidas son el otro, el afectado).
Hay
otros verbos que también suponen acción afectadora, pero tienen
sujetos animados y un objeto directo le,
que también es paciente: Yo
le ayudo, Ellos… le condujeron a su choza.
En acciones afectadoras de este tipo, la resolución es menos
compleja, en tanto no existe esa figura de ajenidad. El le
parece surgir como consecuencia de la referencia masculina del
objeto, explicación que ya es habitual en las gramáticas. Sería
este un ejemplo del leísmo convencional, del tipo peninsular.
Obsérvese que los autores de estas construcciones son Florencio
Sánchez, E. Acevedo Díaz y José E. Rodó, todos ellos de finales
del siglo XIX prinicipios del siglo XX. No se observan estas
construcciones en la segunda mitad del siglo XX.
5.2.
Verbos de acción, ilocutivos y de no acción, de estado perceptivo,
afectivo, cognitivo.
La
opción de le
con verbos ilocutivos parece responder al mismo esquema de paciente,
entidad afectada por el controlador. No
podemos atenderle, Yo le apuré para que me dijera el secreto, … se
les alienta a ejercitarse sobre los objetos externos, su conciencia
no le acusa, … le aconsejaron limitarse a un certificado de
defunción, entre
otros. En todos ellos, el verbo refiere una acción realizada por una
entidad que ejerce el control, aunque a veces no es todo lo animada
que debería, como su
conciencia.
En este último caso, otra vez la parte por el todo, en aras de
explicar un acto que la persona efectúa sobre sí misma.
Los
verbos de estado perceptivo, en cambio, no son de acción. Por lo
tanto, la entidad que funciona como sujeto no es agente. En los casos
de estados afectivos como les
amo,
la forma le
es recipiente del estado afectivo de un ser animado.
Sucede
lo mismo con los estados cognitivos: Su
novia, que le
conocía bien,.., en
los que el sujeto es un ser animado, y el le
es un recipiente de lo percibido por la entidad animada que funciona
como sujeto sintáctico de la oración.
En
los casos de estados perceptivos, el sujeto sintáctico ni siquiera
deberá ser una entidad, sino que puede ser una oración subordinada
que resuma el hecho o el estado que provoca ese otro estado en la
entidad animada: le
amargaba y le
asombraba que las suyas fueran manos que no tocaban.
Puede
decirse, en un primer análisis de los ejemplos, que los sujetos
sintácticos, sean de verbos de acción, o de verbos de no acción,
pueden ser animados o no. No existe un parámetro común al respecto.
No obstante, en todos los casos, la forma le
es afectada, es recipiente o es paciente de lo expresado por la
referencia verbal. Es a
quien:
a quien conocen, a quien abandonan, a quien afectan, a quien aman, a
quien alfombran (en una perfecta personificación de sujeto y de
objeto), a quien asombran. Es, por lo tanto, siempre y de cualquier
forma, persona o ser animado afectado.
5.3.
Otro aspecto de la “persona afectada”: Un cuento de Quiroga.
La
lectura de estos fragmentos de un cuento de Horacio Quiroga escrito a
principios del siglo XX puede resultar ejemplificadora para observar
cómo se percibe el le
en tanto portador de esa recepción o pasividad de lo referido por el
verbo.
En
él, un matrimonio está angustiado por la muerte cercana de su
perro, animal que de tanto compartir la vida con ellos, se transformó
en una especial compañía, a pesar de que el matrimonio vivía en un
medio rural y la relación de los habitantes del medio rural con los
perros no es tan estrecha como en las ciudades.
El
narrador, adoptando una modalidad narrativa en la que se vincula con
los sentimientos de los personajes y narra desde los afectos de
ellos, muestra a través de los pronombres de objeto bajo la forma le
los sentimientos que este matrimonio siente por el animal moribundo:
un cariño tan especial que hace que ellos terminen dándole
sepultura, a pesar de que en el medio rural no se entierre a los
perros cuando mueren.
Obsérvese
cómo, en los fragmentos citados, cuando el animal se percibe como
animal, surge el objeto directo lo.
En cambio, cuando tanto en las palabras del narrador como en las
palabras de los personajes el animal es sentido como parte de su vida
y receptor de sus afectos, surge le
para referirlo. Es una curiosa muestra de cómo el pronombre le,
también en el Uruguay, se utiliza para referir personas, y por lo
tanto, existe pérdida de la diferenciación de caso.
Mucho
le
querían; y si a un perro así no se quiere, ¿a quién se va a tener
cariño en este mundo?
(…)
Una
mañana Emilio le
llamó y no pudo levantarse. Hizo un esfuerzo, alzó la cabeza a
todos lados, desorientada, y la dejó caer gimiendo. Lo
llevaron en seguida a la cocina.
(…)
Aunque
viéndole
envejecer y acercarse a una muerte injusta para el noble amigo,
estuvieron todo el día preocupados. Cuando de noche fueron a verle,
estaba peor.
Se
estremecía sin cesar, y no pudieron abrirle
la boca. En cuclillas a su lado, le
miraban sin apartar la vista, esperando verle
morir de un momento a otro.
(…)
¿Para
qué quererle
así si al otro día habrían de tirarle
en el monte, como a una cosa que no se quiere más?
-A
los perros no se los
debe enterrar. Son buenos, sí, uno los
quiere, pero no enterrarlos.
(…)
Pero
al fin sus miradas se encontraron y ella le
miró con ojos suplicantes.
(…)
El
cavó mientras ella le
alumbraba. Colocáronle
de costado, apisonaron cuidadosamente la tierra, y se volvieron en
silencio, con los ojos llenos de lágrimas.
H.
Quiroga.
Almas Cándidas. Publicado en La Nación, Buenos Aires,
año 111, N° 166, noviembre 2, 1905
1
Ver,
en este ejemplo y en los siguientes, el enunciado completo y su
responsable, en el cuadro presentado. Están ordenadas
alfabéticamente.
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