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domingo, 10 de agosto de 2014

La pragmática en el texto literario


Apuntes sobre los actos de habla en y para el relato literario.



Introducción general.


El trabajo que nos ocupará en las próximas páginas tiene como objetivo determinar qué clase de acto de habla se manifiesta en un relato literario, o mejor, trataremos determinar si la ejecución de determinados actos, sean de lengua, sean de lenguaje, sean de habla, se puede analizar de la misma forma en la producción del relato literario, que en la de cualquier acto de enunciación. Hemos elegido un cuento de Borges, La casa de Asterión. En realidad, las proyecciones son infinitas, por lo que la elección del cuento es una simple excusa para transitar el mundo de la actuación lingüística en lo literario, que instaura un mundo de ficción en el que se pierden las referencias naturales (¿se pierden realmente?) a las que supuestamente estamos acostumbrados en el devenir diario. En el texto literario se recrean situaciones, mundos, odios, amores, y el lector se sumerge en ellos asumiendo que son verdaderos. La verdad como algo relativo y no absoluto se convierte aquí en un axioma y deja de ser una simple realidad. 

Si nos introducimos en el nivel de la enunciación literaria  y lo  trascendemos, llegamos a descubrir en la organización sintáctica de ese discurso ciertos rasgos que nos permiten determinar de qué manera se asientan en el relato las variaciones lingüísticas que con aparente responsabilidad del narrador, son producto exclusivo de la invención del escritor. Se imita un lenguaje, una variación de la lengua, y a través de ella vemos plasmado el carácter, el tiempo, el lugar y hasta la psicología del personaje, sea narrador-personaje, o personaje presentado por el narrador.

En este contexto, cada signo lingüístico deja de bastarse a sí mismo para funcionar en virtud del conjunto vasto en el que se inserta como un detonador más de la realidad creada, de esa realidad mental que supone el discurso literario, llena de simbolismos, de indicios, de contenidos que van más allá de lo que se dice.

Derrida dice que la escritura es la muerte y la fuente del significado de un signo. Y aunque no tenga necesidad del significante para ser lo que es, el significado de un signo es originaria y esencialmente huella, que está desde el principio en posición de significante. Esta huella instituida es inmotivada pero no caprichosa. "No hay a decir verdad una huella inmotivada; la huella es indefinidamente su propio devenir inmotivado. No hay símbolo y signo, sino un devenir-signo del símbolo", nos dice.







Parte 1.
Actos de habla, una mirada a las ideas de Austin


Reflexiones previas


Para que el lenguaje exista debe haber por lo menos dos actores. El intercambio dialógico es consecuencia de una matriz implantada en el lenguaje en el nivel de sus formas más universales.  "El lenguaje está en la naturaleza del hombre, que no lo ha fabricado", dice Benveniste. "Nunca llegamos al hombre separado del lenguaje, ni jamás lo vemos inventarlo. Es un hombre hablante el que encontramos en el mundo, un hombre hablando a otro, y el lenguaje enseña la definición misma del hombre" 1

Con este criterio, los gestos, las mímicas, entendidos como elementos paralingüísticos, no son instintivos, sino convencionales, y surgen paralelos al lenguaje, observando sus mismas reglas.

Puesto en acción, el lenguaje se transforma en discurso. En el ir y venir del intercambio lingüístico, hay una tendencia a pensar que la palabra es el objeto intercambiado y parece así asumir el rol de instrumento utilizado por los actores. Pero no es así. En una situación discursiva entre dos sujetos hablantes, la palabra se actualiza  como elemento básico de intercambio comunicativo entre ellos, porque la poseen desde el momento mismo en que desarrollaron esta facultad que a los hombres les es propia.

Ahora bien, aunque el lenguaje así entendido no es un instrumento-objeto de comunicación ajeno al hombre, cumple  en la interacción social una función instrumental, esto es, se realiza con el lenguaje una acción lingüística que sirve como medio para obtener ciertos fines, por ejemplo, persuadir, inducir conductas en el otro. Desbordamos ya el ámbito lingüístico y nos insertamos en ámbitos comportamentales. Estamos transitando por caminos en los que la interacción entre dos sujetos permite trascender lo meramente lingüístico.


El lenguaje como acción.


A mediados del siglo XX se corporeizó entre los filósofos de Oxford una corriente que se ocupó de estudiar las lenguas naturales en sí mismas, liberándolas de las abstracciones de los tradicionales marcos filosóficos. Entre ellos, John L. Austin se interesó  especialmente en lo que él llamó "el lenguaje ordinario", entendido como el lenguaje real, el que sirve a la interacción social.

En el prólogo a la edición española de su obra póstuma "Cómo hacer cosas con palabras", G. Carrió y E. Rabossi 2 consideran que Austin militó en la llamada "filosofía del lenguaje ordinario", con raíces aristotélicas, a cuyo estudio se dedicaron tanto Austin como sus predecesores. En sus trabajos sobre ética, Aristóteles apeló al lenguaje ordinario como criterio esclarecedor. Los filósofos de Oxford, desde principios de siglo, sostenían que este lenguaje sirve para la formulación de doctrinas filosóficas sólidas, contraponiéndolo al "lenguaje de la reflexión" de la filosofía tradicional, que estimula o favorece las falacias.

Estos filósofos entienden que hacer filosofía no es construir cálculos ni jugar con ellos, porque el lenguaje es una forma de vida en tanto cumple múltiples funciones en la vida de quienes lo emplean. Es por ello que para hacer filosofía el lenguaje no puede aislarse de su empleo ordinario, que ya contiene en sí mismo presupuestos conceptuales complejos. Leibniz, en quien Austin llegó a ser experto, decía: "Realmente pienso que los lenguajes son el mejor espejo de la mente humana y que un análisis de la significación de las palabras haría conocer las operaciones del entendimiento mejor que cualquier otra cosa".

En Philosophical Papers (p.133) comenta Austin: "En consecuencia, no cabe duda que el lenguaje ordinario no es la última palabra: en principio puede ser complementado, mejorado y superado. Pero recuerden: es la primera palabra".


 Hacia los actos de habla.

Siendo fiel a su postura de estudiar el lenguaje ordinario, al que también llama "real", Austin observa que, efectivamente, existen en él enunciados descriptivos, los únicos tomados en cuenta por la filosofía tradicional. Son los asertivos, aquellos que pueden ser verdaderos o falsos. Pero no concibe dejar fuera del corpus de enunciados en filosofía, otros que no eran considerados como tales, sino como pseudo-enunciados, porque no pueden ser ni verdaderos ni falsos. Este es el caso de preguntas, órdenes, deseos, permisiones.

A partir de esta hipótesis de trabajo, se dedica a describir las características de estos dos tipos de enunciados, y observar sus diferencias. En la búsqueda de estos criterios descriptivos, llegó a bosquejar una teoría general de los actos lingüísticos, que sirvió como punto de partida para una teoría lingüística de la acción, retomada, ampliada y completada por lingüistas posteriores. Los "actos de habla" de Austin son la base sobre la que se asienta la pragmática lingüística que hoy estudiamos a través de múltiples ángulos.

¿Cómo llegamos al concepto del lenguaje como acción, partiendo de premisas filosóficas?

Austin comienza distinguiendo entre enunciados constatativos y realizativos o performativos. Los primeros son descriptivos, y se asimilan a las proposiciones entendidas como enunciados que pueden ser verdaderos o falsos, porque tienen un referente que puede ser verificable. Los realizativos, por el contrario, no postulan descripciones, por lo cual no pueden ser considerados ni verdaderos ni falsos. Son la formulación de una oración que tiene la siguiente peculiaridad: expresar la oración coincide con hacerla. Podemos apostar sin decir que lo estamos haciendo, pero cuando decimos "Apuesto", estamos efectivamente realizando el acto de apostar.

Mientras que un enunciado constatativo puede ser verdadero o falso, el enunciado realizativo puede ser afortunado o desafortunado. Esto dependerá de las circunstancias dentro de las cuales se realice la emisión. 

Para que un enunciado sea afortunado es necesario que se cumplan determinadas condiciones:

A.1. Debe existir un procedimiento convencional que debe incluir la emisión de ciertas palabras por parte de ciertas personas en ciertas circunstancias.

A.2. Las personas y circunstancias deben ser las apropiadas.

B.1. El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en forma correcta.

B.2. En todos sus pasos.

1. Debe existir un compromiso de sinceridad por parte de quien lo emite.

2. Con un comportamiento acorde por parte de sus participantes.

Si violamos una o más de estas reglas, la expresión es desafortunada. Pero de manera distinta. Mientras que la violación de A (alfa) y B (beta) implica que el enunciado realizativo no se ejecute y provoca un desacierto, la violación de  (gamma) implica un enunciado insincero y provoca un abuso. 

Recordemos que al formular un enunciado realizativo estamos al mismo tiempo ejecutándolo. Esto trae como consecuencia que decir es hacer. Por lo tanto, podemos realizar, al decir:

actos afortunados, cuando las condiciones son cumplidas.

actos nulos, cuando se provocan desaciertos (no se cumplen A y B).

actos huecos, cuando se provocan abusos (no se cumple 

Hay además otro tipo de infortunio, que tiene que ver con el hecho de que los actos no son unilaterales; necesitan de un emisor y un receptor. En este sentido, para que se realice afortunadamente por ejemplo, una promesa, es necesario que alguien la haya emitido, que haya sido oída por alguien, y que este receptor la haya entendido como tal. Se verá con esto, que los realizativos hacen, mientras que los constatativos dicen.

Austin resume todo lo expuesto de esta manera: la diferencia entre realizativos y constatativos es entre hacer y decir. Todo lo que un constatativo declara está contenido en sí mismo. Si formulamos una aserción como "Los hijos de Juan son calvos", además de postular respecto de su referencia que sea verdadera o falsa, encontramos en ella una implicatura, es decir, la creencia del emisor en lo que enuncia. Hay además una presuposición: el emisor presupone que Juan tiene hijos.

Sin embargo, cuando formulamos un realizativo tenemos que considerar la situación lingüística en la que fue emitido, para que este acto sea afortunado. De este modo, estos enunciados encuentran su contenido colmado no dentro de ellos, sino fuera de la propia emisión. El contexto es imprescindible. El enunciado "Juro" será afortunado, nulo o hueco según se cumplan las reglas mencionadas, y todas refieren al contexto en que se realiza la emisión. 

Austin distingue, no obstante, entre realizativos explícitos e implícitos. Y es en esta instancia de su discurrir filosófico en el que los enunciados constatativos y realizativos parecen amalgamarse. Realizativos explícitos son aquellos en los que aparece expresamente formulado el acto: 

"Prometo que vendré mañana". 

Realizativos implícitos son aquellos en los que no aparece expresamente enunciado el realizativo: 

"Vendré mañana". 

Sin embargo, se observará que en este último, el hecho de considerarlo una promesa depende mucho más del contexto que en el primero. Un enunciado como "Vendré mañana" puede ser concebido, según los casos, también como una aserción si suponemos que contiene un realizativo implícito como "Afirmo".

Es a partir de estas reflexiones que Austin considera que los enunciados constatativos pueden resolverse como una reformulación de los realizativos, porque al utilizar el lenguaje ordinario como corpus observado, descubre que los constatativos se emiten también en una situación lingüística específica. Esto le permite decir que "Los hijos de Juan son calvos", implica afirmar: "Afirmo que los hijos de Juan son calvos".

Adecuarse a los hechos es propio de los enunciados realizativos, y si también es propio de un constatativo, no existen fronteras claras entre ambos. Todo enunciado es un realizativo, implícito o explícito. Por su parte, las explicitaciones se pueden resolver sintácticamente de dos formas; una, a través de una matriz subordinante: "Te ordeno que cierres la ventana" o "Te ruego que cierres la ventana". Otra, a través de parentéticas: "Cierra la ventanta, es una orden" o "Cierra la ventana, te lo ruego".


Los actos de habla.

Ahora bien, ¿qué contiene cada emisión para que se formalice en ella un acto al producirla,? ¿Qué operaciones mentales se llevan a cabo por parte de los interlocutores.?  Es decir, ¿en cuántos sentidos puede entenderse que “decir algo es hacer algo, o que al decir algo hacemos algo e, incluso que porque decimos algo hacemos algo"?.3

Realizar un acto al hablar implica, realizarlo en tres sentidos diferentes, a los que él llama clases o tipos de actos, que se dan al mismo tiempo en cada emisión. Estos son el acto locucionario, el ilocucionario y el perlocucionario.

El acto locucionario es el acto de decir algo. Es la emisión considerada en sí misma. Con un criterio puramente metodológico, Austin distingue en este acto tres niveles o instancias, que aunque las descomponga para analizarlas, se dan simultáneamente en cada  acto de emisión:

El acto fonético o phone es el que realizamos al emitir sonidos. 

Al emitir estos sonidos estamos seleccionando de una lengua particular que contiene en ella una gramática, una serie de palabras (llamadas así por Austin), con una determindada entonación. Esto es el acto fático o pheme. Debe existir una determinada adecuación de los interlocutores al sistema o lengua del que se sirvan en su interacción lingüística; deben conocerla ambos.

Emitir sonidos formalizados en palabras de una lengua particular implica también una indicación hacia un referente del mundo fuera de ellas, lo cual le confiere al enunciado un sentido específico. Este es el acto rético o rheme. El sentido y la referencia son los que, sumados, traen aparejado el significado de una oración enunciada.   

Lyons respecto de la referencia, estudiando las teorías del significado, comenta:


"Cuando se enuncia una oración de tipo `Napoleón era corso" para hacer una aseveración, diremos que el hablante se refiere a un cierto individuo (Napoleón) a través de la expresión referencial. Si la referencia es acertada, la expresión hará que el oyente identifique correctamente al individuo en cuestión, es decir al referente. Debe observarse que, en virtud de esta concepción sobre la relación de referencia, el hablante es el que se refiere (usando la expresión adecuada), ya que él otorga referencia a la expresión mediante el acto de referir"4


Es importante en este momento realizar algunas precisiones. El acto rético supone al fático, pero no a la inversa, puesto que el fático opera con elementos de la lengua (oraciones) y el rético con elementos del habla o de la enunciación (enunciados). Para que un emisor realice el acto de referir, es necesario que lo enuncie y formalice en una lengua específica. Aunque podemos enunciar sinsentidos, organizados en una gramática particular con oraciones perfectamente formadas. Recordemos al respecto el ejemplo de Chomsky "Las ideas verdes incoloras duermen furiosamente". Y también podemos, como dice Austin, "repetir las oraciones de otro, o mascullar alguna oración, o podemos leer una frase en latín sin conocer el significado de las palabras".5

Al realizar el acto locucionario, el acto de decir algo, el hablante realiza también un acto al decirlo. Este es el acto ilocucionario. Es la manera en que se enuncia la locución, preguntando, aseverando, ordenando, etc. Es la fuerza ilocucionaria, que surge de la ocasión en la que el enunciado fue proferido. Las palabras emitidas se explican en virtud de ese contexto de enunciación. 

Podemos aseverar para ordenar: si decimos a nuestro hijo "Hace frío" cuando lo vemos salir de casa, este enunciado implica una fuerza distinta a la forma de la oración emitida, es decir, no aseveramos, sino que sugerimos: "Abrigate". Es lo que Ducrot llama actos indirectos y Searle llama solapamiento. La locución o enunciación, sumada al contexto, trae aparejada la fuerza ilocutiva de la emisión. Todo lo que enunciamos se realiza en un contexto y contiene presupuestos compartidos por los interlocutores. Searle, alumno de Austin, señala que el mismo acto de emisión puede realizarse con variedad de intenciones diferentes:

"Supongamos que en una reunión una mujer dice: `Realmente es muy tarde'. Esta emisión puede, en un nivel, ser un enunciado de hecho; para su interlocutor, que acababa de hacer una observación sobre lo temprano que era, puede ser (e intentarse que sea) una objeción; para su marido puede ser (e intentarse que sea) una sugerencia e incluso una petición (`Vayamos a casa') y también una advertencia (`Mañana por la mañana estarás deshecho si no lo hacemos')".6 

Austin se ocupa especialmente de diferenciar el significado de la fuerza. Mientras el significado (incluido por él en el acto locucionario y dentro de él en el rheme) surge del sentido más la referencia, la fuerza ( que corresponde al acto ilocucionario) surge del contexto en el que la emisión se usa. Asimismo se detiene a observar los distintos sentidos de dos términos utilizados por él, que son función y uso. Ambos son términos ambiguos, que traen confusión en virtud de que hay otras teorías, que tienen una raíz absolutamente diferente, que hablan de funciones del lenguaje, y también de usos del lenguaje. 

Cuando explica que el acto ilocucionario es el que se realiza al decir algo, comenta: "Y podemos usar al de una manera que difiere mucho del al ilocucionario, como cuando afirmamos que "al decir `p' yo estaba bromeando", o "representando un papel" o "escribiendo poesía". O podemos hablar de un "uso poético del lenguaje" como cosa distinta del "uso del lenguaje en poesía". Estas referencias al "uso del lenguaje" nada tienen que ver con el acto ilocucionario."7 

Es decir, el término uso en "uso poético del lenguaje" nos remite a las funciones del lenguaje que Bühler y Jakobson estudiaron, desde el ámbito de la lingüística. Por otro lado, el término uso en "uso del lenguaje en poesía", nos remite a una función instrumental del lenguaje. Al respecto, Recanati, distingue desde el punto de vista no de la lingüística, sino de la filosofía del lenguaje, dos funciones en el lenguaje. Estas son la cognitiva y la  instrumental o no cognitiva. Mientras que en la función cognitiva un enunciado es emitido como una proposición verdadera o falsa, es decir, como una aserción, en la función no cognitiva el enunciado se emite como vector de relaciones intersubjetivas del hablante y del oyente. Son enunciados que no representan un estado de cosas, como los asertivos8. Por su parte, Austin llama a estas dos funciones del lenguaje describir, o sea asertar, y realizar, o sea emitir enunciados realizativos. Ambos son solidarios de la actividad del hablar.

Finalmente, el tercer tipo o clase de acto es el que se realiza cuando se usa una oración, o sea cuando la enunciamos. Es el acto perlocucionario. Austin estudia en este nivel los efectos que se producen "porque digo algo". 

Debemos distinguir en el acto perlocutivo de enunciar, dos momentos diferentes. En el primero, el efecto lingüístico que deriva directamente de la fuerza ilocutiva específica de la emisión. Por ejemplo, si ordenamos y nuestra orden es comprendida por nuestro interlocutor. Esto es lo que Austin llama aprehensión (uptake). En el segundo, el efecto es extralingüístico, puesto que una orden bien interpretada por el oyente puede ser cumplida o no. Si se cumple podemos decir que nuestro acto fue afortunado, si no se cumple, que no lo fue. Ambos son niveles del mismo acto perlocucionario. 

Los tres tipos o clases de actos de habla, también llamados por Austin los tres sentidos diferentes con los que se realiza un acto de habla son  ejemplificados por él en el siguiente esquema:
Acto (A) o locución.
El me dijo "déselo a ella", queriendo decir con "déselo", déselo, y refiriéndose a con "ella" a ella. 

Acto (B) o ilocución.

Me aconsejó (ordenó, instó a, etc.) que se lo diera a ella.

Acto (C.a.) o perlocución.

Me persuadió que se lo diera a ella. (uptake o aprehensión)

Acto (C.b.)

Hizo (consiguió) que se lo diera a ella.


Podemos observar cómo aparecen en este esquema (pág. 146) integrados los tres niveles del acto locucionario: "dijo" presenta el phone, "queriendo decir" presenta el pheme y "refiriéndose" presenta el rheme.

A su vez, esta locución contiene una fuerza ilocutiva y un efecto perlocutivo. Los tres niveles o sentidos o actos se producen simultáneamente con la enunciación.


 Resultados de la teoría de los actos de habla.

Hemos visto que la preocupación inicial de Austin fue jerarquizar para la filosofía, los enunciados realizativos, que no habían sido considerados más que pseudo-enunciados por la filosofía tradicional. 

En su búsqueda encuentra el camino de describirlos, conjuntamente con los constatativos a través de su teoría de los actos de habla. En efecto, considera que un enunciado constatativo al igual que un realizativo es la realización de un acto de habla. 

Aunque en un enunciado constatativo se haga abstracción de los elementos ilocucionarios, porque la referencia es primordial en ellos, y en el realizativo se vehiculiza al máximo la fuerza ilocucionaria que contiene como consecuencia una perlocución más evidente, ambos enunciados, los constatativos y los realizativos operan dentro de las mismas reglas que constituyen el acto lingüístico total, el acto de habla.

"Enunciar, describir, etc., solo son dos nombres, entre muchos otros que designan actos ilocucionarios; ellos no ocupan una posición única"9. Es decir, aquellos enunciados constatativos pertenecen a la misma clase de los enunciados realizativos, ya sean implícitos o explícitos. Podemos explicitar o no a través de verbos realizativos todo enunciado. Por lo tanto solo existe una clase, y es la de los enunciados realizativos, y sus explicitaciones responden a la elección que el hablante efectúa dentro del paradigma de verbos, que son todos ellos miembros de una clase a la que él llama "realizativos". No solo constituyen esta clase verbos realizativos como "afirmo, digo", sino también "ordeno, deseo, prometo, juro". Todos ellos responden a una fuerza ilocucionaria, que se asienta en una convención entre emisor y receptor, y que puede tener una realización feliz o no, según los efectos perlocutivos obtenidos (C.b). 

De esta manera, la verdad o falsedad de un enunciado, no responde más que a la correspondencia con los hechos (es decir, su referencia), depende del significado de las palabras emitidas, del tipo de acto ilocucionario que al emitirlas realizamos y del contexto de su enunciación. Todo acto genuino es locucionario, ilocucionario y perlocucionario a la vez. El desglosarlo supuso simplemente una abstracción metodológica para ser más preciso, más claro.

"El acto lingüístico total, en la situación lingüística total, constituye el único fenómeno real".
En este acto total, el panorama se amplía. Para eliminar lo que llama "fetiches" como verdadero/falso, o hecho/valor, elabora una clasificación de los verbos realizativos en virtud de las fuerzas ilocucionarias que ponen en juego al emitirlos o seleccionarlos.

1. Judicativos como "absuelvo, condeno, interpreto, estimo" que emiten un veredicto, una estimación, una apreciación.

2. Ejercitativos como "destituyo, designo, ordeno, ruego, rechazo, aconsejo", en los que se manejan potestades, derechos o influencias.

3. Compromisorios como "prometo, garantizo, juro, defiendo, apoyo", que comprometen a quien los usa a cierta línea de acción.

4. Comportativos como "invito, deseo, elogio, lamento, felicito, apruebo", que constituyen un grupo heterogéneo, y que incluyen idea de reacción frente a la conducta y fortuna de los demás.

5. Expositivos como "afirmo, niego, describo, clasifico, informo, digo, acepto, explico" que se ponen de manifiesto en los actos de exposición que suponen expresar opiniones.

Existe entre todos ellos, un límite no muy tajante, y un verbo puede pertenecer a dos o más clases, según el contexto en el que se emita. De cualquier manera, Austin concluye que enunciando un judicativo enjuiciamos, usando un ejercitativo ejercemos una influencia o potestad, usando un compromisorio asumimos una obligación, usando un comportativo adoptamos una actitud, y usando un expositivo clarificamos razones, argumentos y comunicaciones. Estamos realizando con la enunciación de todos ellos, actos de habla.

Para Ducrot, por otra parte, para saber qué hace el que enuncia, debemos conocer la oración emitida y la situación en la que es enunciada. El proceso de interpretación del enunciado supone dos etapas sucesivas. La primera etapa es la que se realiza desde la oración como estructura sintáctica perteneciente a la lengua, en la que se organizan los signos lingüísticos que poseen un significado específico. La significación de esa oración será el resultado de la relación entre esos signos con la realidad o referente: el mundo mentado. 

La segunda etapa se organiza desde la significación de la oración hacia el sentido de esa oración que se enuncia, que se actualiza en un enunciado. Este sentido sólo se hace palpable en el momento preciso de su enunciación, y para ello el contexto juega un rol fundamental. Solo en esta etapa se toman en cuenta las circunstancias del habla. La primera es independiente del habla, le pertenece solo a la lengua. 

La interpretación de un enunciado, por lo tanto, no opera sobre la oración sino sobre la significación que surge de su proceso de enunciación. No opera sobre el valor que puedan poseer los morfemas tomados aisladamente, sino sobre la combinación sintáctica de los mismos en el interior de la oración actualizada. Solamente teniendo en cuenta estas condiciones, podemos interpretar adecuadamente la fuerza ilocutoria de un enunciado, puesto que muchos de ellos pueden ser actos indirectos, como ya mencionamos.


La pragmatica lingüística y el texto.


La pragmática lingüística, surgida como consecuencia de estas aserciones de Austin, intenta estudiar cuáles son las características generales del lenguaje que se ponen de manifiesto en las lenguas particulares cuando se actualiza una lengua en la interacción social. Si la lengua, además de ser un sistema y una gramática, implica una actualización de la misma, sin la cual su existencia no tendría sentido, debemos estudiar específicamente qué mecanismos se ponen en juego en el momento de su enunciación, y es en este punto en el que entra el lenguaje como acción. Qué hacemos cuando hablamos, o qué hacemos al hablar y qué consecuencias trae esto aparejado.

Para T. van Dijk 10 es una ciencia interdisciplinaria, y la estimulan la filosofía, la lingüística, la antropología, la psicología y la sociología. Describe las relaciones entre los signos y quienes los emplean. Mientras la sintaxis considera las estructuras lingüísticas, y la semántica sus interpretaciones, la pragmática se ocupa de las condiciones bajo las cuales  las manifestaciones lingüísticas son aceptables, apropiadas y oportunas. 

En este marco estudia las relaciones entre las estructuras enunciadas y la situación comunicativa en la que se inscriben, entendida como el contexto. En virtud del contexto se pueden describir adecuadamente el enunciado, los sujetos hablantes, la acción que llevan a cabo, el sistema lingüístico empleado y conocido por ambos, y lo que conocen, persiguen y proyectan respecto de ese acto de habla que realizan. 

"Uno de los descubrimientos más importantes de la moderna filosofía de la lengua, que aporta la base para el desarrollo de la pragmática, consiste , dice van Dijk, en el reconocimiento de que la utilización de la lengua no se reduce a producir un enunciado sino que es a la vez la ejecución de una determinada acción social".

En este sentido, un acto de habla es la acción que llevamos a cabo con la lengua. Su carácter social se manifiesta en el hecho de que queremos modificar el conocimiento, los deseos, el comportamiento del receptor. Por eso, llevar a cabo una acción supone tener el propósito o intención de ejecutar un hacer; la intención y el hacer se combinan para conseguir algo. 

Debemos diferenciar intención de propósito. La intención es la ejecución de un hacer; en cambio, el propósito es la función actitudinal que este hacer pueda tener. Cuando el estado final del hacer coincide con el estado final intencionado (el resultado) podemos decir que nuestra acción se logró con éxito.

A menudo, muchas acciones parciales son necesarias para lograr un único resultado. Estas acciones tienen una intención global, un plan. Este plan tiene como objetivo coordinar nuestras acciones particulares con vistas a ese resultado final. Podemos, por ejemplo, escribir una carta pidiendo algo y en ella habrá aserciones y otros actos; pero funcionará globalmente como una petición. Es a este resultado final de la intención global a lo que van Dijk llama macroacciones.

La propaganda, tanto oral como escrita, abunda en macroactos, puesto que la globalidad apunta a la realización de un acto ejercitativo, aunque se realicen otros entre los actos seriados que la componen, como por ejemplo compromisorios o comportativos.

Se habrá visto que tanto los actos de habla como los llamados macroactos por T. van Dijk se realizan en la lengua oral y en la lengua escrita. Se abren a partir de la pragmática lingüística, caminos al estudio específico de cómo realizamos actos en cada una de estas formas comunicativas. 

De manera que, los actos de habla o los actos de lengua.11, como aconsejó J. Lyons llamarlos, son el cruce de muchas perspectivas desde donde poder estudiar los hechos de lengua, y entre ellos el que nos ocupa, la creación de la obra literaria y sus contenidos pragmáticos


Parte 2

¿Pragmática en el texto literario?


El signo y su enunciación en la escritura: ¿cuántos actos de habla?


El signo lingüístico, descripto por Saussure como una entidad de dos caras, se instaura en la lengua en cada acto de la enunciación, en lo que Austin llamó el nivel locucionario, configurando enunciados. Para ello es necesario no solamente un emisor que lo actualice sino un receptor que lo decodifique. Esta misma instauración especial permite que su materialización en la lengua se realice de modos distintos en la oralidad y en la escritura. A diferencia de la volatilidad de la oralidad, la escritura deja inscripciones que perduran, deja huellas, al decir de Derrida. El nivel de la enunciación en la escritura supone para Benveniste dos planos: el emisor real enuncia hacia el destinatario real en un plano, pero dentro de su discurso se pueden establecer otros niveles de enunciación. Esto es lo que ocurre en la obra literaria. Desde el phone hasta el nivel perlocucionario existen varios responsables  de su instauración, que permiten componerla. Esta característica la convierte en una entidad multifacética, cuya interpretabilidad y desentrañamiento provocan placer en quien la lee.

El discurso estético nos permite observarlo desde muchos ángulos, justamente porque está presente, inscripto, para ser observado, leído y releído, y ha sido minuciosamente organizado por su productor para que el lector se acerque a él. Un lector especializado puede descubrir, estudiándolo, desde el momento anterior a su realización, el momento en el que todavía no era, hasta su más profunda consecuencia significativa una vez elaborado como producto. Todo depende de cuán o de cómo esté especializado, y tal vez de cuán certeras para él sean las pistas que encuentre en su camino.

Decantar una obra literaria supone, entre muchas opciones, las siguientes:

1. Describir el acto mismo de la enunciación, la expresión locutiva. En él podemos involucrar sus participantes y según ellos estudiar la organización de esta instauración. Es el nivel de la realidad, que le concierne específicamente al escritor, responsable del producto y creador de ese vehículo de ficción del que se sirve para su obra: el narrador.

2. Describir la organización sintáctica de ese discurso, diferente en cada instancia, pero siguiendo los parámetros que le fija la lengua en la que se inscribe. Cada enunciador utiliza la gramática de la lengua que ha internalizado con un fin específico: motivar al lector. 

3. Describir los signos de que se sirve el enunciador para organizar la sintaxis de su discurso no solamente en tanto arbitrarios respecto de su relación significante/significado, ambos realidades mentales como Saussure planteó, sino también unidos intrínsecamente, necesitados uno del otro, y ligados inmotivadamente a la realidad o referencia, sin la cual Benveniste halló imposible describirlos. Esta referencia, ya no es mental ni forma parte del signo lingüístico; por el contrario, es material que está fuera de él y es imprescindible para que el signo se actualice. La asociación entre significante y significado es producto de una educación colectiva, dice Barthes explicando a Benveniste. Esta asociación es la significación, y no es de ninguna manera arbitraria -puesto que ningún hablante puede modificarla-, sino necesaria para que exista comunicación. Es en esta significación, en su motivación o inmotivación, donde se encuentran los elementos connotativos de los signos, de los símbolos y de los índices lingüísticos, que tanto ocupan el "placer" de la lectura de un texto literario.

4. Podemos también analizar pragmáticamente un texto desde el proceso de su nacimiento hasta la descripción de sus componentes mínimos. Si bien el discurso estético se nos presenta como un todo global, cierto desglose es necesario para una cuidadosa y fecunda decodificación de los mensajes de que se compone.


El acto, los actos.

Por su parte, el acto de enunciación, la producción de la obra literaria, supone una instancia en la que el escritor asume una actitud responsable, proyecta un receptor a quien dirigirá ese producto lingüístico cuidadosamente confeccionado por él, y a su vez crea un mensajero para llegar al lector: el enunciador ficticio, que en una narración será el narrador, en una descripción será el descriptor, etc.

Ahora bien, ¿cuáles son los efectos perlocutivos que el responsable real de este discurso, o sea el escritor, pretende lograr? ¿Es el lector ficticio o es el lector real el destinatario de este juego intelectual? ¿Cuántos actos de habla encierra un texto de estas características? ¿Se puede establecer una lectura lineal del texto literario o es a través de círculos concéntricos que se puede llegar a decodificarlo?

Si consideramos el texto literario como producto de un emisor real, el escritor, suponemos que este organiza su discurso para dirigirlo a un receptor real. Se instauran, como en toda enunciación, un yo y un tú (Benveniste), en un presente axial de la enunciación, que no es el mismo que el presente del relato, creado. Pero entre ambos juegan otros emisores y receptores, que son producto de esa ficción. Son los implícitos, los que surgen del propio texto. Existe una gradación que puede bosquejarse tal como lo hicieron Ducrot-Todorov :

autor empírico o real        autor implícito        narrador ficticio        lector ficticio      lector implícito       lector real o empírico.


En los dos polos de la serie, están los seres reales de este tan peculiar acto de comunicación: el escritor real es quien se comunica con el lector real. Con cada lector real que recrea en cada lectura esa producción. El vehículo utilizado es ese narrador ficticio del que nos llega solamente la versión tangencial y acotada que el escritor le otorga. 

El escritor, por su parte, también postula un alocutario ficticio, para el cual adecua su discurso. El alocutario ficticio de Borges escritor no es un hombre simple, sino un lector especializado, con conocimiento del mundo que le permita determinar hasta dónde son ficción y hasta dónde realidad sus relatos y crónicas. Por lo tanto, existen en el texto literario varios actos de habla, puesto que hay varios responsables. Uno vinculado a otro, o mejor, uno dentro de otro. 

Ducrot habla de polifonía de la enunciación cada vez que un locutor se apropia de las palabras de otro. Se lo suele vincular al discurso referido, sea discurso directo, indirecto, o directo libre e indirecto libre. En el relato literario existe también polifonía aunque no haya personajes cuyos discursos son citados por el narrador, puesto que solamente en el relato de un narrador se encierran por lo menos dos responsables: el escritor y el narrador. 

A veces pueden fundirse el autor implícito y el narrador, como en el caso del narrador que todo lo sabe, que está en todos lados y que conoce pensamientos, sentimientos y tiempos de todos los personajes. Pero no bien el narrador pasa a integrar el mundo creado como un personaje más, la presencia del autor implícito se hace palpable, y se desgajan en dos, que pueden incluso evaluarse mutuamente. (Ducrot-Todorov)

Como todo emisor presupone un receptor, en el texto literario también se hace imprescindible la presencia implícita de un lector ficticio, al que el narrador de la ficción se dirige. Este lector es creado por el productor del texto, al igual que crea  sus narradores. Todo discurso presupone una postura previa por parte de quien lo enuncia y es en función de quien será el destinatario, que se actualiza la lengua en el discurso. No gramaticalizamos igual un discurso para un niño que para un adulto, y no estructuramos el discurso igual si pretendemos seleccionar culturalmente al lector real. A veces, este lector implícito, resultado de la selección, es aludido por el autor implícito, y -sea por esto o no- deja de ser una entelequia mental para convertirse en un ser real cuando alguien lee el texto en el mundo real, y transforma el signo virtual en signo real. Puede leer o no la obra en el orden en el que le ha sido propuesta, puede asentir o disentir con los juicios de valoración que en ella encuentra, puede interpretar y llegar a considerar el texto en toda su profundidad, o no. En suma, los efectos perlocutivos pueden convertir en satisfactoria o insatisfactoria la propuesta del emisor real. El lector real podrá reaccionar según lo previsible o no por el responsable de esa producción escrita, pero lo evidente es que  con ese acto de decodificación habrá instaurado por fin el final de la  extensa serie comunicativa aludida.

Ahora bien, podemos preguntarnos si este autor empírico desaparece totalmente de escena. Al respecto, podemos citar las palabras de Borges al elaborar una antología personal para la editorial Bruguera, en las que reconoce que incluyó textos para él no demasiado atractivos; lo hizo porque los lectores (reales) esperaban encontrarlos allí. "Sospecho que un autor debe intervenir lo menos posible en la elaboración de su obra", nos dice. "Debe tratar de ser un amanuense del Espíritu o de la Musa (ambas palabras son sinónimas), no de  sus opiniones, que son lo más superficial que hay en él. Así lo entendió Rudyard Kipling, el más ilustre de los escritores comprometidos. A un escritor -nos dijo- le está dado inventar una fábula, pero no la moralidad de esa fábula. Ojalá las páginas que he elegido prosigan su intrincado destino en la conciencia del lector. Mis temas habituales están en ellas: la perplejidad metafísica, los muertos que perduran en mí, la germanística, el lenguaje, la patria, la paradójica suerte de los poetas."

Ser un amanuense de la Musa implica en todo su sentido estar por fuera de lo que se escribe, atribuirle toda su responsabilidad al espíritu, no a la voluntad de quien produce el texto. Sin embargo, el espíritu, aunque inconscientemente, lleva al papel atributos y rasgos propios de la persona real que el escritor es. Borges afirma que en sus escritos se manifiestan sus perplejidades, sus sorpresas e inquietudes, los recuerdos firmemente grabados en su espíritu. Esta disección del autor real solo puede hacerse, según algunas opiniones, una vez que tengamos toda su obra en las manos, es decir, una vez que haya muerto. Así podemos observar minuciosamente cómo evoluciona, cómo crea caracteres, tipos y personajes, qué prefiere, cuáles son sus bloqueos psicológicos, cuáles sus ensoñaciones. 

Podemos descubrir en Borges-escritor a un intelectual, que vivió la vida desde su casa, que conoció las personas y el mundo a través de sus lecturas. Sus cuentos nos muestran un narrador racional y medido, hasta cuando se convierte en personaje. Le gusta jugar a insertarse en sus cuentos como él mismo, y el Borges-personaje pulula en muchas de sus historias, interactuando con la ficción. Su obsesión por la realidad de lo contado lo lleva a buscar manuscritos inexistentes que le dan al cuento visos de crónica. Y así fue su vida. Una crónica vivida en tercera persona por su protagonista, como mirándose al espejo, y buscando laberintos en donde encontrarse a sí mismo, en una suerte de juegos mentales de solitario. 

Tal es el cuento "La casa de Asterión". El monólogo interior, solitario, de un personaje que se convierte en narrador de su propia historia y de su propio destino. Se pregunta y se responde, habla de sí mismo y de su pasado y de lo que sabe que le espera. Hasta que su discurso se interrumpe y otros actos de la enunciación (uno dentro de otro) surgen. Un narrador omnisciente cita las palabras de Teseo hablándole a Ariadna. Es a través de este último que conocemos la suerte final del minotauro. Sin embargo, no son los únicos actos de la enunciación: en una llamada aparece el mismo Borges-escritor, autor implícito (no el real), en ese juego de ficción realidad que tanto acostumbra hacer, para provocar al lector, asumiendo la figura de un recopilador de la historia que él simplemente da a conocer al lector, porque fue hallada en algún manuscrito. 

Asterión aserta, promete jura, desea, duda. Infinidad de actos ilocutivos tienen lugar en su discurso. También lo hace cuando recuerda su discurso anterior y lo refiere. Una enunciación dentro de otra, conformando perfecta polifonía. 

En verdad cada enunciador del texto; Asterión, el narrador, Borges-escritor y Teseo asumen y realizan actos de habla. Pero algunos teóricos asumen que no son reales esos actos de habla, por lo tanto ¿deberán considerarse como tales?  Responden todos ellos, en realidad, a un discurso ficticio, en distintos niveles de abstracción. ¿Son, como Austin los llamó, decoloraciones de los actos de habla? . El Borges-escritor de la llamada a pie de página está más cerca del mundo real que los demás personajes , pero no sucede lo mismo con los demás enunciadores del cuento, que no son verdaderamente responsables de sus discursos, puesto que son entidades ficticias, producto de una creación. 

La pregunta, entonces, resulta ser, ¿quién es responsable por ellos? ¿los actos de habla en este tipo de discurso responden o son responsabilidad del narrador o del escritor?

En su primer trabajo de 1971 Ohmann cree realmente que dado el carácter imitativo del texto literario no pueden cumplirse en él ninguno de los actos de habla. Las condiciones de Austin no se pueden cumplir, porque es un discurso abstraído, separado de las circunstancias y condiciones que hacen posibles los actos ilocutivos. Recuerda que Austin habló del proceso de decoloración que se observa en estos usos lingüísticos. La única fuerza ilocutiva que Ohmann le reconoce es la mimética, imitativa. Una obra literaria imita intencionadamente o relata una serie de actos de habla que carecen de otro tipo de existencia. “ Apela a toda la competencia de un lector en cuanto descifrador de actos de habla, pero el único acto de habla en el que participa directamente es el que he llamado mímesis” En tanto la literatura es juego, una obra contiene actos sin consecuencias. El lector es un simple observador de los cuasi actos de habla que están puestos ante él para su contemplación en tanto no se han realizado.

Ahora bien, en el caso de que asumamos que la mímesis es un acto ilocutivo y por lo tanto que el discurso literario es pasible de contener actos de habla, ¿cuáles se dan? ¿Hay alguno que predomine sobre el otro? ¿Estaríamos en el discurso literario global frente a un macroacto de habla?

Ohmann entiende en su segundo artículo de 1972 que el lenguaje literario es el modo indirecto de la actividad verbal y que en él podemos observar los tres niveles. Si fijamos la atención en su estructuración atendemos a los actos locutivos. Si observamos los efectos peculiares que tiene sobre las personas elaboramos una teoría perlocutiva de la literatura.  En cambio, para operar con los actos ilocutivos debemos atender a otra realidad. Existe un contrato entre poeta y lector: el autor no hace pasar por real lo que es ficción. Fingen artificiosamente decir la verdad y el lector no se siente por esto engañado. Al contrario, asume la realidad de ese contrato. Podríamos, jocosamente, parafrasear esta realidad de decodificación lingüística diciendo que el lector de una obra literaria admite y acepta ser engañado por el autor. De esta forma Ohmann afirma que las obras literarias son discursos en los que están suspendidas las reglas ilocutivas usuales. 

Lo que ocurre es que el escritor produce actos de habla imitativos, como si estuvieran siendo realizados por alguien. La acción de contar el relato es asimismo parte del relato
Por su parte, el lector construye a partir de las convenciones consabidas de los actos ilocutivos, juicios acerca de qué actos se están realizando en el interior del mundo de la novela. El mismo supuesto de que deben tomarse como hechos y ser recordados como parte del mundo ficcional es un supuesto de fuerza ilocutiva. Cuando participamos en la mímesis, damos por supuesta la adecuación de los actos hipotéticos, e inferimos un mundo a partir de las circunstancias requeridas para esta adecuación.

En ausencia del hablante, el lector no cuenta con el gesto, la entonación, la expresión facial, el espacio físico, las acciones físicas que realiza el hablante.  El lector debe aportar, por sí mismo, todos estos datos, junto con otros datos acerca de la situación social, el período histórico, la geografía. En esto consiste la mímesis. Su participación en el acto de habla es cognitiva e imaginativa únicamente, un acto de la mente y del corazón. De eso se trata la lectura de una obra literaria. El placer  de decodificarla en sus múltiples significaciones, marcadas en cada nivel de su polifonía.


Algunas conclusiones

Asumido el texto literario como una creación estética, vale considerarlo un acto de lengua por parte de su responsable directo, el escritor real. Asume él el papel de protagonista en este juego comunicativo. Pero su rostro queda escondido en otras imágenes creadas por él para salir a la luz. La imagen del narrador se recorta dentro del mundo de ficción, y son sus palabras y sus juegos de lenguaje los que absorbemos como lectores de una obra literaria. El lector ficticio, consecuencia también de la creación del escritor, es el destinatario imaginado por el escritor para recibir el producto. Es según él que adecua su producto. 

Esta multiplicidad de actores convierte a la obra literaria en un producto lingüístico peculiar. Como tal, como producto, es que decimos que los actos de habla se instauran realmente en ella. No podemos decir simplemente que sea un macroacto de habla. Sería ingenuo considerarlo solamente de esa forma. Por el contrario, desde el acto de escribirla quedan atrapados en ella múltiples niveles de actos del decir. Cada uno con la imagen de un responsable y de un destinatario. Cada uno de los actos fonéticos o sus equivalentes en el plano de la escritura implican:

un acto fático, con una gramática, una estructuración lingüística, 
uno rético, con sus sentidos, significados y referencias,
un acto ilocucionario, con realizativos implícitos o explícitos
un acto perlocucionario, en el que aparece el lector real como objetivo del responsable de la emisión y, en último término, recibiendo ese producto.

Pero sus decodificaciones no pueden hacerse nunca en un mismo sentido.  La obra debe decantarse absorbiendo uno a uno los círculos concéntricos de los distintos niveles de enunciación. De ahí su riqueza sémica. Porque detrás de todos estos niveles, está el responsable único, el real, quien cuidadosamente selecciona las  estructuras lingüísticas que servirán de vehículo para transmitir tantos significados como él quiera otorgarle a su creación. Ese es el valor de lo estético. En esa realidad se encierra  su riqueza de contenidos.



Referencias bibliográficas

AUSTIN, j.L. 1971. Cómo hacer cosas con palabras. Buenos Aires, Paidós.

BENVENISTE, E. 1971. Problemas de lingüística general. México, Siglo XXI vol. I y II.

DERRIDA, J. 1991. De la gramatología. México, Siglo XXI

DUCROT, O. 1986. El decir y lo dicho. Buenos Aires, Paidós.

LOZANO, J. , C. Peña Marín, y G. Abril. 1989. Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción social. Madrid, Cátedra.

LYONS, J. 1980. Semántica. Barcelona, Teide.

LYONS, J. 1981. Lenguaje, significado y contexto. Buenos Aires, Paidós.

LYONS, J. 1997.   Semántica lingüística. Buenos Aires, Paidós.

OHMANN, R. Los actos de habla y la definición de literatura y El habla, la literatura y el espacio que media entre ambas, en  J.A. MAYORAL (COMP). 1999. Pragmática de la comunicación literaria. Madrid, Arco, libros.

RECANATI, F. 1979. La transparencia y la enunciación. Introducción a la pragmática. Buenos Aires, Hachette.

SEARLE, J. 1990. Actos de habla. Madrid, Cátedra.

VAN DIJK, T. 1978. La ciencia del texto. Buenos Aires, Paidós.


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