La
acentuación escrita, una revisión permanente. ¿Por qué?
Carmen
Lepre año de publicación, 1999
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento
de Romanística y Español
- Algunos comentarios iniciales
Ni
niña mimada de la lengua escrita, ni ogro al que detestar. La
ortografía está ahí para que la respetemos. Pero ¿cuál es su
naturaleza? ¿Es la representación de la fonología del español, en
realidad? ¿Lo fue ya en el latín? ¿Cuáles son sus ámbitos, sus
dominios?
Trabajaremos,
por ahora, con la relación que mantiene con la fonología, dentro
del ámbito de la lengua escrita. En este sentido, entendemos el
sistema de escritura como notacional, al igual que lo hacen
Tolchinsky y Sampson, con marcos propios y específicos. Es un
sistema que se debe aprender y desarrollar. Su desarrollo podría ser
similar al desarrollo de la lengua oral, con la diferencia de que la
lengua oral se absorbe desde la niñez, y la escritura no es
absorbida de la misma forma. Un niño puede estar en contacto con la
lengua escrita desde que nace, si pertenece a una cultura con
escritura. Pero su decodificación y su desarrollo se logran de
manera sistematizada cuando el niño comienza a concurrir a la
escuela.
En
el marco de la lengua escrita se inserta la Ortografía, entendida
desde la gramática tradicional como el “arte de escribir
correctamente”, definición que atiende a su etimología. El
Diccionario de la RAE dice que es una parte de la Gramática que
regulariza la escritura correcta mediante el empleo adecuado de las
“letras” y de otros signos auxiliares. En realidad, en sus
orígenes la Ortografía no era parte de la Gramática, sino que lo
fue posteriormente, más de un siglo después de la edición de la
primera Gramática.
Se
pueden elaborar hipótesis a partir de sus regularidades, -y de hecho
la enseñanza de la lengua escrita se sustenta en gran medida, en
nuestro país, en la promoción por parte de los docentes de Primaria
de la elaboración de esas hipótesis en los educandos- pero existe
un inconveniente: estas regularidades, las más de las veces, no son
intrínsecas a la naturaleza de la lengua escrita que es en sí misma
tan arbitraria como la lengua concebida en su totalidad. La
ortografía del español es así como es por producto de un consenso,
de una decisión teórica al respecto, o por la etimología. Y muchas
veces es la etimología la que explica este consenso. Esto se hace
realidad por dos vías: por un lado, la ortografía se modifica, en
un intento siempre de acercarla a la lengua oral, en un intento de
simplificarla o mejor dicho, de simplificar su aprendizaje; por otro
lado, las reglas ortográficas son el resultado de una paciente
observación que han hecho los expertos acerca de las regularidades
que posee la escritura. Consecuencia de ello es que haya en estas
reglas tantas excepciones. Si las reglas se hubieran elaborado antes
de la escritura del español estandarizada y no después o
durante, tal vez las excepciones no existirían. Ese es el
caso de las reglas que dirigen los usos del tilde.
La
realidad es, además, que el español hereda su ortografía del
latín, y a él se deben sus “caprichos”. Muchas reglas
ortográficas pasan por alto este detalle, y se sumergen en
regularidades con apoyo de la morfología del español. Los usos del
tilde son, dentro de las reglas de ortografía, los que no tienen
excepciones. ¿Por qué? Porque, como ya dijimos, son reglas
formuladas antes de ser aplicadas. No después como lo
fueron todas las demás reglas de ortografía.
- Lo que hay de nuevo en el Manual de Ortografía
En
el manual de Ortografía no se observan grandes cambios respecto de
lo que contenían las normas anteriores.
- Se suprime el tilde de los compuestos con enclíticos como contale, cayose, pidiole, que en las normas anteriores se conservaba. La razón, aparentemente justificada, es que con la adición del enclítico la forma se convierte en grave.
- Los nombres extranjeros no llevan tilde, a diferencia de las normas del 59 en las que se decía ”Los nombres propios extranjeros se escribirán, en general, sin ponerles ningún acento que no tengan en el idioma a que pertenecen; pero podrán acentuarse a la española cuando lo permitan su pronunciación y grafía originales. Si se trata de nombres geográficos ya incorporados a nuestra lengua o adaptados a su fonética, tales nombres no se han de considerar extranjeros y habrán de acentuarse gráficamente de conformidad con las reglas generales”.
- En el Manual se dice que en los nombres propios originales de tales lenguas no se utilizará ningún acento que no exista en el idioma a que pertenecen, salvo que sean voces incorporadas a la lengua y adaptadas a la ortografía y pronunciación del español.
- Un caso aparte son las formas monosílabas como fie, hui, riais, guion, Sion, que, en los casos en que el que escriba perciba nítidamente el hiato se pueden considerar bisílabas y tildarlas en consecuencia: fié, huí, riáis, guión, Sión.
Si
bien la ortografía es y ha sido en español un tema controversial,
se puede decir que específicamente dentro de ella la acentuación es
siempre un motivo de fricción. Que un término lleve tilde o no lo
lleve y que la RAE permita que esto dependa de la percepción que
tengan de él quienes hablan, y en consecuencia lo escriben, como
ocurre en el último ítem citado, tal vez traiga menor carga de
rigurosidad a estas normas y tal vez, también, esto sea consecuencia
de la propia idiosincrasia de las normas de acentuación.
La
acentuación es, de los distintos temas ortográficos, el que entra
en colisión o fricción más brutal con la lengua oral. Es el
verdadero punto de contacto puro entre lengua oral y lengua escrita.
Se podrá discutir que la escritura en su ortografía sea más o
menos fonológica, se podrá tratar de convertir la ortografía en
más fonológica con sus modificaciones paulatinas. Pero los
problemas de acentuación son a veces infranqueables. Las
resoluciones parecen y son arbitrarias, y han variado a lo largo de
los años y de los siglos.
Algunos
teóricos de la escritura (que ya mencionamos) la conciben como una
notación; un sistema notacional igual que la escritura de la música.
Otros teóricos la conciben, sin negar este origen notacional, como
un sistema en el que se encuentran en oposición los distintos
segmentos que la componen. Lidia Contreras llega a definir los
grafemas desde dos puntos de vista: inmanente y trascendente. Desde
el punto de vista trascendente realiza con ellos una vinculación con
la lengua oral, con los fonemas. Desde un punto de vista inmanente
define cada grafema en oposición a los demás. De la misma forma que
Trubetzkoy lo había hecho con los fonemas. Pero con la acentuación
es mucho más difícil trabajar desde un punto de vista inmanente.
Ningún manual que hable de escritura habla de los usos del tilde.
Solo se observa este aspecto de la ortografía en los manuales en
donde están las reglas ortográficas, la mayor parte de ellos para
uso escolar o liceal. Y eso es porque son una respuesta a la
arbitrariedad de la ortografía. Respuesta al hecho de que se debe
tomar una decisión cuando se va a escribir para determinar cómo
marcar, en la escritura, en un intento meramente notacional,
trascendente al decir de Lidia Contreras, de cuál es la sílaba
acentuada.
Hay
un hecho incontestable. La acentuación responde a la lengua oral.
Sin embargo, es necesario marcar la sílaba acentuada en la lengua
escrita. La pregunta es ¿por qué?
- Algo de historia
Una
vez que se consideró la necesidad de organizar la gramática de la
lengua vulgar (el español que se hablaba pero que no
se había organizado institucionalmente como lengua culta aún), se
presenta la necesidad de organizar su escritura también. En la
Gramática de Nebrija en 1492 se observa una ortografía algo
caótica aún, y dubitativa. Respecto de los tildes, cuyo uso no está
explicitado por Nebrija ni en su Gramática ni en su Ortografía, se
observa que existen ciertas regularidades en su uso, pero que no
coinciden con las que poseemos hoy. Se observa, por ejemplo, la
necesidad de usar el tilde como marca diferenciadora, diacrítica,
entre otras razones. En la Gramática de Gonzalo Correas, de 1625 las
razones ortográficas del tilde parecen ser similares. Veamos por qué
y cuáles son, en realidad.
Antonio de Nebrija
Antonio
de Nebrija en la Gramática Castellana establece las reglas de la
acentuación en castellano. Pero el Incunable no anota gráficamente
la acentuación, -salvo en estos capítulos, donde los acentos son
necesarios para la explicación de lo teórico que se propone-. Por
lo demás, la tildación aparece aparentemente aleatoria en otros
términos a lo largo del libro. Un lector inocente podría calificar
la tildación de Nebrija como hecha “sin orden ni concierto”, al
decir de García Márquez, en alguna de sus formidables prosas.
Comienza
el capítulo II definiendo prosodia y acento de una manera singular
por lo diferente respecto de lo que sería para nosotros hoy:
Prosodia
en griego, sacando palabra de palabra, quiere decir en latin acento,
en castellano casi canto, por que, como dize Boecio en la
Musica, el que habla, que es oficio proprio del ombre, i el que reza
versos, que llamamos poeta, i el que canta, que dezimos musico, todos
cantan, en su manera. Canta el poeta no como el que habla, ni
menos como el que canta, mas en una media manera, i así dixo
Virgilio en el principio de su Eneida: Canto las armas i el varon;
i nuestro Juan de Mena: Tus casos falaces, Fortuna, cantamos; i en
otro lugar: Canta tu, cristiana Musa. I así el que habla, por
que alça, unas silabas y abaxa otras, en alguna manera canta.
(La negrita es nuestra)
El
acento no es entonces el alargamiento de las vocales del latín,
solamente. Se percibe la existencia de un acento de intensidad, que
el latín no tenía: “alça, unas silabas y abaxa otras”. Esta
intuición lingüística del teórico no está demasiado clara aún
para definir por ella los usos del tilde, como veremos. Sin embargo,
esto no impide que puedan ser descritos los tipos de acentos posibles
en el español.
Assi
que ai en el castellano dos acentos simples: uno, por el cual la
silaba se alça, que llamamos agudo; otro por el cual la
silaba se abaxa, que llamamos grave. Como enesta dicion señor,
que la primera silaba es grave, i la segunda aguda; i por
consiguiente, la primera se pronuncia pro acento grave, i la segunda
por acento agudo.
Tal
parece que se estuvieran describiendo notas musicales. Las altas, son
agudas, las bajas, graves. Y a las dos, a la que sube la voz y a la
que baja la voz, las llama acentos. Algo bien diferente de lo que
llamaríamos acento hoy. No parece ser simplemente acento de
intensidad. Los acentos agudos se intercalan con los graves, en esa
suerte de música al oído que se genera al escuchar el ascenso y el
descenso en el timbre y la intensidad de la voz. Esto es el “canto”
del que habla Nebrija. Es muy probable que haya captado las
diferencias de tono y timbre que se suman a las de cantidad e
intensidad, tal cual Tomás Navarro Tomás lo definió varios siglos
después de Nebrija.1
Luego
Nebrija define otros tres acentos en diptongos y triptongos.
Otros
tres acentos tiene nuestra lengua compuestos, sola mente enlos
diphthongos: el primero, de agudo i grave, que podemos llamar
deflexo, como en la primera silaba de cáusa; el
segundo, de grave i agudo, que podemos llamar inflexo,
como en la primera silaba de viènto; el tercero, de grave,
agudo i grave, que podemos llamar circunflexo, como enesta
dicion de una silaba bùéì.
Diferencia
de este modo el diptongo creciente (de agudo y grave) del diptongo
decreciente (de grave y agudo), del triptongo.
Por
lo tanto establecerá regularidades, -que no es lo mismo que reglas
para ser cumplidas-, respecto de la acentuación del español.
Mostraremos a modo de ejemplo la primera:
Assi
que sea la primera regla del acento simple, que cualquiera palabra,
no sola mente en nuestra lengua mas en cualquiera otra que sea, tiene
una silaba alta que se enseñorea sobre las otras, la cual
pronunciamos por acento agudo, i que todas las otras se pronuncian
por acento grave. De manera que, si tiene una sola silaba, aquella
sera aguda; si dos o mas, la una dellas; como enestas diciones sál
sabér sabidór, las ultimas silabas tienen acento agudo i todas
las otras acento grave.
Esto
no debe entenderse de otra forma que como una descripción de cómo
están acentuadas las palabras del español. Ahora bien, ¿dónde
están los tildes? ¿Existen ya reglas para su uso? Todavía no.
Sigue describiendo la generalidad del acento en el español vulgar.
En esta segunda regla describe la generalidad del acento en las
palabras españolas: el hecho de estar acentuadas en la penúltima
sílaba.
La
segunda regla sea que todas las palabras de nuestra lengua comun
mente tienen el acento agudo en la penultima silaba; i enlas diciones
barbaras o cortadas del latin, enla ultima silaba muchas vezes, i muy
pocas enla tercera contando desde el fin. I en tanto grado rehusa
nuesta lengua el acento eneste lugar, que muchas vezes nuestros
poetas, passando las palabras griegas i latinas al castellano, mudan
el acento agudo en la penultima teniendolo enla que esta antes de
aquella....
Esto
es, de tal modo se ha convertido en general el acento en la penúltima
sílaba para el español, que se “españolizan”, o mejor dicho,
se “castellanizan” préstamos del griego y del latín
acentuándolos “a la española”, o a la “castellana”. Los
tildes recién aparecen como una opción, cuando cita a Quintiliano,
en la tercera regla.
La
tercera regla es de Quintiliano; que cuando alguna dicion tuviere el
acento indiferente a grave i agudo, [esto es, cuando puede ser las
dos cosas a la vez] avemos de terminar esta confusion i causa
de error, poniendo encima dela silaba que a de tener el acento agudo
un rasguito que el llama apice, el cual suba delamano
siniestra ala diestra, cual lo vemos señalado enlos libros antigua
mente escriptos; como diziendo amo , esta palabra es
indiferente a io ámo i alguno amó. Esta ambiguidad i
confusion de tiempos y personas ase de distinguir por aquella señal,
poniendola sobre la primera persona del presente del indicativo, o
enla ultima silaba, cuando es dela tercera persona del tiempo passado
acabado del mesmo indicativo.
Por
lo tanto, se concibe el tilde o ápice como una marca para evitar
confusión, un tilde diferenciador de significados en la lengua
escrita, entendiéndola como un objeto en sí mismo, que debe ser
capaz de ser decodificado por alguien que no conozca la lengua oral.
Es la visión inmanente de Lidia Contreras que entra en acción, y es
la capacidad de abstracción teórica del lingüista que la consigue
atrapar.
Sin
embargo, en el capítulo IIII realiza una descripción pormenorizada
de las palabras aparte de los verbos que llevarán tildes. Las
describe por su terminación y abarca todas las posibles
terminaciones del español:
a
d e i l n o r s x z
Dice
en qué silaba llevan el acento agudo y cuáles son esas palabras.
Veamos qué palabras aparecen en esa lista:
Cása,
tiérra, quiçá, allá, virtúd, bondád, césped, lináje, tóque,
alquilé, rabé, etc.
¿Qué
se observa acá? Aparentemente no existe regularidad. Por lo menos no
como la observamos hoy. Y no llevan tilde para diferenciarse de otras
como amo y amó. ¿Entonces cuál es esta regularidad?
Tal como lo vemos, no existe rigor para que el tilde aparezca, y a
nuestros ojos de siglo XXI aparenta ser aleatorio. Hay tilde en
graves terminadas en vocal, en agudas terminadas en consonante y en
agudas terminadas en vocal. ¿A qué se debe, entonces el tilde? No
existe explicación alguna en Nebrija sobre los motivos de estas
regularidades (porque obviamente para él lo eran, de otra manera no
las acumularía todas en una sola regla). Por otro lado, insistimos,
en todo el Incunable solamente aparecen con tildes estas palabras que
sirven de ejemplificación. El maestro no predica con el ejemplo y en
el resto del libro hay algún acento que otro, pero nada permanente y
obligado por la propia descripción de regularidades que se molestó
en realizar. Ya veremos más adelante cuál es la razón de esta
sinrazón. Dejamos pendiente el porqué y pasamos por el momento a
otro teórico que nos interesa destacar y comentar. En 1625, un siglo
y medio después, todavía la escritura del español era caótica.
b.
Gonzalo Correas. Arte de la lengua española castellana.
El
maestro Correas, en 1625, un siglo y cuarto después de Nebrija, veía
el acento de manera similar. Cortas y largas eran las características
de las vocales griegas y latinas. En cambio, el acento castellano
obedecía ya a otras leyes: la intensidad. Véase lo dicho en el
capítulo trece.
La
prosodia trata del azento de las diziones, modulación y valor de las
silabas, i medida de os versos i cadencias de las clausulas: a esta
mas la xuzgo por parte del Arte Poetica, i ANSI no tratamos della ni
tomamos mas de el azento, i el conocimiento senzillo de las silabas,
dexando lo otro que pertenece mas a las lenguas Latina i Griega, en
las quales se consideran silabas largas i breves, que a la
Castellana, que solamente mira el azento, a lo qual io lo xuzgo por
parte de la ortografia.
Buena
forma, en realidad, de establecer diferencias entre Prosodia y
Poética. Acento es parte de la Ortografía, porque diferencia
significados. El mismo concepto diacrítico de Nebrija, además de
tener asimismo el mismo concepto en relación a lo
fonológico-fonético-acústico: intensidad, tono. Por lo demás, en
este espacio habla del tilde, en especial:
Demas
de las letras con que se escriven las palavras, ai nezesidad
de ponellas una señal sobre la silaba en que se levanta la voz; que
se llamará azento, como se llama aquel levantamiento, i tono
de la boz que mas sube en cada dizion. El cual no se á usado poner
hasta ahora en todas las palavras, ni lenguas mas de en la Griega, i
Hebrea. En Latin nos haze mui gran falta; en Rromanze no tanto
á los castellanos, porque sabemos de coro las palavras de nuestra
lengua, ni haze mucha en las otras lenguas vulgares á sus naturales
por la mesma rrazon. Mas á todos en las axenas la haze
grande, i aun en nuestros libros si topamos nonbres peregrinos, i
estraños de las Indias, ú otras partes, dudamos el azento en
ellos. Por esto i para quitar la anbiguedad de algunas
palavras, i personas i tienpos de los verbos, será de gran perfezion
ponerle, siquiera en los libros de molde, i de mucho alivio
para los estranxeros que estudian nuestra lengua, i zerteza
del para los siglos venideros, i se escusarian las rreglas que
con dificultad se podrian dar de los azentos de las palavras: algunas
daré en el arte, i aquí diré lo que en esta parte conviene, para
que no nos dexemos llevar, como los carneros i ovexas, tras el
primero al prezipizio adonde otros se despeñaron. (Cap- IX. Del
azento)
Como
hemos dicho, estos argumentos de Correas son todos justificaciones
diacríticas. Los destinatarios de que aparezca un tilde en lengua
escrita no serían los que conocen la lengua, sino los que no la
conocen y los que la leerán en los siglos venideros. Exactamente lo
mismo nos pasa a nosotros con el latín, que no llevaba acento
escrito en su escritura, y cuesta entender dónde hay largas y dónde
breves para acentuarlo. Correas solicita para el latín acento
escrito para poder leerlo. Nosotros mismos, extranjeros
en el latín ya en esta sincronía, también lo somos con palabras
extranjeras que desconocemos y que, sin marcas escritas, podemos
acentuar mal en la dicción.
¿Qué
propone, por lo tanto, el maestro Correas?
I
para que asentemos en un azento solo, i este le escrivamos
sienpre en todas las diziones de dos, i mas silabas, i
en las diziones ditongos, i tritongos monosilabas
sobre la vocal maior, que suena mas, no en las otras diziones de una
silaba, porque no es menester, si no es en las semexantes á otras,
que será menester diferenziarlas con él, i las diré abaxo, sea
el azento de la figura que quisieren con tal que sea una mesma
sienpre.
Es
decir, propone tildar palabras de dos o más sílabas, porque
escritas no podemos saber dónde se acentúan, monosílabos con
diptongos o triptongos porque las dos o más vocales traen dudas
acerca de cuál es acentuada y cuál no.
Con
el qual escrito quitaremos la duda de leer, i entender presto
algunas palavras, que no las conozemos hasta leer la rrazon entera,
prinzipalmente las que convienen en unas mesmas letras, i solo
difieren en el azento, como son: éste, ésta,
prononbre con el azento en la primera, esté está con
él en la ultima es verbo: i ansi ámo, áme con el
azento en la primera son presentes indicativo: amaré, amará
con él en la ultima es futuro indicativo, amáre con él en
la penultima es futuro suxuntivo, amára, inperfecto.
Se
observará que estos acentos escritos son diferenciadores, pero no
son los diacríticos que ahora conocemos y utilizamos, puesto que
estos solo ocurren en monosílabos o bisílabos sin marcar sílabas
acentuadas diferentes. Los diacríticos actuales marcan la mayor o
menor intensidad con que pronunciamos la misma sílaba. Estos
diacríticos de hoy son marcas que se atienen al carácter
trascendente de la ortografía, a su relación con la lengua oral.
Los diacríticos de Correas son respuesta a la lengua escrita en sí
misma y a la ambigüedad que supone escribir sin marcas de acento dos
palabras que tienen la misma sucesión de grafemas pero en la
oralidad sufren el acento de intensidad en sílabas distintas. Es
decir, son inmanentes en tanto desambiguar la propia lengua escrita,
y trascendentes en tanto son marcas del acento oral de la sílaba.
Marcar esos acentos en la escritura facilitaría aún hoy a un
extranjero la lectura y a más de un hablante nativo también.
Algo
interesante y pintoresco, pero no único en la historia de la lengua,
es su propuesta de una nueva ortografía y escribe un capítulo con
esa escritura modificada, totalmente fonologizada, lo cual permite al
usuario del español del siglo XXI conocer la fonología del siglo
XV, y de la variedad de Correas, cercano a la frontera con Portugal
(de ahí que diferencie fonemas /b/ y /v/)
XII
Nueva i zierta ortografia kastellana
Demas
de las letras kon ke se eskriven las palavras ai ai nezesidad de
ponellas azento sobre la vokal en ke se levanta la boz. I este será
una virgula derecha para arriba mas gruesa, por medio aovada un poko,
desta manera ´. I se pondrá en todas las palavras de dos, i mas
silabas, i en las monosilabas ditongos, ó tritongos sobre la vokal
maior en ke karga la boz, para diferenziar las palavras semexantes en
letras, i diferentes en azento i sinifikado, komo éste ésta
pronombre, de esté está verbo...
4.
El acento y sus múltiples significados o perspectivas.
¿Qué
es el acento, entonces? ¿Es intensidad, tono, extensión de una
sílaba? ¿Cuál fue el acento en tiempos de Nebrija, cuál en
tiempos de Correas, cuál en tiempos de la primera Gramática de la
RAE?
Tomás
Navarro Tomás dice que el acento es el conjunto de los diversos
elementos del sonido –tono, timbre, cantidad e intensidad-
combinados de un modo especial en cada idioma. En el caso de que los
elementos se den separadamente sobre sonidos diferentes conviene
distinguirlos llamándoles según el elemento de que se trate, acento
de intensidad, acento de cantidad y acento tónico o de altura. En la
actualidad el acento español es de intensidad. Este autor añade que
la ortografía puede servir para desentrañar dudas acerca de dónde
cae el acento de intensidad y establece según su terminación cuáles
son las graves y agudas que llevan tilde y cuáles no. No habla en
ningún momento de excepciones. Y menos de leyes o normas de la
prosodia. Este común error en la didáctica uruguaya de los usos del
tilde obedece, en realidad, a una falsa interpretación de cómo
desde Nebrija en adelante se describen los acentos, y los lugares de
los acentos en el español. Se habla de tendencias generales; no de
reglas, sino de regularidades, por lo tanto, de las mayorías. Es un
afán descriptivo el que mueve a los lingüistas de cada época. No
un afán normativo, como el que se les atribuyó.
5.
La RAE y sus idas y vueltas.
Luego
del período de inestabilidad inicial se inicia con las reformas
ortográficas otro período, pues la Academia se responsabiliza de la
Ortografía del español.
En
1726, en el Diccionario de Autoridades, la Academia formula el primer
sistema ortográfico en el que se establece la etimología como
criterio fundamental para justificarla. La acentuación gráfica
surge como consecuencia de parámetros diferentes a los que eligió
con posterioridad. En este establece dos acentos, el grave y el
agudo. El grave para las vocales solas à, è, ò ù. El agudo tiene
dos postulados:
- La pronunciación carga en la última vocal el acento: arnés, refrán, azúl, amó, perfíl.
- En la penúltima sílaba larga en dicción de más de dos vocales y si no le siguieren dos consonantes : amádo, erguído, hermóso, agúdo, porque en las que tienen después dos consonantes como madrastra, estrella, no es necesario; y cuando la última sílaba fuere breve (como sucede en los esdrújulos) se pone sobre la antepenúltima: cántaro, pésame.
Estos
criterios son claramente fonológicos, respetan naturaleza de los
fonemas y la cercanía que tienen con la realización vocálica larga
o breve del latín. Es decir, para ser claras, los tildes marcan las
vocales largas, respetando el hecho de que el acento en latín va en
tercer lugar a partir del final, teniendo en cuenta para ello si las
vocales últimas son largas o breves. Si miramos unas páginas atrás,
veremos que son los mismos criterios que tuvo Nebrija para acentuar
las palabras por escrito, en su propuesta de usos del tilde. Difieren
estos criterios, un tanto, de los que tuvo Correas.
En
la primera edición de la Ortografía (que desde el Diccionario de
Autoridades apareció independiente de la Gramática), en el año
1741, la Academia cambia su posición respecto del lugar del acento.
En
primer lugar, define el acento español no por la duración de la
vocal (aunque ello sea una consecuencia) sino por la intensidad:
“haciendo con ella fuerza para animar el pecho”. Niega,
entonces, que para el acento tengamos que pensar en la existencia de
sílabas breves o largas.
En
esta Ortografía de 1741 se observan reglas de acentuación claras,
diferentes a las anteriores. Se concibe la existencia del tilde como
una marca de las agudas y graves con terminaciones menos frecuentes a
las de la generalidad.
- Las palabras terminadas en a e o son frecuentemente llanas, por lo tanto se señalarán con tilde las agudas terminadas en a e o, por ser menos frecuentes. Por el contrario, las terminadas en i u son frecuentemente agudas, y serán las graves terminadas en estas vocales las que, por menos frecuentes, llevarán el tilde.
- Las voces terminadas en s son frecuentemente graves, por lo tanto llevarán el tilde si son agudas.
- Los adverbios en –mente, que por ese entonces ya constituían una única voz, llevarán el tilde si la palabra primitiva lo lleva.
Se
observará con esto que el criterio de la Academia es absolutamente
simple, ateniéndose a los principios de simplicidad básicos en la
lingüística posterior a ella.
En
los años posteriores, 1754 y 1763, se añadieron modificaciones y
agregados que permitieron mejorar estos criterios. El tilde en los
monosílabos, que al principio se había evitado, será recomendado
para los monosílabos que en la oralidad sean enfáticos, tal cual
ocurre en la actualidad. Con todo, se observa todavía algún
vestigio de cierta atención particular sobre las sílabas largas. El
lastre latino es difícil de dejar atrás, al parecer. Vuelve al
menor y más ingenuo comentario. En las reglas de 1763 se lee, como
al pasar, “…en el caso de ser llana, pues al ser siempre
larga, no es preciso señalar el acento”.
Sin
embargo, hasta la inclusión de la Ortografía como un capítulo de
la Gramática en 1880, la RAE no se definió claramente al respecto.
La propuesta de Andrés Bello en su Ortología en 1835 fue bien
recibida, e inclusive tuvo buenos comentarios de Rodolfo Lenz en
1894.2
Era una propuesta muy similar a la actual, con la argumentación
incontestable de que la ortografía y la acentuación en particular
deben adecuarse todo lo que se pueda a la lengua oral.
Prosodia
y Ortografía dentro de las respectivas Gramáticas se encargan desde
1880, entonces, de los acentos orales y escritos. Las Gramáticas
posteriores rescatan estos usos del tilde casi sin modificaciones
desde entonces hasta la fecha.
La
Gramática de 1880 y la de 1895 clasifican las palabras según su
acentuación en graves agudas y esdrújulas. Se dejaron atrás y
definitivamente, los acentos y longitudes vocálicas latinas. Según
esta clasificación, igual a la actual, la Gramática pasa a
describir en el capítulo de Prosodia, la apariencia fonológica que
poseen las palabras según su terminación (exactamente como lo había
hecho Nebrija en 1492) y según su acentuación. Es así que se
cruzan terminaciones y acentuaciones, y se habla de los rasgos más
comunes respecto de la acentuación de las palabras terminadas en
vocales.
Por
ejemplo, las terminadas en a, e, o, son por lo común
llanas. Se incluyen en ellas las que terminan en estas vocales
precedidas de una débil: lanza, pero homilía. Como
excepciones, es decir, como una minoría, se incluyen las terminadas
en vocal y que son agudas. Este mismo razonamiento se hace con las
demás palabras. Se las clasifica por su terminación y luego se
describe su acento. No es la descripción fonológica según vocales
largas o breves del latín. Se describe fonológicamente el lugar del
acento y se describe además, para su reconocimiento a través de la
lengua escrita, cuál es el fonema final, igual que lo hizo Nebrija.
Esto es tal vez lo que llevó a la interpretación uruguaya de que el
tilde aparece por excepción de las leyes de la prosodia. Pero las
excepciones no justifican el tilde, simplemente, porque hay
generalizaciones a partir de las mayorías; se describen también,
por supuesto, las minorías. Ahora bien, ¿son las minorías
excepción? ¿Y excepción a qué? ¿A las mayorías? ¿No es un
criterio bastante estrecho del concepto de excepción? Excepción es,
en realidad, pertenecer a la minoría y no a la mayoría. Pero tal y
como aparecen, el pertenecer estos casos a excepciones es parecido a
ser material de desecho, no pertenecer a la generalidad es
denigrarse. Sin embargo, sólo es cuestión de números y
perspectivas.
En
la parte de Ortografía aparecen las reglas de acentuación que
conocemos hoy. En este capítulo las excepciones son las que no
llevan tilde. Esto nos dice que la excepción en realidad es según
la perspectiva desde donde se la mire. Se sigue determinado parámetro
de clasificación de la mayoría y lo que no se avenga a él es una
excepción. Pero las excepciones de una perspectiva clasificadora son
regularidades desde la otra perspectiva. En este sentido, por
ejemplo, los usos del tilde marcador de hiato son entendidos como
excepciones en esta gramática de 1895.
Tomás
Navarro Tomás, con un criterio más simplificador, comenta que la
ortografía puede servir para desentrañar dudas acerca de dónde cae
el acento de intensidad y establece según su terminación cuáles
son las graves y agudas que llevan tilde y cuáles no. No habla en
ningún momento de excepciones. Y menos aún de leyes o normas de la
prosodia.
- Conclusiones
Observamos
cómo, desde que el español-castellano se ha descrito en las
Gramáticas desde el punto de vista de su acentuación y su
fonología, hubo etapas que irremediablemente debieron transitarse.
Somos hijos del latín, y esa herencia no sólo la tenemos en las
estructuras morfológicas, sintácticas y léxicas, sino también en
las fonológicas y en las acentuales. En consecuencia, la escritura,
entendida como ya dijimos al comienzo como notación de la lengua
oral, se ve comprometida grandemente en estas descripciones. La
herencia latina de vocales largas y breves nos acompañó por siglos
y no hace mucho que la hemos dejado atrás. Y los usos del tilde, que
surgieron como una consecuencia de esta genética heredada sin
remedio, han tenido que desprenderse de a poco, de a poquito, de
tanto gen transmitido. Hemos llegado al siglo XXI con todo esto a
cuestas, y con la esperanza de que, de una vez por todas, oigamos con
buenos aires aquel principio hjelmsleviano del que no tendríamos que
olvidarnos nunca: la simplicidad en la descripción de una ciencia.
Creemos
haber dado pruebas de que, en el caso de los usos del tilde, nada hay
de “natural” en las reglas. Es un sistema de reglas arbitrario y
convencional que se atiene a la regularidad entendida como las
ocurrencias en la mayoría, y se tildan las minorías. Esta ha sido
la elección de los teóricos y académicos a lo largo de la historia
del español como lengua estándar y esto es una demostración
ineludible de su naturaleza arbitraria y consensuada por
autoridades, que la imponen para universalizarla en los escribientes
del español.
Bibliografía
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SAMPSON,
J. Sistemas de escritura. Barcelona. Gedisa. 1997.
TOLCHINSKY,
L. Aprendizaje del lenguaje escrito. Barcelona. Anthropos.
1993.
1
Tomás Navarro Tomás
definió el acento en el año 1953 como el
conjunto de los diversos elementos del sonido –tono, timbre,
cantidad e intensidad- combinados de un modo especial en cada
idioma.
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