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domingo, 10 de agosto de 2014

Acentuación escrita, una revisión permanente ¿por qué?

La acentuación escrita, una revisión permanente. ¿Por qué?

Carmen Lepre año de publicación, 1999
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Romanística y Español

  1. Algunos comentarios iniciales

Ni niña mimada de la lengua escrita, ni ogro al que detestar. La ortografía está ahí para que la respetemos. Pero ¿cuál es su naturaleza? ¿Es la representación de la fonología del español, en realidad? ¿Lo fue ya en el latín? ¿Cuáles son sus ámbitos, sus dominios?

Trabajaremos, por ahora, con la relación que mantiene con la fonología, dentro del ámbito de la lengua escrita. En este sentido, entendemos el sistema de escritura como notacional, al igual que lo hacen Tolchinsky y Sampson, con marcos propios y específicos. Es un sistema que se debe aprender y desarrollar. Su desarrollo podría ser similar al desarrollo de la lengua oral, con la diferencia de que la lengua oral se absorbe desde la niñez, y la escritura no es absorbida de la misma forma. Un niño puede estar en contacto con la lengua escrita desde que nace, si pertenece a una cultura con escritura. Pero su decodificación y su desarrollo se logran de manera sistematizada cuando el niño comienza a concurrir a la escuela.

En el marco de la lengua escrita se inserta la Ortografía, entendida desde la gramática tradicional como el “arte de escribir correctamente”, definición que atiende a su etimología. El Diccionario de la RAE dice que es una parte de la Gramática que regulariza la escritura correcta mediante el empleo adecuado de las “letras” y de otros signos auxiliares. En realidad, en sus orígenes la Ortografía no era parte de la Gramática, sino que lo fue posteriormente, más de un siglo después de la edición de la primera Gramática.

Se pueden elaborar hipótesis a partir de sus regularidades, -y de hecho la enseñanza de la lengua escrita se sustenta en gran medida, en nuestro país, en la promoción por parte de los docentes de Primaria de la elaboración de esas hipótesis en los educandos- pero existe un inconveniente: estas regularidades, las más de las veces, no son intrínsecas a la naturaleza de la lengua escrita que es en sí misma tan arbitraria como la lengua concebida en su totalidad. La ortografía del español es así como es por producto de un consenso, de una decisión teórica al respecto, o por la etimología. Y muchas veces es la etimología la que explica este consenso. Esto se hace realidad por dos vías: por un lado, la ortografía se modifica, en un intento siempre de acercarla a la lengua oral, en un intento de simplificarla o mejor dicho, de simplificar su aprendizaje; por otro lado, las reglas ortográficas son el resultado de una paciente observación que han hecho los expertos acerca de las regularidades que posee la escritura. Consecuencia de ello es que haya en estas reglas tantas excepciones. Si las reglas se hubieran elaborado antes de la escritura del español estandarizada y no después o durante, tal vez las excepciones no existirían. Ese es el caso de las reglas que dirigen los usos del tilde.

La realidad es, además, que el español hereda su ortografía del latín, y a él se deben sus “caprichos”. Muchas reglas ortográficas pasan por alto este detalle, y se sumergen en regularidades con apoyo de la morfología del español. Los usos del tilde son, dentro de las reglas de ortografía, los que no tienen excepciones. ¿Por qué? Porque, como ya dijimos, son reglas formuladas antes de ser aplicadas. No después como lo fueron todas las demás reglas de ortografía.

  1. Lo que hay de nuevo en el Manual de Ortografía


En el manual de Ortografía no se observan grandes cambios respecto de lo que contenían las normas anteriores.

  1. Se suprime el tilde de los compuestos con enclíticos como contale, cayose, pidiole, que en las normas anteriores se conservaba. La razón, aparentemente justificada, es que con la adición del enclítico la forma se convierte en grave.
  2. Los nombres extranjeros no llevan tilde, a diferencia de las normas del 59 en las que se decía ”Los nombres propios extranjeros se escribirán, en general, sin ponerles ningún acento que no tengan en el idioma a que pertenecen; pero podrán acentuarse a la española cuando lo permitan su pronunciación y grafía originales. Si se trata de nombres geográficos ya incorporados a nuestra lengua o adaptados a su fonética, tales nombres no se han de considerar extranjeros y habrán de acentuarse gráficamente de conformidad con las reglas generales”.
  3. En el Manual se dice que en los nombres propios originales de tales lenguas no se utilizará ningún acento que no exista en el idioma a que pertenecen, salvo que sean voces incorporadas a la lengua y adaptadas a la ortografía y pronunciación del español.
  4. Un caso aparte son las formas monosílabas como fie, hui, riais, guion, Sion, que, en los casos en que el que escriba perciba nítidamente el hiato se pueden considerar bisílabas y tildarlas en consecuencia: fié, huí, riáis, guión, Sión.

Si bien la ortografía es y ha sido en español un tema controversial, se puede decir que específicamente dentro de ella la acentuación es siempre un motivo de fricción. Que un término lleve tilde o no lo lleve y que la RAE permita que esto dependa de la percepción que tengan de él quienes hablan, y en consecuencia lo escriben, como ocurre en el último ítem citado, tal vez traiga menor carga de rigurosidad a estas normas y tal vez, también, esto sea consecuencia de la propia idiosincrasia de las normas de acentuación.

La acentuación es, de los distintos temas ortográficos, el que entra en colisión o fricción más brutal con la lengua oral. Es el verdadero punto de contacto puro entre lengua oral y lengua escrita. Se podrá discutir que la escritura en su ortografía sea más o menos fonológica, se podrá tratar de convertir la ortografía en más fonológica con sus modificaciones paulatinas. Pero los problemas de acentuación son a veces infranqueables. Las resoluciones parecen y son arbitrarias, y han variado a lo largo de los años y de los siglos.

Algunos teóricos de la escritura (que ya mencionamos) la conciben como una notación; un sistema notacional igual que la escritura de la música. Otros teóricos la conciben, sin negar este origen notacional, como un sistema en el que se encuentran en oposición los distintos segmentos que la componen. Lidia Contreras llega a definir los grafemas desde dos puntos de vista: inmanente y trascendente. Desde el punto de vista trascendente realiza con ellos una vinculación con la lengua oral, con los fonemas. Desde un punto de vista inmanente define cada grafema en oposición a los demás. De la misma forma que Trubetzkoy lo había hecho con los fonemas. Pero con la acentuación es mucho más difícil trabajar desde un punto de vista inmanente. Ningún manual que hable de escritura habla de los usos del tilde. Solo se observa este aspecto de la ortografía en los manuales en donde están las reglas ortográficas, la mayor parte de ellos para uso escolar o liceal. Y eso es porque son una respuesta a la arbitrariedad de la ortografía. Respuesta al hecho de que se debe tomar una decisión cuando se va a escribir para determinar cómo marcar, en la escritura, en un intento meramente notacional, trascendente al decir de Lidia Contreras, de cuál es la sílaba acentuada.

Hay un hecho incontestable. La acentuación responde a la lengua oral. Sin embargo, es necesario marcar la sílaba acentuada en la lengua escrita. La pregunta es ¿por qué?

  1. Algo de historia

Una vez que se consideró la necesidad de organizar la gramática de la lengua vulgar (el español que se hablaba pero que no se había organizado institucionalmente como lengua culta aún), se presenta la necesidad de organizar su escritura también. En la Gramática de Nebrija en 1492 se observa una ortografía algo caótica aún, y dubitativa. Respecto de los tildes, cuyo uso no está explicitado por Nebrija ni en su Gramática ni en su Ortografía, se observa que existen ciertas regularidades en su uso, pero que no coinciden con las que poseemos hoy. Se observa, por ejemplo, la necesidad de usar el tilde como marca diferenciadora, diacrítica, entre otras razones. En la Gramática de Gonzalo Correas, de 1625 las razones ortográficas del tilde parecen ser similares. Veamos por qué y cuáles son, en realidad.

    1. Antonio de Nebrija


Antonio de Nebrija en la Gramática Castellana establece las reglas de la acentuación en castellano. Pero el Incunable no anota gráficamente la acentuación, -salvo en estos capítulos, donde los acentos son necesarios para la explicación de lo teórico que se propone-. Por lo demás, la tildación aparece aparentemente aleatoria en otros términos a lo largo del libro. Un lector inocente podría calificar la tildación de Nebrija como hecha “sin orden ni concierto”, al decir de García Márquez, en alguna de sus formidables prosas.

Comienza el capítulo II definiendo prosodia y acento de una manera singular por lo diferente respecto de lo que sería para nosotros hoy:

Prosodia en griego, sacando palabra de palabra, quiere decir en latin acento, en castellano casi canto, por que, como dize Boecio en la Musica, el que habla, que es oficio proprio del ombre, i el que reza versos, que llamamos poeta, i el que canta, que dezimos musico, todos cantan, en su manera. Canta el poeta no como el que habla, ni menos como el que canta, mas en una media manera, i así dixo Virgilio en el principio de su Eneida: Canto las armas i el varon; i nuestro Juan de Mena: Tus casos falaces, Fortuna, cantamos; i en otro lugar: Canta tu, cristiana Musa. I así el que habla, por que alça, unas silabas y abaxa otras, en alguna manera canta. (La negrita es nuestra)



El acento no es entonces el alargamiento de las vocales del latín, solamente. Se percibe la existencia de un acento de intensidad, que el latín no tenía: “alça, unas silabas y abaxa otras”. Esta intuición lingüística del teórico no está demasiado clara aún para definir por ella los usos del tilde, como veremos. Sin embargo, esto no impide que puedan ser descritos los tipos de acentos posibles en el español.

Assi que ai en el castellano dos acentos simples: uno, por el cual la silaba se alça, que llamamos agudo; otro por el cual la silaba se abaxa, que llamamos grave. Como enesta dicion señor, que la primera silaba es grave, i la segunda aguda; i por consiguiente, la primera se pronuncia pro acento grave, i la segunda por acento agudo.


Tal parece que se estuvieran describiendo notas musicales. Las altas, son agudas, las bajas, graves. Y a las dos, a la que sube la voz y a la que baja la voz, las llama acentos. Algo bien diferente de lo que llamaríamos acento hoy. No parece ser simplemente acento de intensidad. Los acentos agudos se intercalan con los graves, en esa suerte de música al oído que se genera al escuchar el ascenso y el descenso en el timbre y la intensidad de la voz. Esto es el “canto” del que habla Nebrija. Es muy probable que haya captado las diferencias de tono y timbre que se suman a las de cantidad e intensidad, tal cual Tomás Navarro Tomás lo definió varios siglos después de Nebrija.1

Luego Nebrija define otros tres acentos en diptongos y triptongos.

Otros tres acentos tiene nuestra lengua compuestos, sola mente enlos diphthongos: el primero, de agudo i grave, que podemos llamar deflexo, como en la primera silaba de cáusa; el segundo, de grave i agudo, que podemos llamar inflexo, como en la primera silaba de viènto; el tercero, de grave, agudo i grave, que podemos llamar circunflexo, como enesta dicion de una silaba bùéì.


Diferencia de este modo el diptongo creciente (de agudo y grave) del diptongo decreciente (de grave y agudo), del triptongo.

Por lo tanto establecerá regularidades, -que no es lo mismo que reglas para ser cumplidas-, respecto de la acentuación del español. Mostraremos a modo de ejemplo la primera:

Assi que sea la primera regla del acento simple, que cualquiera palabra, no sola mente en nuestra lengua mas en cualquiera otra que sea, tiene una silaba alta que se enseñorea sobre las otras, la cual pronunciamos por acento agudo, i que todas las otras se pronuncian por acento grave. De manera que, si tiene una sola silaba, aquella sera aguda; si dos o mas, la una dellas; como enestas diciones sál sabér sabidór, las ultimas silabas tienen acento agudo i todas las otras acento grave.


Esto no debe entenderse de otra forma que como una descripción de cómo están acentuadas las palabras del español. Ahora bien, ¿dónde están los tildes? ¿Existen ya reglas para su uso? Todavía no. Sigue describiendo la generalidad del acento en el español vulgar. En esta segunda regla describe la generalidad del acento en las palabras españolas: el hecho de estar acentuadas en la penúltima sílaba.

La segunda regla sea que todas las palabras de nuestra lengua comun mente tienen el acento agudo en la penultima silaba; i enlas diciones barbaras o cortadas del latin, enla ultima silaba muchas vezes, i muy pocas enla tercera contando desde el fin. I en tanto grado rehusa nuesta lengua el acento eneste lugar, que muchas vezes nuestros poetas, passando las palabras griegas i latinas al castellano, mudan el acento agudo en la penultima teniendolo enla que esta antes de aquella....

Esto es, de tal modo se ha convertido en general el acento en la penúltima sílaba para el español, que se “españolizan”, o mejor dicho, se “castellanizan” préstamos del griego y del latín acentuándolos “a la española”, o a la “castellana”. Los tildes recién aparecen como una opción, cuando cita a Quintiliano, en la tercera regla.

La tercera regla es de Quintiliano; que cuando alguna dicion tuviere el acento indiferente a grave i agudo, [esto es, cuando puede ser las dos cosas a la vez] avemos de terminar esta confusion i causa de error, poniendo encima dela silaba que a de tener el acento agudo un rasguito que el llama apice, el cual suba delamano siniestra ala diestra, cual lo vemos señalado enlos libros antigua mente escriptos; como diziendo amo , esta palabra es indiferente a io ámo i alguno amó. Esta ambiguidad i confusion de tiempos y personas ase de distinguir por aquella señal, poniendola sobre la primera persona del presente del indicativo, o enla ultima silaba, cuando es dela tercera persona del tiempo passado acabado del mesmo indicativo.

Por lo tanto, se concibe el tilde o ápice como una marca para evitar confusión, un tilde diferenciador de significados en la lengua escrita, entendiéndola como un objeto en sí mismo, que debe ser capaz de ser decodificado por alguien que no conozca la lengua oral. Es la visión inmanente de Lidia Contreras que entra en acción, y es la capacidad de abstracción teórica del lingüista que la consigue atrapar.

Sin embargo, en el capítulo IIII realiza una descripción pormenorizada de las palabras aparte de los verbos que llevarán tildes. Las describe por su terminación y abarca todas las posibles terminaciones del español:

a d e i l n o r s x z

Dice en qué silaba llevan el acento agudo y cuáles son esas palabras. Veamos qué palabras aparecen en esa lista:

Cása, tiérra, quiçá, allá, virtúd, bondád, césped, lináje, tóque, alquilé, rabé, etc.

¿Qué se observa acá? Aparentemente no existe regularidad. Por lo menos no como la observamos hoy. Y no llevan tilde para diferenciarse de otras como amo y amó. ¿Entonces cuál es esta regularidad? Tal como lo vemos, no existe rigor para que el tilde aparezca, y a nuestros ojos de siglo XXI aparenta ser aleatorio. Hay tilde en graves terminadas en vocal, en agudas terminadas en consonante y en agudas terminadas en vocal. ¿A qué se debe, entonces el tilde? No existe explicación alguna en Nebrija sobre los motivos de estas regularidades (porque obviamente para él lo eran, de otra manera no las acumularía todas en una sola regla). Por otro lado, insistimos, en todo el Incunable solamente aparecen con tildes estas palabras que sirven de ejemplificación. El maestro no predica con el ejemplo y en el resto del libro hay algún acento que otro, pero nada permanente y obligado por la propia descripción de regularidades que se molestó en realizar. Ya veremos más adelante cuál es la razón de esta sinrazón. Dejamos pendiente el porqué y pasamos por el momento a otro teórico que nos interesa destacar y comentar. En 1625, un siglo y medio después, todavía la escritura del español era caótica.


b. Gonzalo Correas. Arte de la lengua española castellana.

El maestro Correas, en 1625, un siglo y cuarto después de Nebrija, veía el acento de manera similar. Cortas y largas eran las características de las vocales griegas y latinas. En cambio, el acento castellano obedecía ya a otras leyes: la intensidad. Véase lo dicho en el capítulo trece.

La prosodia trata del azento de las diziones, modulación y valor de las silabas, i medida de os versos i cadencias de las clausulas: a esta mas la xuzgo por parte del Arte Poetica, i ANSI no tratamos della ni tomamos mas de el azento, i el conocimiento senzillo de las silabas, dexando lo otro que pertenece mas a las lenguas Latina i Griega, en las quales se consideran silabas largas i breves, que a la Castellana, que solamente mira el azento, a lo qual io lo xuzgo por parte de la ortografia.

Buena forma, en realidad, de establecer diferencias entre Prosodia y Poética. Acento es parte de la Ortografía, porque diferencia significados. El mismo concepto diacrítico de Nebrija, además de tener asimismo el mismo concepto en relación a lo fonológico-fonético-acústico: intensidad, tono. Por lo demás, en este espacio habla del tilde, en especial:

Demas de las letras con que se escriven las palavras, ai nezesidad de ponellas una señal sobre la silaba en que se levanta la voz; que se llamará azento, como se llama aquel levantamiento, i tono de la boz que mas sube en cada dizion. El cual no se á usado poner hasta ahora en todas las palavras, ni lenguas mas de en la Griega, i Hebrea. En Latin nos haze mui gran falta; en Rromanze no tanto á los castellanos, porque sabemos de coro las palavras de nuestra lengua, ni haze mucha en las otras lenguas vulgares á sus naturales por la mesma rrazon. Mas á todos en las axenas la haze grande, i aun en nuestros libros si topamos nonbres peregrinos, i estraños de las Indias, ú otras partes, dudamos el azento en ellos. Por esto i para quitar la anbiguedad de algunas palavras, i personas i tienpos de los verbos, será de gran perfezion ponerle, siquiera en los libros de molde, i de mucho alivio para los estranxeros que estudian nuestra lengua, i zerteza del para los siglos venideros, i se escusarian las rreglas que con dificultad se podrian dar de los azentos de las palavras: algunas daré en el arte, i aquí diré lo que en esta parte conviene, para que no nos dexemos llevar, como los carneros i ovexas, tras el primero al prezipizio adonde otros se despeñaron. (Cap- IX. Del azento)

Como hemos dicho, estos argumentos de Correas son todos justificaciones diacríticas. Los destinatarios de que aparezca un tilde en lengua escrita no serían los que conocen la lengua, sino los que no la conocen y los que la leerán en los siglos venideros. Exactamente lo mismo nos pasa a nosotros con el latín, que no llevaba acento escrito en su escritura, y cuesta entender dónde hay largas y dónde breves para acentuarlo. Correas solicita para el latín acento escrito para poder leerlo. Nosotros mismos, extranjeros en el latín ya en esta sincronía, también lo somos con palabras extranjeras que desconocemos y que, sin marcas escritas, podemos acentuar mal en la dicción.
¿Qué propone, por lo tanto, el maestro Correas?

I para que asentemos en un azento solo, i este le escrivamos sienpre en todas las diziones de dos, i mas silabas, i en las diziones ditongos, i tritongos monosilabas sobre la vocal maior, que suena mas, no en las otras diziones de una silaba, porque no es menester, si no es en las semexantes á otras, que será menester diferenziarlas con él, i las diré abaxo, sea el azento de la figura que quisieren con tal que sea una mesma sienpre.

Es decir, propone tildar palabras de dos o más sílabas, porque escritas no podemos saber dónde se acentúan, monosílabos con diptongos o triptongos porque las dos o más vocales traen dudas acerca de cuál es acentuada y cuál no.

Con el qual escrito quitaremos la duda de leer, i entender presto algunas palavras, que no las conozemos hasta leer la rrazon entera, prinzipalmente las que convienen en unas mesmas letras, i solo difieren en el azento, como son: éste, ésta, prononbre con el azento en la primera, esté está con él en la ultima es verbo: i ansi ámo, áme con el azento en la primera son presentes indicativo: amaré, amará con él en la ultima es futuro indicativo, amáre con él en la penultima es futuro suxuntivo, amára, inperfecto.

Se observará que estos acentos escritos son diferenciadores, pero no son los diacríticos que ahora conocemos y utilizamos, puesto que estos solo ocurren en monosílabos o bisílabos sin marcar sílabas acentuadas diferentes. Los diacríticos actuales marcan la mayor o menor intensidad con que pronunciamos la misma sílaba. Estos diacríticos de hoy son marcas que se atienen al carácter trascendente de la ortografía, a su relación con la lengua oral. Los diacríticos de Correas son respuesta a la lengua escrita en sí misma y a la ambigüedad que supone escribir sin marcas de acento dos palabras que tienen la misma sucesión de grafemas pero en la oralidad sufren el acento de intensidad en sílabas distintas. Es decir, son inmanentes en tanto desambiguar la propia lengua escrita, y trascendentes en tanto son marcas del acento oral de la sílaba. Marcar esos acentos en la escritura facilitaría aún hoy a un extranjero la lectura y a más de un hablante nativo también.

Algo interesante y pintoresco, pero no único en la historia de la lengua, es su propuesta de una nueva ortografía y escribe un capítulo con esa escritura modificada, totalmente fonologizada, lo cual permite al usuario del español del siglo XXI conocer la fonología del siglo XV, y de la variedad de Correas, cercano a la frontera con Portugal (de ahí que diferencie fonemas /b/ y /v/)

XII Nueva i zierta ortografia kastellana
Demas de las letras kon ke se eskriven las palavras ai ai nezesidad de ponellas azento sobre la vokal en ke se levanta la boz. I este será una virgula derecha para arriba mas gruesa, por medio aovada un poko, desta manera ´. I se pondrá en todas las palavras de dos, i mas silabas, i en las monosilabas ditongos, ó tritongos sobre la vokal maior en ke karga la boz, para diferenziar las palavras semexantes en letras, i diferentes en azento i sinifikado, komo éste ésta pronombre, de esté está verbo...

4. El acento y sus múltiples significados o perspectivas.

¿Qué es el acento, entonces? ¿Es intensidad, tono, extensión de una sílaba? ¿Cuál fue el acento en tiempos de Nebrija, cuál en tiempos de Correas, cuál en tiempos de la primera Gramática de la RAE?

Tomás Navarro Tomás dice que el acento es el conjunto de los diversos elementos del sonido –tono, timbre, cantidad e intensidad- combinados de un modo especial en cada idioma. En el caso de que los elementos se den separadamente sobre sonidos diferentes conviene distinguirlos llamándoles según el elemento de que se trate, acento de intensidad, acento de cantidad y acento tónico o de altura. En la actualidad el acento español es de intensidad. Este autor añade que la ortografía puede servir para desentrañar dudas acerca de dónde cae el acento de intensidad y establece según su terminación cuáles son las graves y agudas que llevan tilde y cuáles no. No habla en ningún momento de excepciones. Y menos de leyes o normas de la prosodia. Este común error en la didáctica uruguaya de los usos del tilde obedece, en realidad, a una falsa interpretación de cómo desde Nebrija en adelante se describen los acentos, y los lugares de los acentos en el español. Se habla de tendencias generales; no de reglas, sino de regularidades, por lo tanto, de las mayorías. Es un afán descriptivo el que mueve a los lingüistas de cada época. No un afán normativo, como el que se les atribuyó.

5. La RAE y sus idas y vueltas.

Luego del período de inestabilidad inicial se inicia con las reformas ortográficas otro período, pues la Academia se responsabiliza de la Ortografía del español.

En 1726, en el Diccionario de Autoridades, la Academia formula el primer sistema ortográfico en el que se establece la etimología como criterio fundamental para justificarla. La acentuación gráfica surge como consecuencia de parámetros diferentes a los que eligió con posterioridad. En este establece dos acentos, el grave y el agudo. El grave para las vocales solas à, è, ò ù. El agudo tiene dos postulados:

  1. La pronunciación carga en la última vocal el acento: arnés, refrán, azúl, amó, perfíl.

  1. En la penúltima sílaba larga en dicción de más de dos vocales y si no le siguieren dos consonantes : amádo, erguído, hermóso, agúdo, porque en las que tienen después dos consonantes como madrastra, estrella, no es necesario; y cuando la última sílaba fuere breve (como sucede en los esdrújulos) se pone sobre la antepenúltima: cántaro, pésame.

Estos criterios son claramente fonológicos, respetan naturaleza de los fonemas y la cercanía que tienen con la realización vocálica larga o breve del latín. Es decir, para ser claras, los tildes marcan las vocales largas, respetando el hecho de que el acento en latín va en tercer lugar a partir del final, teniendo en cuenta para ello si las vocales últimas son largas o breves. Si miramos unas páginas atrás, veremos que son los mismos criterios que tuvo Nebrija para acentuar las palabras por escrito, en su propuesta de usos del tilde. Difieren estos criterios, un tanto, de los que tuvo Correas.

En la primera edición de la Ortografía (que desde el Diccionario de Autoridades apareció independiente de la Gramática), en el año 1741, la Academia cambia su posición respecto del lugar del acento.

En primer lugar, define el acento español no por la duración de la vocal (aunque ello sea una consecuencia) sino por la intensidad: “haciendo con ella fuerza para animar el pecho”. Niega, entonces, que para el acento tengamos que pensar en la existencia de sílabas breves o largas.

En esta Ortografía de 1741 se observan reglas de acentuación claras, diferentes a las anteriores. Se concibe la existencia del tilde como una marca de las agudas y graves con terminaciones menos frecuentes a las de la generalidad.
  • Las palabras terminadas en a e o son frecuentemente llanas, por lo tanto se señalarán con tilde las agudas terminadas en a e o, por ser menos frecuentes. Por el contrario, las terminadas en i u son frecuentemente agudas, y serán las graves terminadas en estas vocales las que, por menos frecuentes, llevarán el tilde.
  • Las voces terminadas en s son frecuentemente graves, por lo tanto llevarán el tilde si son agudas.
  • Los adverbios en –mente, que por ese entonces ya constituían una única voz, llevarán el tilde si la palabra primitiva lo lleva.

Se observará con esto que el criterio de la Academia es absolutamente simple, ateniéndose a los principios de simplicidad básicos en la lingüística posterior a ella.

En los años posteriores, 1754 y 1763, se añadieron modificaciones y agregados que permitieron mejorar estos criterios. El tilde en los monosílabos, que al principio se había evitado, será recomendado para los monosílabos que en la oralidad sean enfáticos, tal cual ocurre en la actualidad. Con todo, se observa todavía algún vestigio de cierta atención particular sobre las sílabas largas. El lastre latino es difícil de dejar atrás, al parecer. Vuelve al menor y más ingenuo comentario. En las reglas de 1763 se lee, como al pasar, “…en el caso de ser llana, pues al ser siempre larga, no es preciso señalar el acento”.
Sin embargo, hasta la inclusión de la Ortografía como un capítulo de la Gramática en 1880, la RAE no se definió claramente al respecto. La propuesta de Andrés Bello en su Ortología en 1835 fue bien recibida, e inclusive tuvo buenos comentarios de Rodolfo Lenz en 1894.2 Era una propuesta muy similar a la actual, con la argumentación incontestable de que la ortografía y la acentuación en particular deben adecuarse todo lo que se pueda a la lengua oral.

Prosodia y Ortografía dentro de las respectivas Gramáticas se encargan desde 1880, entonces, de los acentos orales y escritos. Las Gramáticas posteriores rescatan estos usos del tilde casi sin modificaciones desde entonces hasta la fecha.

La Gramática de 1880 y la de 1895 clasifican las palabras según su acentuación en graves agudas y esdrújulas. Se dejaron atrás y definitivamente, los acentos y longitudes vocálicas latinas. Según esta clasificación, igual a la actual, la Gramática pasa a describir en el capítulo de Prosodia, la apariencia fonológica que poseen las palabras según su terminación (exactamente como lo había hecho Nebrija en 1492) y según su acentuación. Es así que se cruzan terminaciones y acentuaciones, y se habla de los rasgos más comunes respecto de la acentuación de las palabras terminadas en vocales.

Por ejemplo, las terminadas en a, e, o, son por lo común llanas. Se incluyen en ellas las que terminan en estas vocales precedidas de una débil: lanza, pero homilía. Como excepciones, es decir, como una minoría, se incluyen las terminadas en vocal y que son agudas. Este mismo razonamiento se hace con las demás palabras. Se las clasifica por su terminación y luego se describe su acento. No es la descripción fonológica según vocales largas o breves del latín. Se describe fonológicamente el lugar del acento y se describe además, para su reconocimiento a través de la lengua escrita, cuál es el fonema final, igual que lo hizo Nebrija. Esto es tal vez lo que llevó a la interpretación uruguaya de que el tilde aparece por excepción de las leyes de la prosodia. Pero las excepciones no justifican el tilde, simplemente, porque hay generalizaciones a partir de las mayorías; se describen también, por supuesto, las minorías. Ahora bien, ¿son las minorías excepción? ¿Y excepción a qué? ¿A las mayorías? ¿No es un criterio bastante estrecho del concepto de excepción? Excepción es, en realidad, pertenecer a la minoría y no a la mayoría. Pero tal y como aparecen, el pertenecer estos casos a excepciones es parecido a ser material de desecho, no pertenecer a la generalidad es denigrarse. Sin embargo, sólo es cuestión de números y perspectivas.

En la parte de Ortografía aparecen las reglas de acentuación que conocemos hoy. En este capítulo las excepciones son las que no llevan tilde. Esto nos dice que la excepción en realidad es según la perspectiva desde donde se la mire. Se sigue determinado parámetro de clasificación de la mayoría y lo que no se avenga a él es una excepción. Pero las excepciones de una perspectiva clasificadora son regularidades desde la otra perspectiva. En este sentido, por ejemplo, los usos del tilde marcador de hiato son entendidos como excepciones en esta gramática de 1895.

Tomás Navarro Tomás, con un criterio más simplificador, comenta que la ortografía puede servir para desentrañar dudas acerca de dónde cae el acento de intensidad y establece según su terminación cuáles son las graves y agudas que llevan tilde y cuáles no. No habla en ningún momento de excepciones. Y menos aún de leyes o normas de la prosodia.

  1. Conclusiones

Observamos cómo, desde que el español-castellano se ha descrito en las Gramáticas desde el punto de vista de su acentuación y su fonología, hubo etapas que irremediablemente debieron transitarse. Somos hijos del latín, y esa herencia no sólo la tenemos en las estructuras morfológicas, sintácticas y léxicas, sino también en las fonológicas y en las acentuales. En consecuencia, la escritura, entendida como ya dijimos al comienzo como notación de la lengua oral, se ve comprometida grandemente en estas descripciones. La herencia latina de vocales largas y breves nos acompañó por siglos y no hace mucho que la hemos dejado atrás. Y los usos del tilde, que surgieron como una consecuencia de esta genética heredada sin remedio, han tenido que desprenderse de a poco, de a poquito, de tanto gen transmitido. Hemos llegado al siglo XXI con todo esto a cuestas, y con la esperanza de que, de una vez por todas, oigamos con buenos aires aquel principio hjelmsleviano del que no tendríamos que olvidarnos nunca: la simplicidad en la descripción de una ciencia.

Creemos haber dado pruebas de que, en el caso de los usos del tilde, nada hay de “natural” en las reglas. Es un sistema de reglas arbitrario y convencional que se atiene a la regularidad entendida como las ocurrencias en la mayoría, y se tildan las minorías. Esta ha sido la elección de los teóricos y académicos a lo largo de la historia del español como lengua estándar y esto es una demostración ineludible de su naturaleza arbitraria y consensuada por autoridades, que la imponen para universalizarla en los escribientes del español.

Bibliografía

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CONTRERAS, Lidia. Ortografía y grafémica. Madrid. Visor. 1984
CORREAS, Gonzalo. Arte de la lengua española castellana. Madrid. Revista de Filología española. 1954.
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SAMPSON, J. Sistemas de escritura. Barcelona. Gedisa. 1997.
TOLCHINSKY, L. Aprendizaje del lenguaje escrito. Barcelona. Anthropos. 1993.
1 Tomás Navarro Tomás definió el acento en el año 1953 como el conjunto de los diversos elementos del sonido –tono, timbre, cantidad e intensidad- combinados de un modo especial en cada idioma.

2 Fuente, A. Esteve. Estudios de teoría ortográfica del español..

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