La puntuación y el texto
conversacional.
Carmen Lepre
Primera entrega.
1. Algunas consideraciones generales a modo de introducción.
Nos
ocuparemos, en diversas entregas, de algunos aspectos especiales de
la puntuación, que son los que conciernen a un tipo de texto
especial: el texto dialogado, el texto conversacional, dentro del
relato literario. Es este tipo de texto el que suele generar más
dificultades a los docentes, dada la diversidad de enunciadores. En
él existen, en efecto, un narrador, quien acerca palabras textuales
de sus personajes de ficción. En esta interacción se centra de a
ratos el relato, y tiene fines comunicativos específicos, que
veremos ya cuáles son. Lo cierto es que el alumno suele utilizar la
puntuación aparentemente de manera caótica, porque obviamente no
conoce la normativa de la lengua escrita al respecto.
¿Cuántas
veces hemos propuesto al alumno que acaba de escribir un diálogo con
ausencia total de puntuación que lea su producto? Si lo hemos hecho,
habremos visto que el alumno puede, por lo general, leer y comprender
lo que acaba de escribir sin mayores dificultades. Sin embargo, si
damos lo escrito a su compañero de banco, es probable que no pueda
hacerlo. Esto no suele convencer al incipiente escritor para que
modifique lo que ha escrito, porque “yo
tengo la puntuación en mi cabeza”.
Entonces,
¿qué debe hacer un docente? ¿Por dónde debe empezar para respetar
los procesos de aprendizaje del alumno?
Lo
que no debemos perder de vista es que la ortografía es algo
arbitrario, que posee sus propias normativas y que muchas veces no es
sistemática. Es difícil para el alumno establecer hipótesis sobre
algo que no posee regularidades absolutas y cuyas razones dependen en
gran medida de la etimología y de la historia de cada palabra en
particular. Muchas veces para explicar la ortografía de un término
debemos acudir al latín, y no todo usuario de la lengua escrita
puede hacerlo con propiedad. Es por eso que el maestro debe ayudar al
alumno a construir su ortografía y a sistematizarla. El alumno,
solo, no podrá nunca lograrlo. Correrá por cuenta de cada docente,
entonces, la forma de trasladarlo a la didáctica de la clase para
volcar al estudiante hacia una ortografía que lo jerarquice como
escribiente. A través de juegos de inferencia o a través de juegos
de observación, a través de la morfología, que ayuda mucho a
descubrir regularidades (-oso, -izar, -azo, etc), o a través de las
asociaciones fonema-grafema. Pero lo que no deberemos hacer es dejar
al alumno solo en este difícil camino que deberá obligatoriamente
transitar para convertirse en un escribiente jerarquizado.
Ahora
bien, lo que no posee de sistemático la ortografía como notación
de fonemas, lo poseen de sistemático dos de sus subsistemas: los
usos del tilde y la puntuación. Cualquiera de estos subsistemas
ortográficos posee normas especiales, que pueden ser contempladas
por reglas sin excepciones (a diferencia de las demás reglas
ortográficas).
Hay
algo, no obstante, que los diferencia a ambos. Mientras los usos
normativos del tilde no pueden o no suelen ser transgredidos, porque
de hacerlo, muchas veces caeríamos en contradicciones semánticas
(pensemos en: La
sábana es azul y lisa / *La sabana es azul y lisa)
, la puntuación muchas veces es transgredida por los escritores,
buscando no sólo efectos estéticos, sino efectos de contenido que
van más allá de la forma, como veremos.
¿Qué
es lo que debe hacer un docente, entonces? ¿Cuál es el material
escrito que deberá elegir para sus alumnos en la escuela como modelo
de determinado tipo de texto? ¿Cómo deberá considerar la
puntuación en la producción de textos en clase? ¿Es correcto (es
bueno o adecuado desde el punto de vista didáctico) dejar que el
alumno puntúe según sus propias hipótesis?
Todas
estas preguntas son las que los docentes se formulan, sobre todo
porque en el deseo de todo docente está el lograr que sus alumnos
internalicen y conceptualicen determinadas regularidades para poder
ayudarse con ellas a seguir construyendo otras. Es la única forma
que tiene el educando de crecer en su aprendizaje.
Todo
esto es lo que intentaremos reflexionar en estas sucesivas entregas.
Comenzaremos, como debería hacerse siempre, por el principio. Y el
principio es en este caso, según creemos, introducir el tema desde
algún concepto relativo al tipo de texto conversacional y al texto
literario en el que se inserta.
2. El
relato y la conversación
2.1.
Algunas precisiones sobre esta tipología.
En
el texto conversacional están presentes dos enunciadores como
mínimo. Esto lo convierte en algo distinto a los otros tipos de
texto. Esta presencia compartida convierte la responsabilidad en algo
compartido también. Como tipo, es prácticamente un macrotexto,
puesto que esta construcción dialogada puede incorporar dentro de sí
los demás tipos. En una conversación puede incluirse una narración,
una descripción, una argumentación, una exposición.
En
lo que concierne a la conversación en el relato, esta presencia de
dos enunciadores se complica aún más, puesto que aparecen citados
por un narrador, que retoma esos enunciados que en algún momento
anterior a su presente de enunciación fueron emitidos por los
personajes.
Aparte
de esta complejidad comunicativa, se suma la esencia misma del relato
literario, que es en sí mismo una ficción del escritor. Es este
último quien crea ese mundo ficticio para deleite del lector.
En
la narrativa contemporánea existen diversas formas de llegar al
lector, para lograr captar su atención. El texto conversacional,
incluido dentro de un relato, las más de las veces tiene como
objetivo centrar en los personajes la atención del lector, y tanto
se logra esto, que un lector inexperto muchas veces piensa que son
los personajes parlantes quienes están en primer plano y se olvida
del narrador, que es quien les ha dado permiso para salir a la
superficie de su relato.
En
este relato de Estrázulas el narrador sufre por no poder ayudar a su
padre, pintor alucinado, cuyos movimientos acelerados al pintar la
tela en un rapto de inspiración simulaban epilepsia. Ahora el hijo
se lamenta de verlo enfermo e inmóvil.
Es inútil aclararle nada. Él
no sabe lo que me duele verlo así, lo que daría ahora por
encontrarlo en trance, con esa epilepsia que le venía de golpe,
empastando arpilleras, como un loco lleno de salud. Y no como este
enfermo. Todo indica que ese tiempo ha pasado.
-Mañana volveré –le digo
porque no aguanto más la pesadumbre, no me soporto aquí-, le dejo
los cigarros, viejo.
Ha mirado la cajilla con
avidez y ya se dispuso a encender el primer cigarrillo, rompiendo la
cajilla con la mano tullida. (Enrique Estrázulas. Los
fuegos de Ansina).
No es casualidad que las
palabras del narrador en tanto personaje hayan sido ubicadas justo
donde lo fueron. Es, precisamente, el momento de mayor angustia, el
momento de mayor tensión en ese episodio. El padre está enfermo y
el hijo nada puede hacer al respecto, salvo ayudarlo cumpliéndole
algún gusto.
En el texto conversacional
inserto en un relato aparecen, entonces, los personajes hablando en
la superficie del texto y no mediatizados por las palabras del
narrador. Están a flor de piel, y el lector puede sentirlas al
leerlas, y percatarse fielmente de ellas. Lo que nunca pensamos, no
obstante, es que sus palabras son imitación de la oralidad, no son
nunca oralidad pura. Y lo que realiza el narrador al citarlas es una
aproximación a lo que pudo haber sido dicho, con ciertos elementos
de oralidad, pero es siempre oralidad imitada.
2.2. La puntuación en la conversación.
Deben observarse en estas
instancias de la lengua escrita, o deberían observarse,
determinadas regularidades en lo concerniente a la puntuación. Tales
son la aparición de rayas de diálogo o de comillas para abrir los
parlamentos de los personajes y de guiones para abrir las
aclaraciones del narrador. Cuando el personaje sigue hablando, las
aclaraciones del narrador se cierran con otro guión. Tal es el caso
del ejemplo de Estrázulas citado.
-Mañana volveré –le digo
porque no aguanto más la pesadumbre, no me soporto aquí-, le dejo
los cigarros, viejo.
Si el personaje no sigue
hablando, no es necesario cerrar la aclaración del narrador, y el
enunciado marca su finalización con un punto.
El texto de Los
fuegos de Ansina
continúa según este último parámetro:
-¿Así lo cuida usté? –me
reprocha la italiana.
-Déjelo ... lo alivia.
Como se ve, estas
posibilidades son cubiertas por la normativa. El uso de las comillas,
para los casos en que los personajes emiten enunciados breves, puede
ser otro recurso.
De todas las posiblidades
respecto de citas del decir y del pensar de personajes de ficción
hay muchísimas opciones. Cada escritor hace que sus narradores
seleccionen algunas de ellas en sus relatos. Y existen, además,
muchas transgresiones significantes. Ese es el motivo por el que
seguiremos ocupándonos, en próximas entregas, de estos temas.
Noviembre de 2001.
i
Carmen Lepre es egresada del Instituto de Profesores
Artigas y profesora de Idioma Español en Enseñanza Secundaria.
Dicta cursos de Teoría Gramatical en el Instituto de Profesores
Artigas a estudiantes de Idioma Español y de Literatura, y cursos
de Lengua y Literatura y Taller de Idioma Español en los Institutos
Normales de Montevideo. Asimismo es docente asistente a la cátedra
de Romanística y Español en Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación.
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