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viernes, 19 de agosto de 2016

La puntuación y el texto conversacional 1° entrega

La puntuación y el texto conversacional.

Carmen Lepre

Primera entrega.

1. Algunas consideraciones generales a modo de introducción.

Nos ocuparemos, en diversas entregas, de algunos aspectos especiales de la puntuación, que son los que conciernen a un tipo de texto especial: el texto dialogado, el texto conversacional, dentro del relato literario. Es este tipo de texto el que suele generar más dificultades a los docentes, dada la diversidad de enunciadores. En él existen, en efecto, un narrador, quien acerca palabras textuales de sus personajes de ficción. En esta interacción se centra de a ratos el relato, y tiene fines comunicativos específicos, que veremos ya cuáles son. Lo cierto es que el alumno suele utilizar la puntuación aparentemente de manera caótica, porque obviamente no conoce la normativa de la lengua escrita al respecto.
¿Cuántas veces hemos propuesto al alumno que acaba de escribir un diálogo con ausencia total de puntuación que lea su producto? Si lo hemos hecho, habremos visto que el alumno puede, por lo general, leer y comprender lo que acaba de escribir sin mayores dificultades. Sin embargo, si damos lo escrito a su compañero de banco, es probable que no pueda hacerlo. Esto no suele convencer al incipiente escritor para que modifique lo que ha escrito, porque “yo tengo la puntuación en mi cabeza”.
Entonces, ¿qué debe hacer un docente? ¿Por dónde debe empezar para respetar los procesos de aprendizaje del alumno?
Lo que no debemos perder de vista es que la ortografía es algo arbitrario, que posee sus propias normativas y que muchas veces no es sistemática. Es difícil para el alumno establecer hipótesis sobre algo que no posee regularidades absolutas y cuyas razones dependen en gran medida de la etimología y de la historia de cada palabra en particular. Muchas veces para explicar la ortografía de un término debemos acudir al latín, y no todo usuario de la lengua escrita puede hacerlo con propiedad. Es por eso que el maestro debe ayudar al alumno a construir su ortografía y a sistematizarla. El alumno, solo, no podrá nunca lograrlo. Correrá por cuenta de cada docente, entonces, la forma de trasladarlo a la didáctica de la clase para volcar al estudiante hacia una ortografía que lo jerarquice como escribiente. A través de juegos de inferencia o a través de juegos de observación, a través de la morfología, que ayuda mucho a descubrir regularidades (-oso, -izar, -azo, etc), o a través de las asociaciones fonema-grafema. Pero lo que no deberemos hacer es dejar al alumno solo en este difícil camino que deberá obligatoriamente transitar para convertirse en un escribiente jerarquizado.
Ahora bien, lo que no posee de sistemático la ortografía como notación de fonemas, lo poseen de sistemático dos de sus subsistemas: los usos del tilde y la puntuación. Cualquiera de estos subsistemas ortográficos posee normas especiales, que pueden ser contempladas por reglas sin excepciones (a diferencia de las demás reglas ortográficas).
Hay algo, no obstante, que los diferencia a ambos. Mientras los usos normativos del tilde no pueden o no suelen ser transgredidos, porque de hacerlo, muchas veces caeríamos en contradicciones semánticas (pensemos en: La sábana es azul y lisa / *La sabana es azul y lisa) , la puntuación muchas veces es transgredida por los escritores, buscando no sólo efectos estéticos, sino efectos de contenido que van más allá de la forma, como veremos.
¿Qué es lo que debe hacer un docente, entonces? ¿Cuál es el material escrito que deberá elegir para sus alumnos en la escuela como modelo de determinado tipo de texto? ¿Cómo deberá considerar la puntuación en la producción de textos en clase? ¿Es correcto (es bueno o adecuado desde el punto de vista didáctico) dejar que el alumno puntúe según sus propias hipótesis?
Todas estas preguntas son las que los docentes se formulan, sobre todo porque en el deseo de todo docente está el lograr que sus alumnos internalicen y conceptualicen determinadas regularidades para poder ayudarse con ellas a seguir construyendo otras. Es la única forma que tiene el educando de crecer en su aprendizaje.
Todo esto es lo que intentaremos reflexionar en estas sucesivas entregas. Comenzaremos, como debería hacerse siempre, por el principio. Y el principio es en este caso, según creemos, introducir el tema desde algún concepto relativo al tipo de texto conversacional y al texto literario en el que se inserta.

2. El relato y la conversación

2.1. Algunas precisiones sobre esta tipología.

En el texto conversacional están presentes dos enunciadores como mínimo. Esto lo convierte en algo distinto a los otros tipos de texto. Esta presencia compartida convierte la responsabilidad en algo compartido también. Como tipo, es prácticamente un macrotexto, puesto que esta construcción dialogada puede incorporar dentro de sí los demás tipos. En una conversación puede incluirse una narración, una descripción, una argumentación, una exposición.
En lo que concierne a la conversación en el relato, esta presencia de dos enunciadores se complica aún más, puesto que aparecen citados por un narrador, que retoma esos enunciados que en algún momento anterior a su presente de enunciación fueron emitidos por los personajes.
Aparte de esta complejidad comunicativa, se suma la esencia misma del relato literario, que es en sí mismo una ficción del escritor. Es este último quien crea ese mundo ficticio para deleite del lector.
En la narrativa contemporánea existen diversas formas de llegar al lector, para lograr captar su atención. El texto conversacional, incluido dentro de un relato, las más de las veces tiene como objetivo centrar en los personajes la atención del lector, y tanto se logra esto, que un lector inexperto muchas veces piensa que son los personajes parlantes quienes están en primer plano y se olvida del narrador, que es quien les ha dado permiso para salir a la superficie de su relato.
En este relato de Estrázulas el narrador sufre por no poder ayudar a su padre, pintor alucinado, cuyos movimientos acelerados al pintar la tela en un rapto de inspiración simulaban epilepsia. Ahora el hijo se lamenta de verlo enfermo e inmóvil.

Es inútil aclararle nada. Él no sabe lo que me duele verlo así, lo que daría ahora por encontrarlo en trance, con esa epilepsia que le venía de golpe, empastando arpilleras, como un loco lleno de salud. Y no como este enfermo. Todo indica que ese tiempo ha pasado.
-Mañana volveré –le digo porque no aguanto más la pesadumbre, no me soporto aquí-, le dejo los cigarros, viejo.
Ha mirado la cajilla con avidez y ya se dispuso a encender el primer cigarrillo, rompiendo la cajilla con la mano tullida. (Enrique Estrázulas. Los fuegos de Ansina).

No es casualidad que las palabras del narrador en tanto personaje hayan sido ubicadas justo donde lo fueron. Es, precisamente, el momento de mayor angustia, el momento de mayor tensión en ese episodio. El padre está enfermo y el hijo nada puede hacer al respecto, salvo ayudarlo cumpliéndole algún gusto.
En el texto conversacional inserto en un relato aparecen, entonces, los personajes hablando en la superficie del texto y no mediatizados por las palabras del narrador. Están a flor de piel, y el lector puede sentirlas al leerlas, y percatarse fielmente de ellas. Lo que nunca pensamos, no obstante, es que sus palabras son imitación de la oralidad, no son nunca oralidad pura. Y lo que realiza el narrador al citarlas es una aproximación a lo que pudo haber sido dicho, con ciertos elementos de oralidad, pero es siempre oralidad imitada.

2.2. La puntuación en la conversación.

Deben observarse en estas instancias de la lengua escrita, o deberían observarse, determinadas regularidades en lo concerniente a la puntuación. Tales son la aparición de rayas de diálogo o de comillas para abrir los parlamentos de los personajes y de guiones para abrir las aclaraciones del narrador. Cuando el personaje sigue hablando, las aclaraciones del narrador se cierran con otro guión. Tal es el caso del ejemplo de Estrázulas citado.

-Mañana volveré –le digo porque no aguanto más la pesadumbre, no me soporto aquí-, le dejo los cigarros, viejo.

Si el personaje no sigue hablando, no es necesario cerrar la aclaración del narrador, y el enunciado marca su finalización con un punto.
El texto de Los fuegos de Ansina continúa según este último parámetro:

-¿Así lo cuida usté? –me reprocha la italiana.
-Déjelo ... lo alivia.

Como se ve, estas posibilidades son cubiertas por la normativa. El uso de las comillas, para los casos en que los personajes emiten enunciados breves, puede ser otro recurso.
De todas las posiblidades respecto de citas del decir y del pensar de personajes de ficción hay muchísimas opciones. Cada escritor hace que sus narradores seleccionen algunas de ellas en sus relatos. Y existen, además, muchas transgresiones significantes. Ese es el motivo por el que seguiremos ocupándonos, en próximas entregas, de estos temas.

Noviembre de 2001.






i Carmen Lepre es egresada del Instituto de Profesores Artigas y profesora de Idioma Español en Enseñanza Secundaria. Dicta cursos de Teoría Gramatical en el Instituto de Profesores Artigas a estudiantes de Idioma Español y de Literatura, y cursos de Lengua y Literatura y Taller de Idioma Español en los Institutos Normales de Montevideo. Asimismo es docente asistente a la cátedra de Romanística y Español en Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

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