La
voz media en los textos
Prof.
Lic. Carmen Lepre
El término “voz” refiere a
una flexión en el verbo, que en latín mostraba el grado de
compromiso o involucramiento del sujeto respecto de lo que el verbo
dice. Desde el punto de vista semántico, el sujeto puede ser agente
-cuando el verbo refiere a una acción-, paciente -cuando la acción
del verbo se muestra de tal forma que el sujeto es el que recibe la
acción del verbo-, experimentador -cuando el verbo es de percepción
o similar, y refiere a hechos que el sujeto experimenta o percibe-,
instigador -cuando el sujeto es el que provoca que alguien más
realice algo.
Ahora bien, el español no posee
una forma flexiva que implique una voz. En cambio, existen ciertos
recursos sintácticos que asisten al verbo, para que esos
significados se plasmen en el sujeto. De esta forma, se habla de
construcciones activas, pasivas y medias.
A pesar de esta aclaración, se
puede leer en numerosas gramáticas la palabra voz para
designarlas, siempre atendiendo a que en estos casos no se piensa en
una flexión verbal, sino en construcciones que el verbo asume.
Lucién Tesnière habló de
diátesis cuando existe una transformación sintáctica que
acarrea cambios semánticos en el sujeto y en el verbo también, y
este término se ve usado también en la Nueva Gramática de la
lengua española (2009). Y justamente es de esto que se tratará este
artículo. Hay voz media, o construcción media, hay voz pasiva o
construcción pasiva, cuando hay diátesis, cuando hay cambio, cuando
hay transformación sintáctica para marcarla.
Se mostrarán estas
construcciones en un texto, para poder observar mejor cómo funcionan
y qué significados aportan a ese texto.
La
primavera se había adelantado aquel año en Madrid. A finales
de marzo, cuando abría el balcón de su dormitorio, venía de lejos
un olor de fritangas y de palomas que le bastaba al cuerpo para
relamerse con el pasado.
El
General alzaba los brazos y allí estaba, de pronto, el arrullo de la
muchedumbre. Miles de palomas se estremecían con el saludo
ritual, ¡Compañeros!, y lo vitoreaban agitando fotos y cartelones.
Más allá, entre la plantación de rosales y las torres de los
palomares, junto a la casilla donde se apostaban los guardias
civiles del generalísimo Franco, se abrían las bocas del
subterráneo Anglo-Argentino, que había comenzado a construirse
casi ante sus ojos, en 1909. ¿No había caminado por aquellos
lodazales, a la zaga de la abuela Dominga Dutey, cuando buscaban en
el Ministerio de Guerra la beca de providencia que le permitiría
estudiar en el Colegio Militar?
En
ese punto del pasado, la imaginación del General se negaba
siempre a seguir avanzando. Empezaba a sentir melancolía por lo que
no había sucedido aún —perderé Madrid, estaré demasiado viejo
para andar solo por la casa que me han regalado en Buenos Aires—. Y
en el repentino vacío de su corazón descubría que sólo cuando se
quedaba sin país tenía tiempo para la felicidad.
En
aquellos días de marzo lo acometió el presentimiento de que no
debía irse. Cada vez que pensaba en Buenos Aires, el centro de
gravedad se le desplazaba del hígado a los riñones y lo
punzaba por dentro. El General decía que ésas eran malas espinas
anticipando la desgracia, y que la única manera de conjurarlas era
ver una película de John Wayne por la televisión: el polvo de los
westerns adonde no podían llegar las humedades de Buenos Aires.
Las
manos se le quedaban enredadas entre las toallas y los
manteles, y cuando hasta la lencería fue embalada para el viaje, el
cuerpo siguió aferrándose a las aureolas que los objetos
dejaban por todas partes.
En
esos desconciertos se le fueron las últimas semanas. Llevaba
una agenda de seis a siete entrevistas diarias: siempre para ser el
árbitro de alguna trifulca entre las facciones que se
disputaban el poder a
dentelladas. Escribía una que otra carta, hablaba por teléfono un
par de veces al día (si no era con el médico de Barcelona que le
cuidaba la próstata era con el veterinario: tenía una familia de
perras caniches que daba mucho trabajo), y cuando procuraba caminar
por la Gran Vía, como antes, ya no se lo permitían. Si el
Padre Eterno anduviera mostrándose por la calle —lo disuadían,
apelando a su propia receta—, acabarían por perderle el respeto.
Desde
que el peronismo había ganado las elecciones, el secretario lo
aliviaba de todas las pequeñeces administrativas: seleccionaba a los
que serían recibidos por el General y a los que, luego de
haberlo frecuentado casi a diario, ya no podían verlo nunca más. En
ambos casos el secretario tomaba sus decisiones según el aura de
bien o de mal que exhalaban las personas y que él podía sentir con
tanta claridad como un olor. Por las noches, clasificaba la
correspondencia y destruía los mensajes sin importancia, para que el
General no perdiera el tiempo. A menudo se salvaban del
escrutinio sólo las cuentas de la luz y las ofertas de saldos de las
Galerías Preciados, que tanto interesaban a la esposa.
Todas
las madrugadas, el canto de los gallos despertaba al General. Con
alivio descubría que aún no era hoy: que faltaba mucho tiempo para
volver. Tanto se lo repitió que el 20 de junio de 1973 casi le pasó
de largo.
Era
tarde ya, más de las cuatro y media, cuando se le vino encima el
primer canto. El General cerró los ojos con fuerza y protestó: «Ya
está aquí el maldito día y ni siquiera me ha dado tiempo para
prepararme». Se incorporó lentamente, y a través del balcón
contempló la neblina entre las sierras. Prendió la radio y trató
de sintonizar, como siempre, los boletines de noticias. Captó unas
voces raras y una música, pero se le escapaban de la
atención, como si desembocaran en otros oídos.
Todavía
en calzoncillos, el secretario irrumpió en el dormitorio, apagó la
radio y chasqueó los dedos:
«¡Arriba,
que ya es hora! ¡Arriba!». El General retrocedió hasta la cama.
Quiso respirar el fresco y un mareo repentino lo desconcertó. Estaba
pálido. Las carnes se le habían ido aflojando con los años,
y ahora se veía como una esponja que estaba hundiéndose
lentamente en el agua. Soy un hombre inundado y así nomás van a
llevarme, se dijo. Entonces advirtió que su dolor no venía
del cuerpo sino de la siniestra claridad que ascendía por las faldas
de la meseta. La esposa le trajo la bandeja con el desayuno.
«Nada
de manteca ni de panecillos», pidió el General, con involuntario
acento español. «Sólo quiero té de menta. Las despedidas me han
echado a perder la digestión.»
Se
acicaló con cuidado y se puso un traje azul. Impregnó los
pañuelos con el perfume que usaba desde la época en que conoció a
Evita y que le recordaría para siempre la frase con que ella se
le acercó: «Usted huele como a mí me gusta, coronel:
cigarrillos Condal y pastillas de menta. Sólo le falta un poquito de
Atkinsons». Y al día siguiente se intercambiaron frascos de
lavanda y de perfume Cytrus, «para hacer de cuenta que somos
novios», había bromeado ella, con toda la intención de que fuera
cierto. Pero la frase con que Eva lo conquistó fue otra, impregnada
de olores tan penetrantes que ya el recuerdo no podía soportarla:
«Gracias por existir».
Tomás
Eloy Martínez. La novela de Perón.
En
este fragmento de La novela de Perón, se muestra al general
arribando a Argentina luego de su exilio en España. Le suceden cosas
a él, pero también les pasan otras a entidades del mundo que son
inanimadas o animadas, pero que no son responsables de eso que les
pasa. Hay relativos grados de responsabilidad de los sujetos en las
formas marcadas en negrita. Algunos de los verbos son reflexivos
propios, otros reflexivos impropios, otros cuasi recíprocos, unos
están en construcciones pasivas, otros en construcciones medias.
Pero todos, absolutamente, poseen pronombres se o
formas se. ¿Cómo
reconocerlos, entonces? De eso trataré
en lo que sigue.
Los
“se” de pasivas e impersonales
He
diferenciado entre pronombres y formas, porque cuando hay
construcciones pasivas o impersonales, las formas se
son marcas, o de
impersonalidad o de pasividad. En la Nueva
Gramática
de la lengua española
se las llama no paradigmáticas, porque no pertenecen al paradigma
pronominal. Son simples indicios de que allí hay construcciones
especiales.
En
el texto hay una pasiva perifrástica:
seleccionaba
a los que serían recibidos
por el General
Vamos
a jugar un poco con esta construcción dentro de la subordinada. Hay
alguien que recibe, el General Perón, y algunas personas recibidas
por él. Por lo tanto hay un agente y un paciente. En
el texto, la construcción que se presenta es pasiva, por lo tanto el
agente está bajo la forma de un complemento agente y el paciente
está bajo la forma del relativo que
que refiere a un genérico los,
(las personas, esos, esas personas). En
la subordinada de relativo el que
es el sujeto paciente.
Se
puede transformar esta construcción en una pasiva con se
y quedaría:
seleccionaba
a los que se recibían
Se
nos fue el agente, porque en las pasivas con se
el agente no aparece. Este se
es una marca de pasiva,
porque no es paradigmático, no es pronombre. Pero obliga a que el
verbo esté conjugado solamente en tercera persona. En estas
construcciones no es posible que haya un sujeto paciente nosotros,
tú, yo, usted, ustedes, vos. El
pronombre relativo que
sigue siendo el sujeto paciente.
También
podemos transformarla en una impersonal con se:
seleccionaba
a los que se recibía
Este
ligero cambio de
número hace toda la diferencia. Ahora la oración es impersonal, y
el que
es el complemento directo, paciente, del verbo recibir.
Implica decir que el
secretario seleccionaba a quienes se recibía,
dicho así, sin responsable, ni el General, ni un sujeto genérico.
A medida que vamos realizando las transformaciones, el efecto es muy
distinto. También se trata de un se
no paradigmático, pero en este caso
es marca de impersonalidad.
Sea
pasiva o impersonal la construcción, este se
no paradigmático inhabilita la
presencia de un agente, por lo tanto son construcciones inagentivas.
Un
“se” que es “le”
Hay
un se
que no es en realidad se,
sino una forma le,
que es convertida fonológicamente en se
por asuntos fonéticos. Es esta:
ya
no se lo permitían
En
este ejemplo, ese se es
le: ya no *le lo permitían
Las
formas reflexivas y recíprocas
Presento
a continuación los ejemplos tomados del texto, para ser estudiados.
Los diversos colores apuntan a diferentes formas pronominales, según
mostraré. Son formas se que no responden ni a pasivas, ni a
impersonales, ni a “le”, que poseen un se paradigmático,
porque el verbo puede conjugarse en otras personas del discurso. Los
verbos, para mayor visualización, permanecen en negrita.
la
primavera se había adelantado aquel año en Madrid
miles
de palomas se estremecían con el saludo ritual, ¡Compañeros!
la
casilla donde se apostaban los guardias civiles del
generalísimo Franco
se
abrían las bocas del subterráneo Anglo-Argentino
la
imaginación del general se negaba siempre a seguir avanzando
sólo
cuando se quedaba sin país tenía tiempo para la felicidad
el
centro de gravedad se le desplazaba del hígado a los riñones
las
manos se le quedaban enredadas entre las toallas y los
manteles
el
cuerpo siguió aferrándose a las aureolas que los objetos
dejaban por todas partes.
se
le fueron las últimas semanas
alguna
trifulca entre las facciones que se disputaban el poder a
dentelladas
se
salvaban del escrutinio sólo las cuentas de la luz
se
incorporó lentamente
se
le escapaban de la atención
las
carnes se le habían ido aflojando con los años,
y
ahora se veía como una esponja que estaba hundiéndose
lentamente en el agua
soy
un hombre inundado y así nomás van a llevarme, se dijo
se
puso un traje azul
ella
se le acercó
al
día siguiente se intercambiaron
frascos de lavanda y de perfume
cytrus
Las
reflexivas propias
Las
formas se
en
construcciones reflexivas propias e impropias son pronominales y por
lo tanto, paradigmáticas. Se
verá que las formas, a pesar de ser pronominales y
de
poder conjugarse tanto los verbos como los pronombres en las demás
personas del discurso, no son exactamente iguales, porque los sujetos
se posicionan de forma diferente.
Hay
algunas formas reflexivas propias, en las que el sujeto realiza actos
que recaen sobre sí mismo. En estos casos, ese pronombre reflexivo
admite la expansión “a mí mismo, a ti mismo”, “a sí mismo”,
“a nosotros mismos”, “a usted o ustedes mismos”.
Se
trata de los siguientes ejemplos:
soy
un hombre inundado y así nomás van a llevarme, se dijo
se
puso
un traje azul
Solamente
“se dijo” y “se puso” suponen una aclaración de “a sí
mismo”. Se dijo a sí mismo, se
puso a sí mismo. Solo esas son
reflexivas propias (indirectas,
porque el pronombre reflexivo funciona como complemento indirecto: le
dijo, le puso).
La
sustitución por formas de tercera
persona (le, les, la, las, lo, los)
hace que la forma pierda su carácter
reflexivo, pero muestra la función del pronombre se.
Las
demás formas son reflexivas impropias, es decir, los pronombres no
poseen ninguna función sintáctica.
La
recíproca
Hay
otra forma, que tiene las letras pintadas de color rojo, “se
intercambiaron”.
al
día siguiente se intercambiaron frascos de lavanda y de
perfume cytrus
Esta
forma es recíproca, porque supone un intercambio entre dos personas.
X intercambia Y con O. O intercambia Y con X. La presencia de la
pronominalización del verbo lo convierte en recíproco. Aunque de
hecho, hay mucho de la reciprocidad que es aportada por el propio
verbo “intercambiar”, que posee este significado.
En
el caso de la forma se disputaban, la reciprocidad es similar.
X disputa con O. O disputa con X. X y O disputan entre sí.
alguna
trifulca entre las facciones que se disputaban el poder a
dentelladas
También
en estas formas recíprocas el pronombre cumple una función
sintáctica: se disputaban (le disputaban) el poder; se
intercambiaron (le intercambiaron) frascos de lavanda. En los dos
casos, el se es complemento indirecto, por poder sustituirse
por le.
Pero
también puede haber recíprocas directas, como Juan y Evita se
amaron mucho: lo amaron mucho.
Las
reflexivas impropias
Las
demás formas reflexivas no pueden sufrir el incremento de “a sí
mismo”. Por lo tanto son reflexivas impropias. Pero sucede que en
este grupo hay una gran variedad de verbos que se comportan de forma
diferente, aunque poseen esa particularidad formal en común.
Hay
reflexivas que son inherentemente pronominales, como jactarse o
quejarse, que no están entre estos ejemplos, y que no poseen
formas alternantes no pronominales.
En
cambio, las formas que se presentan en los ejemplos son reflexivas
impropias que poseen formas alternantes; quedar, quedarse,
estremecer, estremecerse, abrir, abrirse, negar, negarse, etcétera.
Todas lo son. Al pronominalizarse, y si el verbo es transitivo,
se intransitivizan. Si el verbo es intransitivo, la forma reflexiva
aporta un significado que va desde un poco diferente, a muy
diferente. A veces es nada más que una diferencia aspectual (Elena
de Miguel, en RAE GDLE, 2000). Los presentaré, para mejor
visualización, en los siguientes cuadros.
Verbos
transitivos que se intransitivizan
|
|
Formas
transitivas
|
Formas
intransitivas
|
Adelantar
(algo)
El
calor adelantó la primavera.
|
Adelantarse
(algo). El objeto directo pasa a ser sujeto de meta afectada.
La
primavera se adelantó.
|
Estremecer
(algo)
El
canto estremeció a la multitud
|
Estremecerse
(algo) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta afectada.
La
multitud se estremeció
|
Apostar
(algo)
Apostó
su sueldo a que vendría
|
Apostarse
(en algún lugar)
Los
oficiales se apostaron en la puerta
|
Abrir
(algo)
Los
obreros abrieron las bocas del subterráneo
|
Abrirse
(hacia algún lado) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta
afectada.
Las
bocas del subterráneo se abrían hacia el oeste
|
Negar
(algo)
Perón
negó su venida
|
Negarse
(a algo)
La
imaginación del general se negaba siempre a seguir avanzando
|
Desplazar
(algo)
El
viento desplazó las hojas del patio.
El
terror desplazó el centro de gravedad del hígado a los riñones.
|
Desplazarse
(de algún lugar) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta
afectada.
El
centro de gravedad se (le) desplazaba del hígado a los riñones
|
Aferrar
(algo)
El
hombre aferró el libro entre sus manos
|
Aferrarse
(de algo)
El
cuerpo siguió aferrándose a las aureolas que los objetos
dejaban por todas partes
|
Salvar
(algo)
El
hombre salvó las cuentas de la luz del escrutinio
|
Salvarse
(de algo)
Se
salvaban del escrutinio sólo las cuentas de la luz
|
Incorporar
(sumar algo)
El
General incorporó ese hábito
|
Incorporarse
(levantarse)
Se
incorporó lentamente
|
Aflojar
(algo)
Aflojó
la tuerca con la tenaza
El
tiempo aflojó las carnes.
|
Aflojarse
(ponerse algo flojo) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta
afectada.
Las
carnes se le habían ido aflojando con los años.
|
Verbos
intransitivos que permanecen intransitivos
|
|
Intransitivos
sin pronominalizar
|
Intransitivos
pronominalizados
|
Ir
(alguien)
Fue
a Argentina
|
Irse
(alguien o algo)
Se
(le) fueron las últimas semanas
Se
fue a Argentina
|
Quedar
(alguien o algo)
La
noticia quedó desplazada
|
Quedarse
(alguien o algo)
Se
quedaba sin país
Las
manos se (le) quedaban enredadas
|
Escapar (alguien) El hombre escapó de allí |
Escaparse
(alguien o algo)
Se
le escapaban de la atención
|
De
las reflexivas impropias a las construcciones medias
Existen algunos verbos con un alterno
pronominal que posee significados del tipo de una voz o construcción
media. En ellas, el sujeto es inagentivo, puede ser experimentador o
una fuerza o acontecimiento, que no controla el suceso, sino al que
le pasa algo, sufre un cambio de estado, o repentinamente
cambia su situación. Se trata de verbos transitivos cuyo objeto
directo pasa a ser sujeto, o de verbos directamente intransitivos.
Sea como sea, el verbo en la construcción media es intransitivo.
Podemos decir, por ejemplo, que los obreros
abrieron las bocas o que las bocas se abren hacia el oeste. En
el segundo caso, a las bocas les pasa algo. No controlan los hechos,
no son agentes, son experimentantes, en un sentido figurado, puesto
que este sujeto refiere a una entidad inanimada. Es precisamente en
este segundo caso, que la construcción se convierte en media. Se
trata de una construcción intransitiva, inagentiva, con sujeto
experimentador o meta afectada.
De los ejemplos de reflexivas impropias,
elegiré, en consecuencia, los casos que se consideran construcciones
medias.
Verbos
transitivos que se intransitivizan y pasan a construcciones medias
|
|
Formas
transitivas
|
Formas
intransitivas en construcciones medias
|
Adelantar
El
calor adelantó la primavera.
|
Adelantarse.
El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
La
primavera se adelantó.
|
Estremecer
El
canto estremeció a la multitud
|
Estremecerse.
El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
La
multitud se estremeció
|
Abrir
Los
obreros abrieron las bocas del subterráneo
|
Abrirse.
El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
Las
bocas del subterráneo se abrían hacia el oeste
|
Salvar
El
hombre salvó las cuentas de luz del escrutinio
|
Salvarse.
El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
Se
salvaron del escrutinio sólo las cuentas de la luz
|
Aflojar
Aflojó
la tuerca con la tenaza
|
Aflojarse.
El objeto directo pasa a ser
sujeto inagentivo.
Las
carnes se le habían ido aflojando con los años,
|
Se
habla en algunos casos de una diátesis anticausativa, puesto
que algunos sujetos de verbos transitivos son causativos y al
intransitivizarse la construcción pasa a ser anticausativa. Tal es
el caso de:
El
calor adelantó la primavera. La primavera se adelantó.
El
canto estremeció a la multitud. La multitud se estremeció.
En
los dos ejemplos los sujetos de la estructura transitiva refieren a
entidades inanimadas, que no pueden ser agentivos. Son las causas de
lo que el predicado dice. Al transformarse la construcción en
intransitiva, la causa desaparece o
se transforma en circunstancial de causa,
y es por ese motivo que se la llama diátesis
anticausativa.
Diátesis
porque hay transformación sintáctica. Y anticausativa,
porque la causa puede
callarse o se transforma en circunstancia
y el objeto directo, la meta afectada por la causa, pasa a ser el
sujeto. El sujeto experimenta un cambio. Es inagentivo, y le
pasa algo. Por lo
tanto, estamos frente a una voz o construcción media.
Hay
otras construcciones medias, que se logran mediante la diátesis,
mediante el cambio de funciones sintácticas de los sintagmas
nominales, pero sin pronominalizaciones del verbo. Se trata de
algunos verbos que refieren a procesos como adelgazar,
engordar, o subir,
bajar cuando tienen
sujetos no agentivos.
La
buena alimentación engordó al ganado. El ganado engordó (por la
buena alimentación).
El
ejercicio adelgazó a los jóvenes. Los jóvenes adelgazaron (por
el ejercicio).
La
inflación subió los precios. Los precios subieron (por la
inflación).
El
ministro de economía bajó el precio del boleto. El precio del
boleto bajó.
Podemos
conservar la causa y transformarla en un circunstancial de causa,
pero el sujeto obtenido por la diátesis es un sujeto que experimenta
el proceso de cambio, es inagentivo. Y es una diátesis media, además
de anticausativa.
El
concepto mismo de las construcciones medias circunda más lo
semántico que lo sintáctico, puesto que la atención del
observador, para descubrirlas, debe posarse en la naturaleza del
sujeto, su carácter no
agentivo y su calidad de experimentante o meta afectada al que le
pasa algo.
Bibliografía
mínima
GUTIÉRREZ
ORDÓÑEZ, S. 2002. Forma y sentido en sintaxis. Madrid.
Arco Libros.
MORENO CABRERA, J. C. 1994. Curso universitario de lingüística general. Madrid. Síntesis.
MORENO CABRERA, J. C. 1994. Curso universitario de lingüística general. Madrid. Síntesis.
MORENO
CABRERA, J.
C. Diátesis
anticausativa.
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=41147
RAE.
2009. Nueva gramática
de la lengua española. Madrid.
Espasa.
RAE.
2000. Gramática
descriptiva de la lengua española. (GDLE). Madrid.
Espasa.
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