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domingo, 15 de enero de 2017

Las construcciones medias

La voz media en los textos


Prof. Lic. Carmen Lepre

El término “voz” refiere a una flexión en el verbo, que en latín mostraba el grado de compromiso o involucramiento del sujeto respecto de lo que el verbo dice. Desde el punto de vista semántico, el sujeto puede ser agente -cuando el verbo refiere a una acción-, paciente -cuando la acción del verbo se muestra de tal forma que el sujeto es el que recibe la acción del verbo-, experimentador -cuando el verbo es de percepción o similar, y refiere a hechos que el sujeto experimenta o percibe-, instigador -cuando el sujeto es el que provoca que alguien más realice algo.
Ahora bien, el español no posee una forma flexiva que implique una voz. En cambio, existen ciertos recursos sintácticos que asisten al verbo, para que esos significados se plasmen en el sujeto. De esta forma, se habla de construcciones activas, pasivas y medias.
A pesar de esta aclaración, se puede leer en numerosas gramáticas la palabra voz para designarlas, siempre atendiendo a que en estos casos no se piensa en una flexión verbal, sino en construcciones que el verbo asume.
Lucién Tesnière habló de diátesis cuando existe una transformación sintáctica que acarrea cambios semánticos en el sujeto y en el verbo también, y este término se ve usado también en la Nueva Gramática de la lengua española (2009). Y justamente es de esto que se tratará este artículo. Hay voz media, o construcción media, hay voz pasiva o construcción pasiva, cuando hay diátesis, cuando hay cambio, cuando hay transformación sintáctica para marcarla.
Se mostrarán estas construcciones en un texto, para poder observar mejor cómo funcionan y qué significados aportan a ese texto.

La primavera se había adelantado aquel año en Madrid. A finales de marzo, cuando abría el balcón de su dormitorio, venía de lejos un olor de fritangas y de palomas que le bastaba al cuerpo para relamerse con el pasado.
El General alzaba los brazos y allí estaba, de pronto, el arrullo de la muchedumbre. Miles de palomas se estremecían con el saludo ritual, ¡Compañeros!, y lo vitoreaban agitando fotos y cartelones. Más allá, entre la plantación de rosales y las torres de los palomares, junto a la casilla donde se apostaban los guardias civiles del generalísimo Franco, se abrían las bocas del subterráneo Anglo-Argentino, que había comenzado a construirse casi ante sus ojos, en 1909. ¿No había caminado por aquellos lodazales, a la zaga de la abuela Dominga Dutey, cuando buscaban en el Ministerio de Guerra la beca de providencia que le permitiría estudiar en el Colegio Militar?
En ese punto del pasado, la imaginación del General se negaba siempre a seguir avanzando. Empezaba a sentir melancolía por lo que no había sucedido aún —perderé Madrid, estaré demasiado viejo para andar solo por la casa que me han regalado en Buenos Aires—. Y en el repentino vacío de su corazón descubría que sólo cuando se quedaba sin país tenía tiempo para la felicidad.
En aquellos días de marzo lo acometió el presentimiento de que no debía irse. Cada vez que pensaba en Buenos Aires, el centro de gravedad se le desplazaba del hígado a los riñones y lo punzaba por dentro. El General decía que ésas eran malas espinas anticipando la desgracia, y que la única manera de conjurarlas era ver una película de John Wayne por la televisión: el polvo de los westerns adonde no podían llegar las humedades de Buenos Aires.
Las manos se le quedaban enredadas entre las toallas y los manteles, y cuando hasta la lencería fue embalada para el viaje, el cuerpo siguió aferrándose a las aureolas que los objetos dejaban por todas partes.
En esos desconciertos se le fueron las últimas semanas. Llevaba una agenda de seis a siete entrevistas diarias: siempre para ser el árbitro de alguna trifulca entre las facciones que se disputaban el poder a dentelladas. Escribía una que otra carta, hablaba por teléfono un par de veces al día (si no era con el médico de Barcelona que le cuidaba la próstata era con el veterinario: tenía una familia de perras caniches que daba mucho trabajo), y cuando procuraba caminar por la Gran Vía, como antes, ya no se lo permitían. Si el Padre Eterno anduviera mostrándose por la calle —lo disuadían, apelando a su propia receta—, acabarían por perderle el respeto.
Desde que el peronismo había ganado las elecciones, el secretario lo aliviaba de todas las pequeñeces administrativas: seleccionaba a los que serían recibidos por el General y a los que, luego de haberlo frecuentado casi a diario, ya no podían verlo nunca más. En ambos casos el secretario tomaba sus decisiones según el aura de bien o de mal que exhalaban las personas y que él podía sentir con tanta claridad como un olor. Por las noches, clasificaba la correspondencia y destruía los mensajes sin importancia, para que el General no perdiera el tiempo. A menudo se salvaban del escrutinio sólo las cuentas de la luz y las ofertas de saldos de las Galerías Preciados, que tanto interesaban a la esposa.
Todas las madrugadas, el canto de los gallos despertaba al General. Con alivio descubría que aún no era hoy: que faltaba mucho tiempo para volver. Tanto se lo repitió que el 20 de junio de 1973 casi le pasó de largo.
Era tarde ya, más de las cuatro y media, cuando se le vino encima el primer canto. El General cerró los ojos con fuerza y protestó: «Ya está aquí el maldito día y ni siquiera me ha dado tiempo para prepararme». Se incorporó lentamente, y a través del balcón contempló la neblina entre las sierras. Prendió la radio y trató de sintonizar, como siempre, los boletines de noticias. Captó unas voces raras y una música, pero se le escapaban de la atención, como si desembocaran en otros oídos.
Todavía en calzoncillos, el secretario irrumpió en el dormitorio, apagó la radio y chasqueó los dedos:
«¡Arriba, que ya es hora! ¡Arriba!». El General retrocedió hasta la cama. Quiso respirar el fresco y un mareo repentino lo desconcertó. Estaba pálido. Las carnes se le habían ido aflojando con los años, y ahora se veía como una esponja que estaba hundiéndose lentamente en el agua. Soy un hombre inundado y así nomás van a llevarme, se dijo. Entonces advirtió que su dolor no venía del cuerpo sino de la siniestra claridad que ascendía por las faldas de la meseta. La esposa le trajo la bandeja con el desayuno.
«Nada de manteca ni de panecillos», pidió el General, con involuntario acento español. «Sólo quiero té de menta. Las despedidas me han echado a perder la digestión.»
Se acicaló con cuidado y se puso un traje azul. Impregnó los pañuelos con el perfume que usaba desde la época en que conoció a Evita y que le recordaría para siempre la frase con que ella se le acercó: «Usted huele como a mí me gusta, coronel: cigarrillos Condal y pastillas de menta. Sólo le falta un poquito de Atkinsons». Y al día siguiente se intercambiaron frascos de lavanda y de perfume Cytrus, «para hacer de cuenta que somos novios», había bromeado ella, con toda la intención de que fuera cierto. Pero la frase con que Eva lo conquistó fue otra, impregnada de olores tan penetrantes que ya el recuerdo no podía soportarla: «Gracias por existir».
Tomás Eloy Martínez. La novela de Perón.


En este fragmento de La novela de Perón, se muestra al general arribando a Argentina luego de su exilio en España. Le suceden cosas a él, pero también les pasan otras a entidades del mundo que son inanimadas o animadas, pero que no son responsables de eso que les pasa. Hay relativos grados de responsabilidad de los sujetos en las formas marcadas en negrita. Algunos de los verbos son reflexivos propios, otros reflexivos impropios, otros cuasi recíprocos, unos están en construcciones pasivas, otros en construcciones medias. Pero todos, absolutamente, poseen pronombres se o formas se. ¿Cómo reconocerlos, entonces? De eso trataré en lo que sigue.

Los “se” de pasivas e impersonales

He diferenciado entre pronombres y formas, porque cuando hay construcciones pasivas o impersonales, las formas se son marcas, o de impersonalidad o de pasividad. En la Nueva Gramática de la lengua española se las llama no paradigmáticas, porque no pertenecen al paradigma pronominal. Son simples indicios de que allí hay construcciones especiales.
En el texto hay una pasiva perifrástica:

seleccionaba a los que serían recibidos por el General

Vamos a jugar un poco con esta construcción dentro de la subordinada. Hay alguien que recibe, el General Perón, y algunas personas recibidas por él. Por lo tanto hay un agente y un paciente. En el texto, la construcción que se presenta es pasiva, por lo tanto el agente está bajo la forma de un complemento agente y el paciente está bajo la forma del relativo que que refiere a un genérico los, (las personas, esos, esas personas). En la subordinada de relativo el que es el sujeto paciente.
Se puede transformar esta construcción en una pasiva con se y quedaría:

seleccionaba a los que se recibían

Se nos fue el agente, porque en las pasivas con se el agente no aparece. Este se es una marca de pasiva, porque no es paradigmático, no es pronombre. Pero obliga a que el verbo esté conjugado solamente en tercera persona. En estas construcciones no es posible que haya un sujeto paciente nosotros, tú, yo, usted, ustedes, vos. El pronombre relativo que sigue siendo el sujeto paciente.
También podemos transformarla en una impersonal con se:

seleccionaba a los que se recibía

Este ligero cambio de número hace toda la diferencia. Ahora la oración es impersonal, y el que es el complemento directo, paciente, del verbo recibir. Implica decir que el secretario seleccionaba a quienes se recibía, dicho así, sin responsable, ni el General, ni un sujeto genérico. A medida que vamos realizando las transformaciones, el efecto es muy distinto. También se trata de un se no paradigmático, pero en este caso es marca de impersonalidad.
Sea pasiva o impersonal la construcción, este se no paradigmático inhabilita la presencia de un agente, por lo tanto son construcciones inagentivas.

Un “se” que es “le”

Hay un se que no es en realidad se, sino una forma le, que es convertida fonológicamente en se por asuntos fonéticos. Es esta:
ya no se lo permitían

En este ejemplo, ese se es le: ya no *le lo permitían

Las formas reflexivas y recíprocas

Presento a continuación los ejemplos tomados del texto, para ser estudiados. Los diversos colores apuntan a diferentes formas pronominales, según mostraré. Son formas se que no responden ni a pasivas, ni a impersonales, ni a “le”, que poseen un se paradigmático, porque el verbo puede conjugarse en otras personas del discurso. Los verbos, para mayor visualización, permanecen en negrita.

la primavera se había adelantado aquel año en Madrid
miles de palomas se estremecían con el saludo ritual, ¡Compañeros!
la casilla donde se apostaban los guardias civiles del generalísimo Franco
se abrían las bocas del subterráneo Anglo-Argentino
la imaginación del general se negaba siempre a seguir avanzando
sólo cuando se quedaba sin país tenía tiempo para la felicidad
el centro de gravedad se le desplazaba del hígado a los riñones
las manos se le quedaban enredadas entre las toallas y los manteles
el cuerpo siguió aferrándose a las aureolas que los objetos dejaban por todas partes.
se le fueron las últimas semanas
alguna trifulca entre las facciones que se disputaban el poder a dentelladas
se salvaban del escrutinio sólo las cuentas de la luz
se incorporó lentamente
se le escapaban de la atención
las carnes se le habían ido aflojando con los años,
y ahora se veía como una esponja que estaba hundiéndose lentamente en el agua
soy un hombre inundado y así nomás van a llevarme, se dijo
se puso un traje azul
ella se le acercó
al día siguiente se intercambiaron frascos de lavanda y de perfume cytrus

Las reflexivas propias

Las formas se en construcciones reflexivas propias e impropias son pronominales y por lo tanto, paradigmáticas. Se verá que las formas, a pesar de ser pronominales y de poder conjugarse tanto los verbos como los pronombres en las demás personas del discurso, no son exactamente iguales, porque los sujetos se posicionan de forma diferente.
Hay algunas formas reflexivas propias, en las que el sujeto realiza actos que recaen sobre sí mismo. En estos casos, ese pronombre reflexivo admite la expansión “a mí mismo, a ti mismo”, “a sí mismo”, “a nosotros mismos”, “a usted o ustedes mismos”.
Se trata de los siguientes ejemplos:

soy un hombre inundado y así nomás van a llevarme, se dijo
se puso un traje azul

Solamente “se dijo” y “se puso” suponen una aclaración de “a sí mismo”. Se dijo a sí mismo, se puso a sí mismo. Solo esas son reflexivas propias (indirectas, porque el pronombre reflexivo funciona como complemento indirecto: le dijo, le puso). La sustitución por formas de tercera persona (le, les, la, las, lo, los) hace que la forma pierda su carácter reflexivo, pero muestra la función del pronombre se.
Las demás formas son reflexivas impropias, es decir, los pronombres no poseen ninguna función sintáctica.

La recíproca

Hay otra forma, que tiene las letras pintadas de color rojo, “se intercambiaron”.

al día siguiente se intercambiaron frascos de lavanda y de perfume cytrus

Esta forma es recíproca, porque supone un intercambio entre dos personas. X intercambia Y con O. O intercambia Y con X. La presencia de la pronominalización del verbo lo convierte en recíproco. Aunque de hecho, hay mucho de la reciprocidad que es aportada por el propio verbo “intercambiar”, que posee este significado.
En el caso de la forma se disputaban, la reciprocidad es similar. X disputa con O. O disputa con X. X y O disputan entre sí.

alguna trifulca entre las facciones que se disputaban el poder a dentelladas

También en estas formas recíprocas el pronombre cumple una función sintáctica: se disputaban (le disputaban) el poder; se intercambiaron (le intercambiaron) frascos de lavanda. En los dos casos, el se es complemento indirecto, por poder sustituirse por le.
Pero también puede haber recíprocas directas, como Juan y Evita se amaron mucho: lo amaron mucho.

Las reflexivas impropias

Las demás formas reflexivas no pueden sufrir el incremento de “a sí mismo”. Por lo tanto son reflexivas impropias. Pero sucede que en este grupo hay una gran variedad de verbos que se comportan de forma diferente, aunque poseen esa particularidad formal en común.
Hay reflexivas que son inherentemente pronominales, como jactarse o quejarse, que no están entre estos ejemplos, y que no poseen formas alternantes no pronominales.
En cambio, las formas que se presentan en los ejemplos son reflexivas impropias que poseen formas alternantes; quedar, quedarse, estremecer, estremecerse, abrir, abrirse, negar, negarse, etcétera. Todas lo son. Al pronominalizarse, y si el verbo es transitivo, se intransitivizan. Si el verbo es intransitivo, la forma reflexiva aporta un significado que va desde un poco diferente, a muy diferente. A veces es nada más que una diferencia aspectual (Elena de Miguel, en RAE GDLE, 2000). Los presentaré, para mejor visualización, en los siguientes cuadros.

Verbos transitivos que se intransitivizan
Formas transitivas
Formas intransitivas
Adelantar (algo)
El calor adelantó la primavera.
Adelantarse (algo). El objeto directo pasa a ser sujeto de meta afectada.
La primavera se adelantó.
Estremecer (algo)
El canto estremeció a la multitud
Estremecerse (algo) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta afectada.
La multitud se estremeció
Apostar (algo)
Apostó su sueldo a que vendría
Apostarse (en algún lugar)
Los oficiales se apostaron en la puerta
Abrir (algo)
Los obreros abrieron las bocas del subterráneo
Abrirse (hacia algún lado) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta afectada.
Las bocas del subterráneo se abrían hacia el oeste
Negar (algo)
Perón negó su venida
Negarse (a algo)
La imaginación del general se negaba siempre a seguir avanzando
Desplazar (algo)
El viento desplazó las hojas del patio.
El terror desplazó el centro de gravedad del hígado a los riñones.
Desplazarse (de algún lugar) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta afectada.
El centro de gravedad se (le) desplazaba del hígado a los riñones
Aferrar (algo)
El hombre aferró el libro entre sus manos
Aferrarse (de algo)
El cuerpo siguió aferrándose a las aureolas que los objetos dejaban por todas partes
Salvar (algo)
El hombre salvó las cuentas de la luz del escrutinio
Salvarse (de algo)
Se salvaban del escrutinio sólo las cuentas de la luz
Incorporar (sumar algo)
El General incorporó ese hábito
Incorporarse (levantarse)
Se incorporó lentamente
Aflojar (algo)
Aflojó la tuerca con la tenaza
El tiempo aflojó las carnes.
Aflojarse (ponerse algo flojo) El objeto directo pasa a ser sujeto de meta afectada.
Las carnes se le habían ido aflojando con los años.


Verbos intransitivos que permanecen intransitivos
Intransitivos sin pronominalizar
Intransitivos pronominalizados
Ir (alguien)
Fue a Argentina
Irse (alguien o algo)
Se (le) fueron las últimas semanas
Se fue a Argentina
Quedar (alguien o algo)
La noticia quedó desplazada
Quedarse (alguien o algo)
Se quedaba sin país
Las manos se (le) quedaban enredadas
Escapar (alguien)
El hombre escapó de allí
Escaparse (alguien o algo)
Se le escapaban de la atención


De las reflexivas impropias a las construcciones medias

Existen algunos verbos con un alterno pronominal que posee significados del tipo de una voz o construcción media. En ellas, el sujeto es inagentivo, puede ser experimentador o una fuerza o acontecimiento, que no controla el suceso, sino al que le pasa algo, sufre un cambio de estado, o repentinamente cambia su situación. Se trata de verbos transitivos cuyo objeto directo pasa a ser sujeto, o de verbos directamente intransitivos. Sea como sea, el verbo en la construcción media es intransitivo.
Podemos decir, por ejemplo, que los obreros abrieron las bocas o que las bocas se abren hacia el oeste. En el segundo caso, a las bocas les pasa algo. No controlan los hechos, no son agentes, son experimentantes, en un sentido figurado, puesto que este sujeto refiere a una entidad inanimada. Es precisamente en este segundo caso, que la construcción se convierte en media. Se trata de una construcción intransitiva, inagentiva, con sujeto experimentador o meta afectada.
De los ejemplos de reflexivas impropias, elegiré, en consecuencia, los casos que se consideran construcciones medias.


Verbos transitivos que se intransitivizan y pasan a construcciones medias
Formas transitivas
Formas intransitivas en construcciones medias
Adelantar
El calor adelantó la primavera.
Adelantarse. El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
La primavera se adelantó.
Estremecer
El canto estremeció a la multitud
Estremecerse. El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
La multitud se estremeció
Abrir
Los obreros abrieron las bocas del subterráneo
Abrirse. El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
Las bocas del subterráneo se abrían hacia el oeste
Salvar
El hombre salvó las cuentas de luz del escrutinio
Salvarse. El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
Se salvaron del escrutinio sólo las cuentas de la luz
Aflojar
Aflojó la tuerca con la tenaza
Aflojarse. El objeto directo pasa a ser sujeto inagentivo.
Las carnes se le habían ido aflojando con los años,

Se habla en algunos casos de una diátesis anticausativa, puesto que algunos sujetos de verbos transitivos son causativos y al intransitivizarse la construcción pasa a ser anticausativa. Tal es el caso de:
El calor adelantó la primavera. La primavera se adelantó.
El canto estremeció a la multitud. La multitud se estremeció.

En los dos ejemplos los sujetos de la estructura transitiva refieren a entidades inanimadas, que no pueden ser agentivos. Son las causas de lo que el predicado dice. Al transformarse la construcción en intransitiva, la causa desaparece o se transforma en circunstancial de causa, y es por ese motivo que se la llama diátesis anticausativa. Diátesis porque hay transformación sintáctica. Y anticausativa, porque la causa puede callarse o se transforma en circunstancia y el objeto directo, la meta afectada por la causa, pasa a ser el sujeto. El sujeto experimenta un cambio. Es inagentivo, y le pasa algo. Por lo tanto, estamos frente a una voz o construcción media.
Hay otras construcciones medias, que se logran mediante la diátesis, mediante el cambio de funciones sintácticas de los sintagmas nominales, pero sin pronominalizaciones del verbo. Se trata de algunos verbos que refieren a procesos como adelgazar, engordar, o subir, bajar cuando tienen sujetos no agentivos.

La buena alimentación engordó al ganado. El ganado engordó (por la buena alimentación).
El ejercicio adelgazó a los jóvenes. Los jóvenes adelgazaron (por el ejercicio).
La inflación subió los precios. Los precios subieron (por la inflación).
El ministro de economía bajó el precio del boleto. El precio del boleto bajó.

Podemos conservar la causa y transformarla en un circunstancial de causa, pero el sujeto obtenido por la diátesis es un sujeto que experimenta el proceso de cambio, es inagentivo. Y es una diátesis media, además de anticausativa.
El concepto mismo de las construcciones medias circunda más lo semántico que lo sintáctico, puesto que la atención del observador, para descubrirlas, debe posarse en la naturaleza del sujeto, su carácter no agentivo y su calidad de experimentante o meta afectada al que le pasa algo.

Bibliografía mínima

GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, S. 2002. Forma y sentido en sintaxis. Madrid. Arco Libros.
MORENO CABRERA, J. C. 1994. Curso universitario de lingüística general. Madrid. Síntesis.
MORENO CABRERA, J. C. Diátesis anticausativa. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=41147
RAE. 2009. Nueva gramática de la lengua española. Madrid. Espasa.

RAE. 2000. Gramática descriptiva de la lengua española. (GDLE). Madrid. Espasa. 

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